martes, 27 de junio de 2023

HACE CIEN AÑOS: ALARMA EN LA CARRERA

 

Pintura  del camarín de la basílica de la Virgen de las Angustias que representa el incendio del 26 de julio de 1916. 

EL 26 de julio de 1916, (hace pues algo más de un siglo), un incendio destruyó el camarín de la Virgen de las Angustias. El fuego, provocado al parecer por un cortocircuito, se propagó rápidamente por la cúpula central de la basílica. La imagen de la Patrona se salvó de milagro. Pero las consecuencias del siniestro se podían haber mitigado si «los bomberos hubieran dispuesto de una bomba con potencia suficiente para haber hecho uso del agua del río Darro, que en aquellos entonces pasaba descubierto por la parte de atrás de la Virgen y que formaba una balsa bajo el puente de Polo», cuenta César Girón en el artículo «¡Incendio en el templo de la Patrona!». Solo gracias a la bomba de la azucarera de Santa Juliana, que se trasladó hasta la Carrera, las consecuencias no fueron peores.

En el crucero de la Catedral, se colocó un altar portátil ante el que ardían varios cirios. Junto a él una bandeja que se fue llenando de monedas, una cuestación popular que sufragó la restauración del templo.

 ALARMA EN LA CARRERA

En julio de 1916 un devastador  incendio estuvo a punto de destruir la Basílica de las Angustias. Un artista de circo fue un héroe contra las llamas.

<< Aquel verano, que había de pasar a la historia de Granada del pasado siglo a causa de un suceso de enorme impacto emocional, la ciudad se animaba al llegar la noche, dispersándose en las tertulias y reuniones que abundaban por doquier, no sólo en casinos, cafés y tabernas sino, en general, allí donde soplara algo de aire fresco y pudieran sacarse unas sillas. Cierto que los establecimientos públicos tenían que cerrar, como muy tarde, a la una. Lo estipulaba una orden recién dictada por el gobernador civil, Pedro Vitoria, que no había sido demasiado bien recibida. Desde hacía semanas, los cinco periódicos granadinos –“La Publicidad”, “El Defensor”, “La Gaceta del Sur” y “La Información”- aparecían con quejas y chistes alusivos a la disposición de la autoridad.


… De repente, el 26 de junio, algo sucedió que orientó las conversaciones de los granadinos hacia otro tema, ciertamente grave y, desde luego, con resultado de gran conmoción ciudadana. Fue el trágico y devastador incendio de la Iglesia de las Angustias.

ALARMA GENERAL

Faltaban pocos minutos para las diez de la noche de aquel 26 de julio de 1916, miércoles. El sacristán de la Basílica, Abelardo, mataba el tiempo a la puerta de la tienda de comestibles de Manuel Torres, enfrente del templo. De pronto, como recordando la hora, se marchó diciendo: “Voy a ver si ha salido ya toda la gente, para cerrar”. Llevaba un manojo de llaves al cuello y cruzó la calle. Apenas entró en la iglesia vio cómo algunas mujeres, arrodilladas al pie del altar mayor hasta poco antes, corrían alarmadas hacia la salida. “¡Está ardiendo! ¡Está ardiendo!

Desconcertado quedó un momento el bueno de Abelardo al oír las voces. Entró un poco más y, levantando la vista hacia donde le indicaban, divisó un espectáculo aterrador. La parte alta del camarín de la Patrona estaba en llamas. Los gritos de las mujeres se reprodujeron al ver la cara de espanto del sacristán: el camarín empezaba a llenarse de humo. Los presentes, que eran pocos, pronto se convencieron de que les era materialmente imposible atajar, por sí mismos, el incendio que se extendía ya voraz y rápidamente. Unos transeúntes, que entraron al oír el criterio del interior, salieron de nuevo a la calle, sin más, para dar la voz de alarma y reclamar ayuda. Eran las diez y cinco minutos de la noche.

La noticia terrible circuló con la rapidez que sólo ellas circulan. Sin emisoras de Radio, sin teléfonos, sin coches, Granada entera conoció lo que ocurría en pocos minutos. Bastaron unos gritos sobresaltados, unas carreras, unas voces exaltadas por unas pocas calles, plazuelas o esquinas, Cafés, tabernas y casinos, y el resultado fue que, a las 10:30  –lo acreditaba en su crónica el periodista  de “La Publicidad”- miles de granadinos excitados corrían en dirección a la Basílica. Empezaron a tocar a fuego las campanas de todas las iglesias. Cuando la campana grande de la catedral daba, como aquella noche hacía, tres campanadas, ya sabía todo el mundo que el incendio era en el sector de las Angustias. Cada barrio tenía determinado un número de campanadas en caso de incendio. Aquellas tres campanadas en la noche aciaga del 26 de julio de 1916, esparcieron angustia y expectación…

Porque cuando la Carrera era ya un mar de gente, el siniestro se veía que adquiría cada vez mayores proporciones. El sacristán había corrido a casa del cura párroco, Joaquín Marín Robles, “que tiene su domicilio en la pequeña casa blanqueada junto al puente de la Virgen, adosada al templo y comunicada con éste interiormente”. Se avisó también, con la misma rapidez, al encargado del camarín, Manuel García.

