jueves, 24 de agosto de 2017

LA HUELLA DE TORRES BALBÁS



El arquitecto, Leopoldo Torres Balbás, de ascendencia montañesa-andaluza será quién suceda a Modesto Cendoya  en el puesto de conservador de la Alhambra.  Se trataba de un profesional de extraordinarios conocimientos  formado en las filas progresistas de la Fundación “Francisco Giner de los Ríos” y de la Institución Libre de Enseñanza.  La acogida, al principio, no pudo ser más fría.

Todavía algún periódico de la fecha, recordaba el “atropello” del cese de Cendoya. El mismo que decía: “Ni cumplo lo legislado ni me creo en el caso de cumplirlo”, dicen que le había dicho  Modesto Cendoya a un ministro. No es extraño que asi  fuera. Encajaba en el talante del discutido conservador de la Alhambra.


Pero esto no arredra en absoluto al recién llegado, que empieza sin demora a conocer la situación y los problemas más acuciantes del valioso recinto histórico, planteándose posibles soluciones. Torres Balbás, científico de alto nivel, ya de prestigio notable en aquella España progresista, millonaria de horizontes nuevos, destinada a morir con la II República, va a desarrollar en la Alhambra sus grandes conocimientos de arquitectura hispanomusulmana.

Don Leopoldo Torres Balbás

Igual que Cendoya  y su etapa han tenido un excelente estudioso en Álvarez Lopera, Torres Balbás y su obra lo han tenido en Carlos Vílchez Vílchez. Su libro “La Alhambra de Leopoldo Torres Balbás”, en indispensable para conocer la labor desarrollada en el recinto monumental, por este conservador que duraría trece años en el cargo. “Debemos afirmar  -Dice Vilches- que sin ningún género de dudas, la Alhambra actual, de valores universales para el arte, arqueología y arquitectura, y la más auténtica, desde el punto de vista histórico, fue la de Torres Balbás”.

El nuevo conservador no quería engañar a nadie y, desde el primer momento, anunció públicamente su punto de vista conservacionista, “criticando duramente la teoría restauradora de los que han querido devolver a los palacios árabes su estructura medieval”. Ajustándose fielmente, a este ideario, torres Balbás empezó enseguida la inteligente y admirable labor que realizó en la Alhambra y el Generalife. No hubo, durante su etapa, patio, escalera, mirador, jardín, torre, muralla, aposento, fuente, que no fuera debidamente atendido por el conservador. Ni tejados, techos, cubiertas, decoraciones o restos que pasaran sin atención y tratamiento correcto.

Ya sabemos que en Torres Balbás había un apasionado de las tesis conservadoras. “Siempre había estado preocupado por la mala conservación de nuestros monumentos –subraya Vilches-, pero sobre todo por la pésima restauración que se seguía en España”. El mismo criterio aplicó a los jardines. Después de los estudios necesarios, puso en marcha una operación de plantaciones, eligiendo siempre las especies indicadas en cada punto, en cada perspectiva: Cipreses, cedros, laureles, sauces, adelfas, pino, rosales. A la vez, se ejecutaban trabajos largo tiempo aplazados, de reparaciones, cimentaciones, limpiezas…



EL PENSAMIENTO DE BALBÁS
  “Las obras que realicé en la Alhambra durante catorce años fueron de estricta conservación y de máximo respeto a todo lo antiguo, con un criterio: Conservar y reparar casi siempre, restaurar tan sólo en último extremo y de tal manera que la obra moderna se distinga claramente de la vieja, huyendo de toda falsificación y superchería, condenable por lo inmoral, anticientífica y nunca artística”.

