domingo, 29 de enero de 2023

ARMANDO PALACIO VALDÉS


En la acuarela de Zacarías Cerezo se capta el alma de Granada

Apunte necesario

NO, no es un personaje granadino, si acaso, lo nombraría ahora mismo granadino de honor: Yo me enamoré de Granada, sin conocerla, gracias a la florida prosa del ínclito don Armando en una de sus últimas novelas. Y es que en Palacio Valdés no se describe la bella ciudad andaluza, sino que se canta.

La lectura de  “Los Cármenes de Granada”  despertaron en mí una alegría que jamás hasta entonces había sentido: la alegría del sitio".  Eso que lo envuelve todo en un manto de goce profundo. En Palacio Valdés la mayoría de las descripciones de las calles andaluzas no trasciende el mero propósito costumbrista; lo que más resalta es el aspecto pintoresco de las calles y el ambiente alegre y campechano que en ellas reina. Calles, estrechas y tortuosas, y de las plazas, pequeñas e irregulares, dan a la ciudad el consabido aspecto laberíntico que caracteriza todas las ciudades medievales del mediterráneo.


Palacio Valdés, o  el pintoresquismo costumbrista.

“En  1929, la Editorial Pueyo ponía en circulación una nueva novela del entonces admirado y popular escritor español Armando Palacio Valdés. Se titulaba «Los Cármenes de Granada”, y en ella, su autor, había querido que nuestra ciudad, sus monumentos, su historia y su paisaje enmarcaran un romance actual impregnado de dulce melancolía y resuelto al final en un áspero desenlace dramático. La novela —todo hay que decirlo—, no figura entre las mejores del prolífico escritor asturiano, pero es evidente que allí donde se leyó -y era uno de los novelistas españoles de más grandes tiradas y más traducido-, contribuyó a divulgar el nombre y el encanto poderoso de Granada, lo que nunca está de más agradecer”.


“La obra literaria de Palacio Valdés era ya  muy copiosa cuando publicó “Los Cármenes de Granada”. Entre “El señorito Octavio”, aparecida en 1882 y consagrándole muy joven -había nacido en Entralgo (Asturias)  en 1853-, a la novela granadina que origina esta semblanza, había una producción abundante en títulos de verdadero éxito en las librerías: “La aldea perdida”, “El idilio de un enfermo”, “La alegría del capitán Ribot”, “Marta y María”, “La fe”, “El maestrante” (con un adulterio que causó sensación en la época), ”Maximina”, “Riverita” y, por encima de todas en cuanto a popularidad, “La hermana San Sulpicio”…

Carmen de la Victoria

Hacia los años 30, Palacio Valdés, con Blasco Ibáñez, era el escritor español más copiosamente traducido. Cuando «Le Temps» había dado en folletín “Misericordia”, de Galdós, diez años antes,”Journal des Débats” ya había traducido y publicado “Riverita”.

Cuando el ilustre crítico cubano José de Armas había dado a conocer su estudio de la literatura española contemporánea en las páginas de “New York Herald”,  Palacio Valdés llevaba ya agotadas media docena de ediciones en los Estados Unidos. Sus novelas, fáciles y variadas, las definía Cristóbal de Castro como prototipo de pulcritud literaria, “de una elevación y un buen gusto por nadie superados”.

Los cármenes del Albaicín -Granada-

“Ninguno de sus abundantes lectores dejó de sentirse amigo suyo al hojear sus libros. En esto residía uno de sus principales aciertos: en su sanidad argumental, en la familiaridad, en el optimismo que comunicaba. “Su linaje intelectual es tan limpio como sus ojos claros y sus finas barbas, de plata. Su estilo, corno sus modales, tiene distinción natural".  Así describió un crítico al autor de “Los Cármenes de Granada”, obra a juicio del mismo comentarista, “tan vivaz, airosa y juvenil como las escritas por el maestro hace medio siglo, pero, a la vez, más rica en técnica y más sutil de observación”.

Monumento en Avilés de Armando Palacio Valdés

“Como tan a menudo sucede en el mundo de la novela, Palacio Valdés, tras haber gozado durante casi medio siglo de una vasta celebridad, ha entrado en un semiolvido profundo, del que lo arrancan de tarde en tarde contadas iniciativas editoriales.

Si alguna apostara por reeditar “Los Cármenes de Granada” permitiría a la actual generación conocer esta novela ambientada en nuestra ciudad. Una novela muy propia de aquel renombrado escritor, de quien dijo una lectora apasionada: “Toda la literatura de don Armando es del color de sus ojos”. Y los ojos del maestro eran azules”.