La gente seguía llegando, excitada, de todas partes. En tanto, del techo del camarín, empezaban a desprenderse torbellinos de chispas, muchas de las cuales caían sobre el manto de la Virgen. Entre la gente conocida que había llegado primeramente, estaban –como recoge la crónica periodística del día siguiente-, el dueño del café “Alameda”, Francisco Márquez, el exteniente de alcalde Manuel Alba, el conde de Guadiana. Unos y otros y todos, dispuestos a ayudar y sin saber cómo en la extinción del siniestro.

EL CAMARÍN

Todas las miradas se dirigían al camarín, en cuya techumbre las llamas arreciaban su violencia. Había que abrirlo cuanto antes y rescatar la imagen de la patrona del riesgo que corría. Trémulo y nervioso, el encargado Manuel García, abrió, entrando la gente en tropel. La primera frustración vino enseguida. No se encontraba allí la rampa de madera que se instala para descender la Virgen de su trono. Como el tiempo apremiaba, tras breve vacilación, cien brazos se levantaron y fueron sacando, en peso, a la Patrona, así hasta el suelo, después a la calle, todo esto entre lágrimas, rezos y gritos. A lo largo del apasionado trayecto de la imagen, el calor del fuego había provocado estallidos de las vidrieras cercanas. Una lámpara había caído delante del altar, rompiéndose en mil pedazos. Momentos después con gran estrépito, el techo del camarín se venía abajo. (Si la Virgen hubiese permanecido en él un poco más, hubiera sufrido sin duda daños quién sabe sí irreparables en aquella época), otras dos lámparas laterales se estrellaron casi a la vez. “Una de ellas –recordaba el periódico- donada por el marqués de Nájera; la otra por Vicente Guarnerio”. 

Así eran el el altar mayor y el camarín de la Patrona que ardieron en la noche de Julio de 1910 

Entre el mar de gente que se apretujaban en la iglesia, hubo dos heridos, que fueron llevados y curados en la Casa de Socorro, en la calle Escudo del Carmen. Tras la imagen salió la calle el párroco, apenado y lloroso como todo el mundo. Se quedó estupefacto cuando se enteró de que la gente se proponía seguir con la Virgen hasta llevarla a la Catedral. El pobre cura quizá pensará que no era necesario el traslado, una vez se hubiera extinguido el incendio. “¡No os llevéis a la Virgen, no os la llevéis!” pero fue inútil, y sobre un mar de hombros granadinos la Patrona cruzó Granada en dirección a la Catedral. Extraña procesión, entre rezos y llantos y sin luces. Se habían improvisado unas andas, como se improvisaron, a medida que el cortejo avanzaba, impetuoso, enajenado, adornos de colgaduras, mantones en las ventanas y balcones del inesperado recorrido. Los vítores eran tan constantes como las flores que se arrojaban al paso de la imagen. Los músicos del café "Alameda", que las noches de verano actuaban en la terraza de la plaza del Campillo, tocaron la “Marcha Real” al pasar la Virgen frente a ellos y luego se incorporaron a aquel desfile insólito en la historia de la ciudad. “Extraña y emocionante procesión –se lee en la “La Gaceta” del 27 de julio-, sin cofradía, sin aparato, ni ceremonia de ninguna clase”. Al término de aquella, en efecto, “extraña y emocionante procesión”, los granadinos habían dejado a su Patrona a la derecha del altar mayor de la Catedral, “en el sitio de costumbre cuando se la traslada desde su Basílica”.


El suntuoso camarín de la Virgen en la actualidad.

PERIPECIAS Y POLÉMICAS

A todo esto, en la iglesia abandonada por su titular, las llamas seguían en su efecto devastador. A las once la noche, luego de destrozar el camarín, ya ascendían por la cúpula y salían por los ventanales.

