viernes, 29 de diciembre de 2023

LA PIEDRA NEGRA. LEYENDA GRANADINA



I

Corría el año de 1690 a su término, y el intenso frío de Diciembre se dejaba sentir con toda la fuerza de su helado soplo. Una horrible tempestad se cernía entre las nubes opacas que la noche agrupaba, y el estampido de los truenos, en medio de la lobreguez del horizonte, hacían temblar de miedo á los honrados habitantes del Albaicín, en Granada. Sólo en una miserable casucha de la placeta del Almez, otro pensamiento que el temor a las iras del cielo preocupaba los ánimos. Vista por de fuera la vivienda a que nos referimos, sólo indicaba miseria y ruina; y aunque demostraba su origen árabe en alguna olvidada columna encajonada en sus muros, la incuria de los tiempos y el abandono de sus propietarios la hacían casi completamente inhabitable.

Sólo franqueando sus puertas un objeto podría llamar nuestra atención en un patio circular lleno de musgo y escombros, se descubría una losa negra de una dimensión extensa y de un brillo notable. En ella rebotaba la lluvia sin empañar su superficie; jamás el polvo reposaba en su tersura, y á ninguna clase de cuerpo extraño era permitido descansar sobre su negro mármol. Un poder sobrenatural se atribuía a la inanimada piedra, que, siempre brillante, todo lo rechazaba de sí. El vulgo se había acostumbrado a mirarla con terror, y si algún atrevido, creyendo que cubría un tesoro, había hecho por elevarla, los esfuerzos de multitud de hombres no lograron conseguir ni aun conmoverla en lo más pequeño. Su brillo pasaba por encanto, su pesantez por obra de la magia. En la época a que nos trasladamos, dos pobres mujeres habitaban solas la casa. Eran abuela y nieta, tejedoras de oficio, y a pesar de ello, miserables como la que más. Alrededor de unos carbones encendidos, con los que procuraban resguardarse del frio de la noche, las dos mujeres conversaban con la mayor viveza sin cuidarse de los relámpagos  que penetraban por las carcomidas ventanas. Bella como una rosa la joven, oía con la mayor atención a su compañera, cuyas arrugas denotaban su avanzada edad, mientras algunos rasgos de su fisonomía expresaban el vicio de la avaricia. — Entiéndelo bien, niña — decía ésta;  — esos ruidos tenebrosos que á cierta hora se escuchan van a ser el principio de nuestra felicidad. Solamente por ti quiero aventurarme e interrogar a esas almas del otro mundo, no hay duda que lo son, para que nos digan el sitio donde ocultan sus tesoros. Anhelo para ti las riquezas, con el fin de que en vez del burdo corpiño que ciñe tu talle, la seda y el oro te hagan parecer más hermosa que las nobles damas a quienes hoy causas compasión. — Pero, abuela mía — replicó la joven, —tengo miedo; ¿no veis qué noche tan triste? — Mejor para los espíritus; deja temores inoportunos, y recemos un rosario para cobrar fuerzas en nuestra empresa. La nieta obedeció, aunque entornando sus hechiceros ojos, y un gran rato pasaron ambas ocupadas no más que de su piadoso ejercicio.

— La anciana fue la primera que, abandonando las cuentas, se puso en pie. Había traído el viento las doce campanadas que el reloj de la Chancillería había lanzado al espacio. Aunque vieja, todavía estaba vigorosa. — Vamos—dijo a su nieta; — las doce acaban de sonar, y debemos ponernos en acecho. Aquélla siguió sus pasos. En un corredorcillo mezquino, la anciana hizo alto, pegó su rugosa cara contra un agujero octógono, desde donde se veía perfectamente el patio. La tormenta se había convertido en lluvia, y heladas gotas azotaban su rostro, que permanecía inmóvil. La nieta, asida a ella, temblaba como la hoja en el árbol, mientras que la vieja parecía querer penetrar el espacio con sus ojillos grises, que brillaban como ascuas. Pasó media hora en medio de un silencio profundo. Ambas redoblaron su atención y su miedo. Un ruido sordo conmovió los cimientos de la casa, y, poco a poco, bultos cubiertos con un hábito negro, llevando un cirio amarillo en la mano, fueron poblando el patio, que se aumentaba en proporciones.


