lunes, 9 de junio de 2008

LAMENTO DE LA CALLE ELVIRA

Tres cosas ay en Granada Que duran el año entero: Nieve en su sierra Nebada, Arrebol para la cara Y en la calle Elvira, cieno” LAMENTO DE LA CALLE ELVIRA
Triste es mi historia, triste como un llanto en el mihrab; comienza con esplendor diez siglos atrás, naciendo en la puerta que lleva mi nombre y llegando hasta el río Darro, al Puente de la Corona, que permitía a mis viajeros llegar a la otra orilla. Acariciaba la colina en la que se situaba la Alcazaba Qadima, cediendo ante ella mimosamente y desviando mi curso para no violentarla.
Mi grandeza condujo a todo tipo de gentes, los introducía en la median y los dirigía a cualquier lugar de la ciudad; de mi nacían pequeñas calles que posibilitaban al cansado peregrino o al ávido comerciante llegar hasta el fin del mundo. Cerca del Darro besaba al Zacatín y nos fundíamos representando la zona comercial más impresionante que esta ciudad haya conocido. Sin embargo consideraron que era pequeña, que mi estrechez, a pesar de haber sido ensanchada, no permitía a esos nuevos trotamundos provenientes de la estación de ferrocarril transitar por los rincones de mi historia, ante la belleza de San Andrés, los Hospitalicios, el Baño de la Tumbas y tantos y tantos lugares que fueron quedando en el olvido.
Como siempre ocurre, llegó un competidor y apareció arrasando, destruyendo la historia de siglos atrás, apabullando la candidez y calidez de los más misteriosos recovecos; nos abordó la Gran Vía de Colón y con ella se extinguieron siglos de sabiduría y arte. Mi resistencia fue en vano, no más que para soportar el paso del tiempo, envejeciendo amargamente, convirtiéndome en un bello sueño que una vez fue y que siempre quiere volver.
Mi espíritu permanece todavía vivo aunque aletargado, esperando la oportunidad de los románticos que supieron encontrar y enaltecer la magia de un mundo que no siempre tiene que ser práctico, de una vida que palpita con la belleza, con la exaltación de los sentidos hoy saturados por la velocidad de lo cotidiano.
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Ibn-al Nithab

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