En apenas Díaz años, la huella honda, poderosa, del estilo “Torres Balbás” es ya visible, no ya en la Alhambra, sino en el resto del patrimonio artístico de la ciudad, del que es igualmente responsable como arquitecto-jefe de los monumentos de Andalucía Oriental y Murcia. Igual que se suceden, numerosas y afortunadas, sus actuaciones en los solares alhambreños: el palacio de Comares, la Plaza de los Aljibes, Lindaraja, el Mexuar, el Partal, también, al cabo del tiempo, serán decisivas y correctas las intervenciones de Torres Balbás en la recuperación de otras piezas arquitectónicas valiosas. Por ejemplo, el hermoso y nostálgico palacio de Dar-al- Horra, que se encontraba en estado francamente ruinoso. El Corral del Carbón, adquirido por el Estado oportunamente –estaba a un todo de ser derribado- y encomendado a torres Balbás, que realizó en el interior y, sobre todo, en la espléndida portada, el trabajo que exigía garantizar su pervivencia sin alterar su genuina decrepitud. También pone en práctica Torres Balbás una feliz iniciativa: Trasplantar a los bosques de la Alhambra el antiguo Arco de las Orejas, de la plaza de Bibarrambla, derribado en una de aquellas “operaciones de higiene pública”, al que tan aficionados fueron los españoles del siglo XIX. Sin olvidar la consolidación y mejora del antiguo Convento de San Francisco “convertido luego en el actual Parador” donde la II República instalará una residencia de artistas




En 1935, cuando Torres Balbás decidió suprimir la cúpula de sabor bizantino del Patio de los Leones, colocada casi un siglo antes, se verá envuelto en una de las polémicas más violentas, borrascosas y agresivas de la historia de nuestro siglo xx. Se levantó enseguida un clamor de indignación popular que dejó estupefacto al propio arquitecto conservador, convencido de haber tomado una determinación correcta en escenario tan importante. “No fue una intervención irreflexiva  –dice Carlos Vilches-, sino adoptada con un profundo conocimiento de las artes musulmanas, mientras que el intento de Pugnaire había carecido de cualquier garantía científica”. Pero ningún razonamiento científico –y los hubo semejantes en aquel momento- bastó para calmar la tensión de la polémica. 


Se trataba de haber devuelto al célebre patio su imagen auténtica, sin añadidos de más que dudosa propiedad. Y eso era lo que había hecho Balbás. Ningún razonamiento fue admitido. Los granadinos, hábilmente trabajados por los adversarios del arquitecto, se mostraban iracundos por haber perdido la imagen pintoresca y exótica de aquella cupulilla de escamas vidriadas, “que era la de siempre”, la que habían visto ellos y sus padres toda la vida. En 1934 y 1935, los años de la discutida reforma, empezó una escandalosa operación “anti Torres Balbás”, en un necio empeño de descalificar su más que probada autoridad científica y de acusarle de desinterés por la Alhambra, puesto que la compartía con funciones docentes en Madrid. Como separada por una profundísima la zanja –que ya apuntaba otra zanja mortal muy cercana-, Granada se dividió en dos. Contra lo ejecutado por Torres Balbás se alzaban las voces de los sectores inmovilistas de siempre. “Será la Granada pseudointelectual, la que provoque una de los mayores daños morales y profesionales a Torres Balbás cuando desmonta la cúpula del templete oriental del Patio de los Leones”, dice Vílchez.


 A favor de la reforma realizada estaban los hombres relevantes del arte y de la cultura de la época, Gallego Burín, García Gómez, Prieto Moreno. En el fragor del estruendoso enfrentamiento, hasta Manuel de Falla tomó partido y se pronunció a favor de lo hecho por el arquitecto conservador. Pero el músico, asustado del encono y hostilidades personales que avivara la hoguera permanente de los periódicos, tertulias y reuniones, se retiró prudentemente de la refriega. Gallego Burín y su grupo, siguieron ponderando aquella transformación que había devuelto al famoso Patio de los Leones su auténtica fisonomía.
Todo esto, absolutamente indigno porque enmascaró turbiedades muy propias de la política de aquellos azarosos años, inició el declive de Torres Balbás en Granada. Vilches denuncia lo acontecido: “ El largo episodio que condujo al rechazo de la labor realizada por Torres Balbás en la Alhambra desde 1923 a 1936, es sólo parte de la manifestación de desagradecimiento de nuestra sociedad granadina, que tantas veces ha sabido, y sale, de las cavernas de la conspiración tanto política como cultural”.



La guerra incivil, un año después de la polémica, hizo lo demás.  Torres Balbás fue sustituido en sus funciones. Viviría hasta 1954, realizando lo mejor del resto de su obra en la recuperación de la Alcazaba de Málaga, que hubiera desaparecido a no ser por su intervención. Aquel profundísimo conocedor de las artes hispano musulmanes y del Norte de África, no volvió a poner su mano en la Alhambra.



 NITO