 — Cuando, al parecer, estuvieron todos reunidos, una lucecita brilló sobre la piedra, y en ella encendieron los cirios, que ardían con una fuerza inaudita, a pesar del agua y del viento. Entonces formaron corro alrededor de la losa negra, y al son de un monótono canto se pusieron a bailar. Causaba espanto el ver aquellos bultos negros saltar fantásticamente, alumbrados por la amarilla llama de sus velas. Algunos minutos llevaban de este extraña ejercicio, cuando la piedra empezó a dar señales de movimiento. Al punto redoblaron su danza, y la losa entonces, alzándose lentamente en el aire, dejó un hueco de la altura de un hombre. Una escalera de nácar y plata se descubría: el humo de los más ricos perfumes de la Arabia formaba espirales en el patio, y una claridad deslumbrante contrastaba con lo oscuro de la noche. — ¡Cuántos tesoros debe haber encerrados en ese subterráneo…! —decía la abuela, temblando de emoción, a su nieta. — Escuchemos, madre mía, me muero de espanto — añadió la joven. Los bultos seguían su baile al son de la pausada  salmodia, y ya las amarillas hachas estaban consumidas basta la mitad. En el círculo que formaba la piedra, gruesas gotas de cera parecían dibujar en el suelo signos extraños. De pronto, una música dulcísima se oía acercarse por grados. Entonces la escalera de nácar dio paso a un joven riquísimamente ataviado, y que deslumbraba, al par que por su hermosura, por los infinitos brillantes de sus vestidos. Con una sonrisa correspondió al saludo de los enmascarados, que a su vista agitaron las hachas, aunque sin parar sus movimientos. A seguida el joven, internándose en la oscuridad, se perdió de vista. Fortuna fue para la niña, que curada de su espanto, había contemplado al del subterráneo más de lo regular. En cambio la abuela no quité ojo de su magnífica pedrería. Ya para las dos mujeres la escena tuvo un doble atractivo. Pasó una hora; los bultos parecían rendidos de cansancio; más si por algunos momentos se detenían, la piedra bajaba a colocarse en su puesto. Era preciso continuar. También de las hachas sólo quedaban por arder algunas pulgadas. A este punto apareció el mancebo. La tristeza que demostraba su rostro era imponderable. Colocose en la escalera, y a modo de despedida pronunció estas palabras con suave acento: —Gracias, súbditos míos: a vuestras fatigas debo estos momentos dé libertad. Alá os lo premie. La piedra cayó de golpe concluidas que fueron estas frases, y sólo quedó, para enseña de tan misteriosa escena, las gotas de cera amarilla que se desprendieron de las hachas. Las dos mujeres se retiraron entonces a su dormitorio; ni una palabra cambiaron entre sí ni una señal de cruz hicieron al ver los azulados relámpagos que penetraban por las rendijas. Su pensamiento estaba fijo en otros lugares, y absortas en su consecuencia, obraban maquinalmente. Por fin, al acostarse exclamaron casi a dúo: — Abuela, es preciso que yo entre en ese subterráneo. — Nieta, es forzoso que yo saque lo que hay en él.


II

En el patio que ya hemos descrito y a la misma hora de la siguiente noche en que transcurrieron los anteriores sucesos, se ven dos mujeres.

Son nuestras conocidas, que apresuradamente recogen la cera que desprendieran los hachones. La anciana ha calculado que, para penetrar en aquel misterioso recinto, será preciso hacer las mismas ceremonias que los encubiertos.  He aquí por qué prosiguen afanosamente en su tarea. Al cabo de un minucioso  trabajo, logran hacer una vela del largo de una vara. —Todo está corriente -dijo la niña.

— ¿Pero te atreverás a meterte en ese subterráneo, caso de que levante la piedra...? -Déjame a mí el sitio del peligro.

 - Nada de eso, abuela; tengo formada mi resolución. Cogeré la más principal alhaja. Y contentándome con ella, no me detendrá la codicia, como si entrarais vos.

 — La Virgen te guíe, fue lo único que repuso la anciana.

- Ésta encendió la vela y se puso lentamente a bailar alrededor de la piedra. Sea que la losa tuviese ganas de tomar el aire, o alguna otra casualidad maravillosa, el hecho es que a las pocas vueltas se elevó a regular altura.

— Ya es la hora, nieta; pero sal pronto, que no confió mucho en mis fuerzas.

— Descuidad  — respondió la niña pisando el nácar de la escalera.  Un cuarto de hora habla pasado, y los movimientos de la anciana eran cada vez más torpes. Sólo quedaba de la tea el cabo por arder. La inquietud de la extraña bailadora era sin límites.

 — Nieta mía—exclamó con voz ahogada—la piedra se baja, mis pies no pueden ya sostenerme, y el cirio abrasa mis dedos; sal pronto, hija amada.

— Aguardad un instante, el joven me cuenta su historia, y yo quiero oírla.

— Huye — volvió a repetir la anciana—apenas te queda un claro por donde escapar. Yo no puedo moverme, la vela se apaga. Ven, ven pronto.

 — Esperaos — decía la argentina voz de la muchacha. Os subo un cajón de rubíes y diamantes. También hay oro.

— Maldito sea — murmuró roncamente la vieja. —Déjalo todo, abandona lo más precioso, pero corre, que si no, vas a ser enterrada en vida.

 — Ya estoy en la escalera  — abuela mía, —pero no veo. ¡Qué horror! ¿Dónde está vuestra luz?

— Nieta, nieta, la piedra va a cubrir el agujero, mi brazo arde en lugar de la vela; pero sal pronto... pronto...

Un grito de espanto fue la única respuesta de la niña. La piedra negra acababa de ocupar su círculo, y la bella joven quedaba sepultada para siempre.