Al fin, aunque en los primeros momentos no había habido un solo agente de la autoridad en la Basílica y nadie se había presentado a organizar o disponer una acción ordenada contra el fuego, sobre las once empezaron a llegar fuerzas de Seguridad, Guardia Civil y Municipal. Llegaron también las bombas del Parque de Bomberos. Eran dos. Se surtirían de agua de la tubería de riego. Una quedó instalada frente al templo, llevando la manguera, a través de él, hasta el altar, desde donde se podía trabajar con efectividad contra las llamas. La otra se quedó en el Puente de la Virgen y la pusieron en marcha unos cuantos chiquillos, las autoridades llegaban en tropel: el gobernador militar, Morales Yaquero; el civil, Pedro Vitoria –que esa noche no tuvo que preocuparse del cierre de los establecimientos a las doce y media; cerraron todos porque se quedaron vacíos-; el diputado a Cortes, Juan Ramón La Chica; su hermano, el alcalde. Con ellos, más fuerzas, esta vez un destacamento del Regimiento de Córdoba. Se corre la voz enseguida de que, entre tanta tragedia, al menos, las joyas de la Virgen están a salvo, Las mejores: la valiosa corona de la Coronación Canónica, tres años antes, se guardaba en la caja fuerte del Banco de España. En la calle de San Antón.

El manto espléndido usado en la misma ceremonia, estaba en el Real Colegio de Santo Domingo. En iglesia sí quedaba una caja de caudales, donación de Pedro Nolasco Mirasol, donde se guardaban otras joyas y papel del Estado. Esta caja, de hierro refractaria al fuego, de metro y medio de altura y enorme peso, se recuperó entre  los restos de la enorme hoguera.

Mas, como siempre sucede entre nosotros, el drama degenera en esperpento. También aquella noche del 26 de julio de 1916. De las dos bombas instaladas por los bomberos para hacer frente a aquel  incendio, sólo pudo funcionar la de menor alcance y potencia, la que estaba en el Puente de la Virgen y había puesto  la chavalería en marcha. “La bomba mejor era la situada en la Carrera, frente a la Basílica…, pero no se pudo poner en funcionamiento, a pesar de saberse su eficacia, por desconocerse su manejo”.


En los días siguientes aumentarían las quejas de granadinos indignados ante la desorganización, la falta de previsiones, la carencia de extintores, la incompetencia de determinados responsables, derrochadas aquella noche. A las cinco de la mañana del jueves 27 de julio continuaban los trabajos de extinción, que se interrumpieron brevemente para dar a la tropa  –los bomberos eran sólo cinco- buñuelos y aguardiente. A las 6:30, las llamas se habían propagado a derecha e izquierda de la cúpula y se había derribado la veleta. “Sin la bóveda –decía “La Publicidad”- el cielo estrellado se veía mirando desde el centro de la iglesia”.

Al final la tragedia había supuestos daños considerables al camarín,  parte del artesonado, escalera y cúpula de la Basílica. Bajo los escombros, entre otras piezas de valor del patrimonio religioso, la cruz de plata, las andas procesionales y el magnífico manto regalo de la reina Isabel II.

Y entre el sinfín de acciones meritorias registradas en el siniestro, la de un hombre, artista de un circo próximo, que se llamaba Mr. Ranulfo y se anunciaba como “el hombre monstruo”. Actuaba en el teatro-circo “Alhambra”, a la entrada del Salón, formando parte de la compañía Fedriani.  Este hombre se portó como un bravo entre las llamas, poniendo imágenes y objetos de culto a salvo, hacha en mano destrozando maderas que pudieran alimentar la hoguera, lugares de mayor riesgo, todo lo cual hizo que sufriera extensas quemaduras en ambas manos y una pierna. Al tener noticia de su extraordinario comportamiento, se abrió una suscripción popular para ayudar a míster Ranulfo que, como buen cómico, andaba a la cuarta pregunta. El Ayuntamiento inició la cuestación con 500 pesetas y mucha gente colaboró, consiguiéndose algún dinero. Aunque poco debió de ser cuando “La Publicidad”  escribía poco después: “Si la Hermandad de la Virgen y algunos devotos imitarán a nuestro Ayuntamiento, el heroísmo de míster Ranulfo sería mejor recompensado”.

El uno de agosto, “el Cabildo de Señores Oficiales de la Hermandad acuerda reconstruir y agrandar el templo hasta donde permitan las limosnas”. (Se había abierto otra suscripción con tal finalidad). Arquitecto de las futuras obras iba a ser Wilhelmi  Manzano. Ese día ya estaba en Granada el Arzobispo, José Meseguer y Costa, a quien el suceso había sorprendido descansando en Vinaroz. El 1º de noviembre de 1919, el proyecto del escultor Manuel Garnelo Alda era elegido para la reconstrucción…

Noche terrible la de aquel año, en la que  -recordaba Marino Antequera- “sin más luz que el resplandor del incendio, los hombres se disputaban un lugar bajo el improvisado trono de la Virgen para llevarla. Y Ella era lo único que sobresalía de la informe masa oscura que la llevaba”.>>



NITO


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.

Diario IDEAL.

Diario GRANADA-HOY.

Hermandad Virgen Angustias.

Granada: Un siglo que se va- (Juan Bustos Rodríguez).