viernes, 27 de mayo de 2016

LA FÁBRICA DE ORO DE LANCHA GENIL


En el año 1980, periódicos como IDEAL y ABC, se hicieron eco de una noticia divulgada por la Comisión Provincial de Patrimonio Histórico: Al parecer, la conocida como Puerta del Pescado, una de las puertas que formó parte de la muralla exterior de Granada y que se daba por desaparecida, se había encontrado, abandonada, en la Lancha del Genil.

La supuesta, pero falsa, puerta del Pescado en 1980. 

 La versión de la historia, que sostiene José Luis de Mena en un artículo publicado en este diario en 1980, era que Goupil, aquel propietario de la mina de oro, la compró y la colocó como ornato para la entrada de la Compañía minera.
Pero, ¿quién era ese tal Goupil...? Veamos algo de su historia y disfrutemos de la leyenda que nos ofrece  José Manuel Fernández Martín en su obra "Las leyendas de nuestros pueblos"- 

Adolphe Goupil


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Corría el año 1875, cuando Jean Baptiste Michel Adolphe Goupil, un acaudalado industrial francés, adquirió la concesión de la extracción y explotación del oro extraído en la zona de la Lancha del Genil a la Sociedad Aurífera de los Terrenos de España.
Curiosamente, la fábrica de procesado de oro se encontraba situada cercana al lugar donde se hallaba en tiempos de los musulmanes la alquería llamada Casa de las Gallinas (Dar al Wadi o Casa del Río, Daralgüit), que perteneció a la realeza nazarí granadina, teniendo categoría de casa fuerte con carácter palaciego, no en vano los reyes Nazaries tenían más de 400 esclavos extrayendo el oro de estas minas o tal vez… buscando un tesoro extraordinario que procedía de tiempos inmemoriales, algunos decían que de ahí se sacó el oro que transportó el rey Melchor hasta Belén para honrar al Niño Jesús y que la riqueza que otorgada podía comprar reinos enteros y también tenía la propiedad de arruinar a aquel que no se lo mereciera. Cuentan las crónicas de la época que una corona de oro salió de este tesoro destinada a  Boabdil.




Algunas malas lenguas hablaban de que todo lo que montó el Sr. Goupil en el cerro fue una cortina de humo para buscar el fabuloso tesoro de las laderas del Cerro del Sol… Y no era descabellada la idea, pues el mencionado francés no era experto en minería y sin embargo sí entendía de obras de arte y joyas. Algunos que lo conocieron bien, decían que tenía en su poder las claves para localizar el tesoro y que era sólo cuestión de tiempo encontrarlo y todo bien camuflado por una supuesta mina de oro con todo los papeles en regla que no daba rendimientos como para mantenerla abierta… De ahí que la empresa duró sólo dos años desde 1885 a 1887 cuando murió el francés en extrañas circunstancias, quebrando posteriormente la empresa…

Así fue como se fue fraguando la idea de recuperar el tesoro en la mente de Damián, nieto de uno de aquellos trabajadores de la vieja mina y como suele suceder en estas historias, fue su abuelo el que le sembró la avaricia en su imaginación, pero había una condición “sine qua non” para llevar aquella empresa  con éxito… debía de contar con su hermano pequeño Ismael pues su presencia era esencial para lo que posteriormente ocurrió.
La vieja fábrica había sido lugar de juegos y divertimento durante los años de su niñez y ahora se presentaba como remedio a todas sus ambiciones económicas, eso al menos era lo que pensaba Damián.


Había trabajado duro durante los últimos cinco años adiestrado por su abuelo que, como él, se encontraba hechizado por las historias que se contaban del extraordinario tesoro del Rey Melchor, como le llamaban en Cenes.
Pero, si  para los que lo buscaron durante siglos, fue tarea imposible aun contando con todo tipo de artilugios, para él y su hermano podía llegar a ser una tarea casi imposible…
Solo que él poseía una información que su abuelo había estado recopilando durante años y que nunca se atrevió a cumplir.

Subieron por  el Camino de la Casa de las Gallinas que terminaba en la vieja fábrica de oro; Ismael no se acostumbraba a  pesar de los años viviendo en Cenes a la siniestra visión de aquellas ruinas despojadas de toda humanidad y cada vez que pasaba por aquel lugar, el corazón se le encogía.
Al final del Día de todos los Santos el cielo se cubrió de nubes negras, el aire dejó de soplar y una calma abrumadora convirtió en tensa atmósfera reinante, presagiando malos augurios y fue entonces cuando se dieron cuenta de que algo maligno se movía en el interior de la fábrica.

Grafitis en la fábrica que nada atañen a esta historia

El esqueleto de la fábrica había cambiado de posición o eso le pareció a Ismael, pues parecía que la vieja fábrica cobraba vida propia. Mientras tanto, Damián había abierto un cuaderno desgastado y viejo comenzando a recitar en voz baja una letanía de frases incoherentes al lado de una de las bocas que antiguamente traían agua del río Aguas Blancas a través del Canal de los Franceses hasta la fábrica.

Una voz cavernosa y lúgubre contestó desde el interior del túnel.
-¿Sabes el precio que debes pagar?
-Por supuesto y lo he traído. –dijo Damián mirando de reojo a Ismael.
-Debe ser el último de la dinastía para que la profecía se cumpla. -Dijo la voz de ultratumba... Y deberá ser sacrificado. A cambio daré su peso en oro puro.
Damián río con unas carcajadas demoníacas al ver la cara de terror de Ismael que estaba paralizado de miedo.

La boca del túnel se abrió como si fueran las fauces de un enorme reptil y como el que atrapa a un ratón se tragó de un bocado a Damián, escupiendo después más de setenta kilos de oro puro. Ismael no daba crédito a lo ocurrido… Damián lo tenía todo planeado. Ellos eran los únicos descendientes de la familia y él era el mayor por lo cual Ismael debía de ser sacrificado para satisfacer su maldita codicia.
Pero lo que no sabía Damián es que él era el último descendiente de su familia pues Ismael fue adoptado cuando su madre tuvo un aborto y ya no podía tener más hijos, siendo Ismael el tercero de cinco hermanos que se dieron en adopción.

Y como dijo uno de nuestros grandes poetas, Francisco de Quevedo, “No hace la codicia que suceda lo que queremos, ni el temor que no suceda lo que recelamos”.



NITO