III

Tres días pasaron, y la ronda, a instancia de los vecinos, echó abajo la puerta de la casa. El miserable ajuar de las dos mujeres estaba intacto, y nada indicaba robo ni violencia. Sin embargo, las dueñas no parecían. En vano fue el escrupuloso registro que en todo hicieron. Sólo un alguacil, conocido por el Podenco, afirmó que el montón de cenizas que en el patio se hallaban, pertenecían, salvo el parecer del escribano, al cuerpo de la anciana, a quien él, siguiendo inveterada costumbre, tenía por hechicera. Este aserto dio lugar a que corchetes y vecinas exclamaran tan sólo: Pobre Rufina! que en resumidas cuentas éste era el nombre de pila de la nieta, y que nosotros decimos, aunque tarde, para conocimiento de nuestros lectores. Pero por más que los fallos de la justicia son inmutables, y ésta dio la casa por enteramente deshabitada, todos los días, a las doce de la noche, un quejido lastimero ponía en alarma a los desvelados del barrio. La voz que producía la queja era tan pura y al par tan penetrante, que todos sentían una mezcla de compasión y espanto, que tenía en continuo ejercicio a los dependientes de la Santa Inquisición. Pero ¡tristes de ellos!  Aunque la voz sonaba debajo de la piedra no podían dar con la causa. Eso se quedaba para mis lectores, los que, si hubieran vivido en aquella época, podrían contarme, para que yo lo hiciera a los demás, el cómo fueron los funerales que, por el alma en pena de aquella casa, se costearon por una devota en la iglesia de San Juan de los Reyes.


IV

Algunos meses hace, según me afirma el que ha salido garante de la verdad de este relato, que fue derribada la vivienda en que existía la negra losa, al presente convertido el sitio en inmundo cascajar. Este importante descubrimiento me ha hecho desistir de la idea que tenía de cargar con la piedra para echarla encima de los atrevidos que dijeren no ser verdad cuanto en las anteriores líneas se contiene.



FIN

 

BIBLIOGRAFÍA.-

Tomado de "Las noches del Albayzín": Tradiciones, leyendas y cuentos granadinos (Madrid, 1885) de AFÁN DE RIBERA Y GONZÁLEZ DE ARÉVALO,

 


miércoles, 29 de noviembre de 2023

LA LEYENDA DEL CABALLO DE ALIATAR

"En un contexto como fue la guerra civil en la Granada nazarí,  se produce la llamada Leyenda del Caballo de Aliatar. Pero dadas las numerosas coincidencias históricas  -y entendiendo las normales exageraciones de un relato caballeresco como éste-  afirmamos que hay mucho de historia creíble en esta leyenda".

Hacia el 1482, en una tarde plomiza y lluviosa del mes de noviembre, los campos aparecían desiertos en todo lo que la vista podía alcanzar desde la propiedad del caballero don Pedro Manrique de Aguilar, el cual, desde la puerta de su señorial mansión, contemplaba el monótono caer de la lluvia. De pronto, el caballero quedó sorprendido al ver a lo lejos la figura de un hombre que avanzaba hacia él y que, cuando estuvo a su altura, le informó de que, mientras trabajaba en el campo, había visto llegar a un grupo de moros a caballo.

Don Pedro quedó sorprendido por la mala nueva, pues aunque las luchas entre moros y cristianos eran un mal endémico de la época, los combates habían ido menguando paulatinamente en los últimos tiempos y parecía existir una especie de tregua no apalabrada. El propio caballero era muy conocido entre los musulmanes por su bravura y, por este motivo le resultaba aún más extraño que se hubieran atrevido a incurrir en su desagrado realizando una incursión en sus propiedades.


Don Pedro, tras agradecer vivamente a su fiel colono el servicio prestado, decidió acercarse a inspeccionar los alrededores para comprobar lo sucedido. Podía ocurrir que los hombres avistados por aquel vasallo no fueran moros, sino bandidos disfrazados de tales para aprovechar el pavor que causaban los infieles entre los cristianos y facilitar sus correrías. El caballero tenía cuatro hijos ya mozos, tan fuertes y valerosos como él mismo, que, a la más leve indicación, le habrían acompañado. Sin embargo, prefirió ir sólo, así que montó a caballo y emprendió el camino hacia la parte de sus dominios donde había sido vista la partida árabe. Llegó a aquella zona de su propiedad bajo la pertinaz llovizna, pero ni vio a nadie ni percibió ningún ruido, por lo que pensó que los moros habrían decidido huir antes de correr el riesgo de enfrentarse con él. De pronto, sin saber de dónde habían surgido, se vio rodeado por un grupo de moros. Eran unos cuarenta jinetes escogidos entre los mejores, a cuyo mando se encontraba el alcalde de Loja, de nombre Aliatar, anciano ya por su edad, mas no por su fortaleza. Ambos hombres se conocían sobradamente, pues en los campos de batalla habían gozado de más de una ocasión para medir sus respectivos aceros.

Espada jineta de Aliatar

La rápida  aparición de los moros dejó indefenso a don Pedro incapaz de reaccionar. Sin embargo, aunque enemigos mortales, de raza y de religión, eran nobles y caballeros, por lo que no podían dejar de reconocerse mutuamente su bravura y su nobleza. Por ello se respetaban y admiraban.

- Te saludo, don Pedro.

 - Lo mismo digo, Aliatar

- ¿Por qué no han venido contigo tus cuatro hijos? ¿Dónde los has dejado?

- Están donde deben estar. No los he advertido de este suceso y por tal causa no me han acompañado. Ha sido decisión mía y su ausencia no es debida al miedo, si esto es lo que querías insinuar.

-No era esa mi intención, don Pedro, pues sé que tus hijos son bravos mozos. De casta les viene.

-He escogido acudir solo porque no me acababa de creer que tu audacia fuera tan grande como para llegar hasta aquí - contestó sin cierta dureza el caballero cristiano.