Panteón familiar en el cementerio de la Carriona  -Avilés-

BIBLIOGRAFÍA.-

-Diario PÚBLICO FORTES: www.nortes.me

-Foto Turismo de Asturias

-Granada, laberinto de imágenes de Juan Bustos.

-Armando Palacios Valdés: En su obra literaria, por José Luis Campal Fernández.

 

NITO

miércoles, 4 de enero de 2023

ARTABÁN: EL CUARTO REY MAGO


Había, en tiempos de mi niñez, un desafortunado aserto que decía que los Reyes Magos no dejan regalos a los niños pobres porque no tienen botas (Julio Camba), y es bien sabido que es menester –además- disponer en una habitación de la casa de un par de estos zapatos para que sus majestades de Oriente corran raudos a dejar sus presentes. Oro, incienso y mirra llevaron Melchor, Gaspar y Baltasar al Niño Jesús siguiendo una estrella que les condujo a Belén. Cada uno representaba a los continentes conocidos antes del descubrimiento de América, venían de Europa, de Asia y de África.

Para otros eran los genuinos descendientes de los tres hijos que tuvo Noé: Sem, Cam y Jafet que hacían con sus caravanas la ruta del incienso partiendo de Arabia. Aunque asegura Máximo que comenzaban su andadura en la Babilonia de los ríos Tigris y Éufrates, en la actual Irak.  Cuando llegaron a Belén tenían veinte, cuarenta y sesenta años, la imagen de la juventud, la madurez y la senectud en el orden inverso a su enumeración tradicional. Se sabe que fueron muy longevos, viviendo más de cien años, y desde el siglo XII sus reliquias viajeras yacen enterradas en la catedral de Colonia.

Acuden puntualmente en la noche del 5 de enero a su cita con la república de los niños, que cuando comienzan a ser mozalbetes les da por decir que los reyes son los padres. Se da el caso, igualmente,  que con el paso del tiempo todos volvemos a habitar el mágico territorio de la infancia, recuperando definitivamente la ilusión de aquellas noches.

Una leyenda llevada al cine hace ya algunos años, cuenta que hubo un cuarto rey llamado Artabán. Era un mago persa muy acaudalado que vendió todos sus bienes para unirse a la caravana de Melchor, Gaspar y Baltasar. Compró camellos y provisiones para el camino y un zafiro, un rubí y una perla como ofrendas para el Niño Dios. En su ruta para alcanzar a los otros magos se encontró a un hombre enfermo que le pidió ayuda. Artabán vendió el zafiro para socorrerlo y se quedó junto a él hasta que el hombre se repuso. Continuó el cuarto Rey su viaje hasta Belén pero tuvo que detenerse y vender el rubí para rescatar a un niño que Herodes en su matanza de los inocentes había mandado asesinar. El rubí supuso su libertad. La perla, que era el único tesoro que le quedaba, tuvo que empeñarla para salvar a una joven doncella que iba a ser vendida como esclava. Artabán no pudo llegar a tiempo a Belén, pero su ejemplo solidario perduró a lo largo de los tiempos. 

Yo me pregunto, siguiendo una antigua leyenda, si no fue Artabán aquel mago viajero que pobre y viejo, con un pequeño asno como única compañía y patrimonio, llegó a Jerusalén de Judea a la misma hora que en el monte Gólgota expiraba Jesús condenado a morir crucificado. No pudo ofrecerle nada porque nada tenía, miró a los ojos de Jesús y él le devolvió la mirada antes de morir. Me hubiera gustado mucho que aquel hombre fuese Artabán.



Se ha vertido mucha literatura en torno a los Magos de Oriente. Ellos sostienen la tradición española y ponen fin al largo ciclo navideño. Son maestros en la magia feliz de los días de júbilo, sus caravanas vienen repletas de presentes, traen regalos para todos, reparten quintales de ilusión, vienen con el bálsamo que sana por un día todas las enfermedades, en sus zurrones maduran todas las frutas conocidas, lucen las estrellas perdidas que ellos devuelven a un firmamento de papel pegado en las traseras de los nacimientos donde siempre hay colgado un cometa de purpurina que yo he encontrado  hace  poco, guardado en una caja donde conservaba mis tesoros de la infancia.

Bienvenidos, Majestades; dejo mis botas en el salón junto al salvado y el agua que pongo para los camellos.



NITO