-Me habían alabado tanto tu maravillosa finca que no he podido resistir la curiosidad  -replicó con tranquilidad Aliatar-. Llevábamos doce horas de camino y la lluvia nos había dejado calados hasta los huesos. No te parecerá extraño que en estas circunstancias decidiera detenerme aquí en busca de cobijo para mí y para mis

hombres. Y por Alá que felicitó a  tus colonos por su idea de huir de nosotros y evitar la violencia. Sin embargo, sus fieles servidores habrían dado la alarma, como es su deber, y es muy posible que nos enfrentemos con las tropas del conde de Cabra. He decidido, pues, marchar hacia Carcabuey y es preciso que tú nos acompañes en calidad de rehén.

-Fija el precio para mí rescate que yo te prometo que si no es muy elevado lo tendrás en Loja dentro de dos días –contestó.

-Nunca he dudado de tu palabra de caballero, ni pienso dudar en estos momentos, pues estoy seguro de que cumplirás lo pactado  -explicó el moro-  pero no puedo aceptar, Don Pedro. Lo lamento por ti, pero no es el dinero lo que quiero, sino tu persona.

-Haz un canje con uno de los vuestros –propuso el cristiano.

-No tenéis en la actualidad ningún prisionero moro que valga lo que vales tú. Y lo siento de veras, don Pedro. Así que resígnate y síguenos con tu propio caballo.

Por orden de Aliatar los jinetes moros despojaron a Don Pedro de sus armas y las repartieron entre ellos antes de iniciar el camino. Como la situación de los agarenos era ciertamente comprometida al estar rodeados de territorio cristiano, Aliatar decidió marchar por el sitio menos frecuentado, es decir, por las asperezas de la extraviada senda de las Navas.

El paso se había convertido prácticamente en intransitable, debido a la lluvia que hacía que el suelo estuviera muy resbaladizo. Los jinetes debían pasar de uno en uno, con mucho cuidado para no resbalar y caer por los derrumbaderos que se extendían a ambos lado del camino. Las dificultados decidieron a los jinetes a descabalgar y llevar a sus caballos de las bridas. Don Pedro iba en el centro del grupo, justo por delante de Aliatar; ambos caminaban con tranquilidad, conversando, por lo que nadie hubiera podido suponer que uno de ellos era prisionero del otro.

La marcha se fue haciendo cada vez más penosa, hasta que la formación se deshizo y, en un momento dado, Aliatar y don Pedro se encontraron solos y aislados del resto. Pasaban por un lugar en cuyos bordes se veían espesas marañas y jarales, lo que animó al caballero cristiano a intentar la huida. Sin pensarlo, dio un fuerte empujón al alcaide moro y lo arrojó por el terraplén; el cristiano se arrojó detrás de él, sujetándole con fuerza y cubriéndole la boca con una de sus manos para que no emitiera ningún sonido. Una vez hecho esto, le obligó a esconderse con él en la parte más espesa de los jarales. La audacia del cristiano, más que encolerizar a su enemigo, provocó la admiración de Aliatar,

-Si haces el menos movimiento eres hombre muerto -le amenazó don Pedro al alcalde moro, al tiempo que apoyaba la acerada gumía del moro en su pecho. -No tengo otro remedio que  amenazarte de este modo, pues si los tuyos se dieran cuenta vendrían a buscarnos.

-Te doy mi palabra, Manrique de Aguilar, que no haré nada para llamar la atención de mi guardia. No hace falta que me amenaces.

Don Pedro bajo la gumía, pues se fiaba totalmente de la palabra de su prisionero, cuya caballerosidad se conocía en toda España. Al mismo tiempo, los jinetes árabes se  apercibieron de que ni su jefe ni el prisionero estaban ya con ellos y empezaron a buscarlos. Fueron momentos angustiosos para el cristiano, quien temía ser descubierto. Hubo un momento en que incluso lo creyó todo perdido, pues un par de jinetes musulmanes se detuvieron muy cerca de su escondite, tan cerca que casi podía tocarlos con las manos. Mientras, el alcalde, fiel a su palabra, no emitió ningún sonido.


El rumor de un nutrido escuadrón de jinetes cristianos que llegaban desde el lado contrario hizo huir a los caballeros moros. El grupo iba mandado por el conde de Cabra que, avisado por los colonos, había logrado sorprender a la partida de Aliatar. Su sorpresa fue aún mayor cuando vio salir de entre los jarales a
Don Pedro y a su noble prisionero. Don Pedro le explico lo ocurrido al conde de Cabra, Don Diego Fernández de Córdoba, quien le dijo:

En realidad, Aliatar es mi prisionero, aunque también sea vuestro. Si no llego a acudir los moros os habrían encontrado. Más no deseo vuestra gratitud, don Pedro. Ya tendréis ocasión de corresponder en el futuro. Si os he  invocado mi derecho al prisionero, no es por quitaros el mérito a vos, sino porque tenía ganas de encontrarme con el alcalde de Loja.

 -Es vedad cuanto dice el conde - reconoció el moro -. En Alora me hirió con su lanza y estuve a punto de caer en sus manos, pero logré escapar gracias a mi caballo. Miradle: su piel es atigrada, pero puedo aseguraros que es más valiente y fuerte que un tigre. Comprendo al muy noble conde que desee hacerme su prisionero  -el viejo Aliatar acariciaba conmovido a su noble y precioso bruto pues había temido perderlo durante la refriega. Ahora, se lo acababan de entregar de nuevo y el caudillo agareno estaba visiblemente enternecido-. Aunque esta vez, mi querido Leal, no podrás salvarme, - dijo a su caballo, igual que si pudiera entenderle.

La escena era conmovedora. El alcalde de Loja, encanecido por largos años de lucha, acariciaba a su caballo y le hablaba igual que al amigo más fiel. Eso movió a la compasión y la generosidad de los dos caballeros cristianos.

 - ¡Eres libre, Aliatar! - exclamo, de pronto, don Pedro Manrique de Aguilar.

 - ¡Si, eres libre! -le secundó el Conde de Cabra.

EI moro no podía dar crédito a aquellas generosas palabras y, cuando sus expresiones de gratitud hubieron terminado, les dirigió estas palabras:

- Ahora veo que es inútil seguir luchando contra vosotros. Sois bue-nos y generosos y  reconozco vuestra superioridad. De vosotros será la victoria definitiva. El dominio árabe en España tiene las horas contadas.

La lluvia, que continuaba cayendo, había dejado los caminos intransitables, por lo que el caudillo moro tuvo que aceptar la hospitalidad que, para pasar la noche, le ofrecían los caballeros cristianos. Sin embargo, cuando estaban llegando a la ciudad, descubrieron que el río se había desbordado. Tanto habían crecido las aguas que no se distinguía por parte alguna paso vadeable. El grupo se detuvo contrariado, pero Aliatar se adelantó hacía el conde de Cabra y se ofreció para abrir el camino con su caballo Leal. El conde dio su permiso y todos pudieron ver, asombrados, como Aliatar espoleaba a su corcel que, sin dudarlo, atravesaba la inmensa avenida de la corriente con la misma seguridad que si pisara sobre el firme pavimento de un camino real Todos consiguieron atravesar por donde había señalado Aliatar, un paso que todavía hoy se conoce como "el Vado del Moro".


Tras pasar la noche, Aliatar emprendió el camino hacia Loja. Los dos caballeros cristianos le acompañaron varias leguas. El caudillo moro llevaba consigo valiosos obsequios y no cesaba de alabar a los cristianos.

- Me habéis vencido y, aunque ahora soy libre, es como si estuviera maniatado.

- ¿Por qué, Aliatar?

- Me hallo maniatado para siempre porque jamás podré luchar contra vosotros. Vuestra hidalguía y generosidad me han desarmado.

- No hemos hecho otra cosa que ser dignos de ti. Eres uno de Ios más nobles de tu raza.

-Os doy mi palabra de caballero que jamás mis soldados volverán a invadir vuestras tierras –afirmó el moro quien descendió de su caballo Leal, lo tomó de las riendas y lo entregó a Don Pedro Manrique de Aguilar. -¡Toma! ¡Es tuyo! En recuerdo de que conseguiste hacerme prisionero.

-Yo te ofrezco a cambio mil alazán –repuso el cristiano- y también en recuerdo de que conseguiste hacerme prisionero.

- Que Alá os guarde  -exclamó  Aliatar antes de lanzarse velozmente por el camino a galope tendido.

Yo te ofrezco  a cambio mi alazán –repuso el cristiano- y también en recuerdo de que conseguiste hacerme prisionero.

-Que Alá te guarde –exclamó Aliatar antes  de lanzarse velozmente por el camino a galope tendido.

Leal permaneció inmóvil, siguiendo con la mirada a su amo que se alejaba para siempre. Su nuevo amo, Don Pedro, quiso acariciarlo  como lo hacía el moro, pero todo fue en vano. Bien merecía el nombre de Leal, pues según la tradición, a los pocos días, el vigoroso corcel murió de pena.


NITO


BIBLIOGRAFÍA

-Adaptación tomada de Luciano García del Real:  HISPANIA INCÓGNITA.

-LAS LEYENDAS: España desconocida .- Volumen II

 

 

 

 

 

 

miércoles, 1 de noviembre de 2023

EL AVIÓN BEECH "BONANZA" DE SIERRA NEVADA




NOTA de AVIATION CORNER

 Esta avioneta es importada de Suiza por Carlos Alós Soler, en Suiza voló con el Registro HB-EIA. Se matricula en España el 27 de Abril de 1966, siendo esta matrícula nueva en la base de datos de Aviatión-Corner. Con fecha del 14 de Marzo de 1979 pasa a propiedad del Real Aero Club de Granada. El 19 de Abril de 1981 esta avioneta causa baja en el Registro español debido a un grave accidente en Sierra Nevada en el que perecieron todos sus ocupantes.

 

LA BONANZA DE PEÑA MADURA

 INTRODUCCIÓN

EN Sierra Nevada (Andalucía), la Yabal Sulayr (Monte del Sol) como la denominaban los árabes, los restos de 11 aeronaves militares y civiles se encuentran entremezclados con las rocas metamórficas que forman esta cadena montañosa, que se precia de tener entre sus cimas el relieve más alto de la Península Ibérica, el Pico Mulhacén, con 3.478 metros.

Avionetas deportivas y de entrenamiento, aviones de pasajeros y carga, helicópteros e incluso un bombardero “aterrizaron” por última vez aquí cerca de la montaña más alta de la Península Ibérica, algunos a 3.000 metros de altura.

En algunos casos fueron accidentes realmente trágicos, con una elevada pérdida de vidas humanas; en otros, éstos pueden tratarse, sencillamente, de un milagro.


Datos de la aeronave

MODELO: Beech M35 Bonanza

MODELO: Beech M35 Bonanza

NÚMERO DE FÁBRICA: D-6265

MATRÍCULA: EC-BEA

PROPIETARIO: Real Aero Club de Granada.

FECHA Y LUGAR DEL ACCIDENTE: 19 de abril de 1981. Loma de Peñamadura, Dúrcal (Granada).


Historia del vuelo

El día 19 de abril de 1981, la Beech M35 Bonanza con matrícula EC-BEA despegó del Aeropuerto de Granada a las 11:05 horas con plan de vuelo VFR y destino al Aeródromo de Cortijo Grande (Almería); hora estimada de llegada: las 12:00.

A los mandos se encontraba Fernando Marín Aznar, que llevaba como pasajeros a su mujer Mª. Angustias Martín Moreno y los tres hijos del matrimonio: Gonzalo, Fernando y Jorge.

El vuelo de Granada a Cortijo Grande se podía realizar por dos rutas distintas. La primera —más larga— consistía en desviarse hasta la costa e ir hacia Almería por esta; la segunda consistía en dirigirse hacia el Este, rodeando Sierra Nevada. El día del accidente, la zona sur, que constituye la salida natural hacia la costa, tenía una meteorología buena para la realización de vuelos VFR, no así la ruta este, pues Sierra Nevada permanecía muy cubierta y se notificaron cúmulos en la zona norte de la misma, considerando que ese día las condiciones en esta segunda ruta eran difíciles. Tras despegar, la última comunicación con la torre del Aeropuerto de Granada se estableció a las 11:06 horas, pasando la avioneta a la frecuencia de la torre de Armilla para pedir información. A las 1,08 horas el piloto de la EC-BEA se puso en contacto con otra avioneta, en la que se encontraba su antiguo profesor de vuelo del Real Aeroclub de Granada, quien le indicó que las condiciones meteorológicas al norte del Veleta eran difíciles y que pudo ver cómo la EC-BEA, hacía 360º entre la ciudad de Granada y la ruta a Guadix a efectos de ganar altura. Este fue el último contacto radio y visual que se tuvo con la avioneta.



A las 13:45 horas, al no tenerse noticias de la EC-BEA, Control Sevilla dio la alerta INCERFA, a las 15:01 la de ALERFA y a las 16:30 la de DESTREFA. La búsqueda aérea se inició el día 20, a las 06:00 horas, por medio de un helicóptero del SAR que despegó del Aeródromo de

Córdoba, la cual tuvo que ser interrumpida hasta las 09:00 horas debido a las adversas condiciones meteorológicas. Una vez reanudada la búsqueda, se sumaron a estas tareas una avioneta del RAC Almería y dos del RAC Granada. La Guardia Civil comunicó al Aeropuerto de Granada y a las aeronaves en vuelo, que habían divisado una mancha azulada en la cumbre del Cerro Los Machos. Finalmente, el helicóptero del SAR localizó, sobre las 11:30 horas, a la EC-BEA estrellada en la Loma de Peñamadura, en las proximidades de la Laguna de las Yeguas. Lamentablemente no había supervivientes; trágico accidente, sin duda alguna. Don Fernando Marín tenía un total de 264 horas de vuelo y su esposa doña Mª. Angustias Martín había terminado el curso de piloto privado y estaba en espera de recibir la correspondiente licencia.


Inmediatamente se iniciaron las operaciones de rescate desde la Base Aérea de Armilla. Siendo imposible alcanzar por tierra el lugar del siniestro, todas las operaciones tuvieron que realizarse por medio de un helicóptero. Dichas operaciones se completaron, debido al mal tiempo, dos días más tarde. La zona en la que se produjo el impacto está constituida por monte rocoso, y las indicaciones eran que la avioneta había colisionado con el terreno a una gran velocidad de descenso, no existiendo dispersión de restos. La forma de las roturas indicaba que la aeronave se había visto sujeta en el momento del impacto a fuerzas anormales de gran intensidad. La inspección ocular determinó que el motor estaba parado o a muy baja potencia, y el estudio de las roturas no evidenció que estas fueran anteriores al impacto contra el terreno.

Según el análisis del accidente, incluido en el informe técnico emitido por la CIAIAC, los acontecimientos se debieron desarrollar de la siguiente manera: «Tras su despegue, la aeronave ganó altura con objeto de poder sobrevolar la sierra, y haciendo el piloto caso omiso a las indicaciones que respecto a la meteorología de la zona se le hicieron, se dirigió a la zona norte de Sierra Nevada, donde probablemente se vería rodeado de nubes y sin condiciones necesarias para vuelo visual. No se pudo establecer cuáles fueron entonces sus propósitos, pero parece evidente que la avioneta se vio atrapada por una descendencia u onda de montaña, que la llevó contra el terreno. El hecho de haberse encontrado el motor parado o a baja potencia, parece indicar que el piloto debió reducir gases con objeto de disminuir los movimientos producidos por turbulencias. Asimismo todo indicaba que la colisión con el terreno debido a las descendencias cogió de improviso al piloto, lo que hace suponer que se encontraba volando con visibilidad nula o muy reducida. <El accidente se produjo porque el piloto no evaluó convenientemente las condiciones meteorológicas existentes en la ruta, por lo que llevó a la avioneta a unas condiciones de vuelo difíciles, en las que se produjo la colisión contra el terreno. Por tanto el accidente se clasificó dentro del apartado a) del Decreto 959/74 del 28 de marzo que textualmente dice: Actuación física, moral o técnicamente defectuosa o irregular del comandante o tripulante de la aeronave>

La avioneta 

La Beech M35 Bonanw fue fabricada en 1999 por la Becch Aircraft Corporatión en Wichita (Kansas) y su número de fábrica era el D-6265. • Fue adquirida por un particular y matriculada HB-EIA en Suiza. • En 1966 fue adquirida por el presidente del Aero Club de Barcelona, Carlos Alós Soler, y recibió la matrícula EC-BEA • En 1968 ganó la Vuelca Aérea a España a los mandos de Carlos Alós Trepat -a la postre campeón de España de acrobacia aérea- y su padre Carlos Alós Soler. En fecha que desconocemos fue trasferida al Real Aero Club de Alicante. El 14 de marzo de 1979 fue transferida al Real Aero Club de Granada. En el momento del accidente la avioneta había totalizado 1.412:45 horas de vuelo, y su motor Continental 10-470-C (número de serie 71981-96) el mismo número de horas de funcionamiento. Su certificado de aeronavegabilidad era el 726.

Especificaciones técnicas

TIpo: avioneta deportiva.

PLANTA MOTRIZ: un motor Continental 0-470.

Velocidad máxima. 338 km/h.

TECHO DE SERVICIO: 6.490 in.

AUTONOMIA: 1.700 km.

ENVERGADURA: 10,00 01.

LONGITUD: 7,67 M.

SUCESOS.- Perecen los cinco miembros de una familia al estrellarse una avioneta en Sierra Nevada Todos los periódicos indicaban, erróneamente, que la avioneta se había estrellado en las cercanías del Cerro Los Machos, pico situado entre el Pico Veleta y el Mulhacén, y no en la Loma de Peñamadura. “Ideal”. Edición del 21 de abril de 1981. (Hemeroteca BNE)



Lugar del accidente y restos

La EC-BEA cayó en la larguísima Loma de Peña Madura, cerca de los Tajos del mismo nombre, en la vertiente que da cara a los mismos, y prácticamente en la divisoria de aquella, a una altura de 2.450 metros. El lugar del accidente se encuentra,  ascendiendo la loma, a unos 300 metros de un gran y característico hito de piedras que desde la distancia parece ser un vértice geodésico.

Actualmente poco queda allí de la Bonanza, tan solo algunos fragmentos del revestimiento de aluminio, que se encuentran muy dispersos en la zona de impacto. Bajo el hito de piedras anteriormente citado, existe un corral de piedras en el que es posible encontrar algunos restos, así como en la pequeña vaguada, situada en plena loma, que se encuentra justo al lado del lugar del impacto.





NITO



Bibliografía
Loa aviones de Sierra Nevada.- de Michel Lozares Sánchez
Diario Ideal de Granada. (Hemeroteca)
Prensa nacional

viernes, 29 de septiembre de 2023

EL BAPTISTERIO DE LAS GABIAS




Notas previas

 Descubierto en 1920, fue declarado Monumento Histórico Artístico en 1931 y Bien de Interés Cultural en 2002, aunque ha seguido perteneciendo a los herederos del antiguo propietario del terreno

 Fue objeto de una primera excavación en 1922, de la que han desaparecido la mayoría de los restos de decoración que se encontraron, y se volvió a excavar en 1979.

 Las últimas investigaciones realizadas han descubierto en su entorno los restos de una villa romana por lo que en diciembre de 2002 se amplió la declaración como Bien de Interés Cultural a toda «Zona arqueológica de la villa romana de Las Gabias».

A finales de los noventa, el periodista Javier Cárdenas, entonces colaborador de Crónicas Marcianas, daba a conocer a toda España a la familia Rojas, guardianes de un baptisterio paleocristiano erigido en el primer siglo de nuestra Era. Unos años más tarde, era el programa de Callejeros, el que volvía a contactar con la familia a cargo del monumento.

 Los tres hermanos, Josefina, Miguel y Encarnita, generaron todo un fenómeno que atrajo todo tipo de turistas y curiosos a la localidad de Las Gabias, ubicada a unos diez kilómetros de la ciudad de Granada.

 El abuelo, Francisco Serrano, fue el que en 1919, arando, descubrió lo que en un principio creyó que era una mina. Rápidamente, el labrador, conocido en el pueblo como El Toleo, realizó las primeras excavaciones por su cuenta, empleando para ello varios peones de la localidad.

 Resultó que aquella roca no era sino una pequeña parte de una construcción de la época del Imperio Romano. Desde entonces, la entrada del ya mítico Baptisterio Romano ha pasado de generación en generación hasta llegar a manos de los tres hermanos que se dieron a conocer en televisión. Sin embargo, ¿qué esconde aquel monumento paleocristiano y qué ha sido de sus protectores?

La cúpula emerge del interior sobre antiguos sembrados

 Medidas contra el expolio

 Encarnita fue la última descendiente de El Toleo que quedaba con vida después de que sus hermanos Miguel y Josefina murieran. El 12 de octubre de 2018, a los 91 años de edad, Encarna Rojas también fallecía dejando su amado Baptisterio Romano ante un futuro incierto.

 Durante años, la familia Rojas custodió aquella entrada y cuidó el Baptisterio en honor a su abuelo. Desde el Ayuntamiento de Las Gabias recalcan que su implicación emocional y su afán por conservar en buen estado el monumento es digno de agradecer. "Hay que dignificar las figuras de estas personas ya que han hecho todo lo posible por mantenerlo limpio y conservar  la custodia de entrada", declara el técnico de Cultura del Ayuntamiento de Las Gabias a EL ESPAÑOL.

 Aparte del turismo, la fama de los hermanos Rojas también atrajo a gente que en más de una ocasión intentó forzar la cerradura. Encarnita se dedicaba a proteger aquella puerta para que nadie pudiera entrar sin consentimiento en una construcción de un valor todavía por calcular. Desde que falleció, la finca en la que se encuentra la entrada al Baptisterio Romano no goza del cariño que le profesaba su última propietaria. La maleza ha crecido y el recinto se encuentra un tanto abandonado.


Cúpula del interior del Baptisterio Romano del siglo I. 

 Ha sido el propio Ayuntamiento el que, sin tener una resolución clara acerca del futuro del monumento, se ha encargado de su custodia. "Se ha llegado a cambiar el candado y se han implantado medidas para que no se produzca ningún expolio", comenta el técnico a este periódico.

 En el vídeo que se viralizó, el hermano Miguel comentaba que había más de 500 romanos enterrados en el baptisterio. Asimismo, también existen leyendas místicas sobre la aparición de espíritus y el enterramiento de tesoros, lo cual ha creado una oleada de vandalismo que buscaba enriquecerse a través del expolio. "El tesoro es histórico, no material", recuerdan desde el Ayuntamiento.

 ¿A quién pertenece ahora?

 De todos modos, los habitantes de Las Gabias son conscientes de la importancia del Baptisterio Romano. De hecho, si se precisara, técnicamente sería un Criptopórtico en lugar de un baptisterio. El monumento en ningún momento sirvió para bautizar a los romanos y la entrada es solo una pequeña parte de un complejo mayor.

El pasillo

 El yacimiento, en su totalidad, está compuesto por dos partes: una villa de la época romana tardía y el edificio subterráneo, es decir, el criptopórtico que comúnmente es confundido con el baptisterio. Se accede a través del derrumbe parcial de un largo corredor o galería con bóveda de cañón, hecha de mampostería, como los muros que la sostienen. Sus dimensiones son de 2,10 metros de ancho por 2,80 metros de altura. La longitud, por otra parte, es de 30,50 metros.

Escalera del criptopórtico. Ayuntamiento de Las Gabias.

 De todas estas fincas que albergan restos romanos, tres de ellas están registradas con derecho de propiedad de la Junta de Andalucía. Es una cuarta, la entrada, la que seguía en manos privadas. Tras la muerte de su última propietaria, la entrada al criptopórtico es responsabilidad de la Delegación de Hacienda y según indican desde el Ayuntamiento "están dilucidando si pasa a ser de propiedad estatal, autonómica o municipal —en caso de la no existencia del herederos privados—". Tampoco podría visitarse puesto que la entrada no cuenta en estos momentos "con todas las garantías necesarias".

 No obstante, el Ayuntamiento espera que pronto pueda haber una resolución que les permita actuar en el mal llamado Baptisterio Romano del siglo I. "Tanto la alcaldesa como la Concejalía de Cultura tienen ganas de llevar a cabo un proyecto serio y avalado por profesionales del mundo romano para investigar a fondo este recinto", señala el técnico de Cultura.

Parte de los restos aparecidos en 1920

¿Qué falta por saber?

 Tal y como considera la antropóloga Natalia Santiago, actualmente hay una clara falta de investigación y de excavación completa del criptopórtico. Un ejemplo de ello sería la falta de información de la posible existencia de una segunda planta a la que se accede por las escaleras de caracol y que se ubica justo debajo del criptopórtico.

 El proceso de estudio del Baptisterio Romano ha sido complicado desde su descubrimiento entre los años 1919 y 1920. Después de las excavaciones privadas de Francisco Serrano, fue el reconocido arqueólogo Juan Cabré el encargado de descifrar las incógnitas de un hallazgo que él calificó como Baptisterio Bizantino. En este proceso, se hallaron teselas de mármol blanco con restos de policromo, restos escultóricos y placas de mármol con motivos florales.

Acceso hoy al Criptopórtico de Las Gabias

 El conflicto entre los poderes públicos y las propiedades privadas, las cuales han ido expropiándose con el paso de los años, siempre ha sido un inconveniente en este sentido. En un informe de la década de los ochenta facilitado por la Concejalía de Cultura y al que ha tenido acceso EL ESPAÑOL, se menciona que los "absurdos" e "incomprensibles" trámites burocráticos impidieron en su momento la tan necesaria excavación.

 Según escribe la antropóloga, la familia Rojas podría haber modificado ciertos elementos del criptopórtico desde su hallazgo. Para más inri, 1995 fue el año en que se detuvieron las investigaciones más exhaustivas de este complejo paleocristiano, por lo que todavía quedan muchos datos por recopilar. 

 Ahora, el Ayuntamiento espera poder realizar una nueva iniciativa que por fin pueda responder a todo lo que falta por saber sobre este histórico y polémico Baptisterio Romano del siglo I.  Al fin y al cabo, recordando las palabras de la difunta Encarnita, ¿a quién no le va a gustar?

 



NITO