Es muy probable que no existan unos versos más descriptivos, más sentidos y más conocidos que los de Francisco A. de Icaza, aquellos que recomiendan: «Dale limosna, mujer ». Unos versos que se leen y repiten todos los días del año, centenares, miles de veces, por gentes de todo el mundo. Que se fotografían, adquieren en soporte 'souvenir' y se conservan en hogares de los cinco continentes mientras reiteran sin cesar la más sucinta y acertada recomendación que jamás se haya escrito para pregonar el atractivo de nuestra ciudad.
Pues bien, un 27 de junio, de hace casi 60 años, en pleno Festival de Música y Danza, el entonces Director General de Bellas Artes, Antonio Gallego Burín, hizo colocar en el mirador del jardín de los Adarves las piezas de cerámica de la lápida que recuerda el hermoso canto de los cuatro versos del escritor mexicano.
Es curioso recordar que, siendo aún adolescente Francisco A. de Icaza, su alma sensible de poeta le hiciera presentir el atractivo de Granada desde su lejano Méjico. «Se había creado la visión de un paraje mágico, de un lugar de ensueño, que un día iría a conocer: Granada. En cuanto pudo, a los veinte años, su primera peregrinación deslumbrada fue hacia aquí». Pero no sólo el encanto natural del paisaje abierto y monumental enamoró al escritor y diplomático, hubo una granadina, « una mujer muy rica y muy guapa, que dicen que fue el amor de Alfonso XII», según recordaba Mercedes Sanz Bachiller en un capítulo sobre 'La guerra civil española, 70 años después', publicado en 'El Mundo'. Aquella mujer, que cautivó el corazón perceptible de Icaza era Beatriz de León, hija y nieta de una estirpe de oficiales de Caballería, todos ellos maestrantes de Granada.
Al casarse, en torno a 1898, el viaje de novios tenía que incluir necesariamente la ciudad que aunaba sus dos amores. Y es así, y aquí, cómo, de manera espontánea, surge el primer verso. Paseaban los novios por parajes alhambreños cuando un ciego tendió su mano en demanda de una dádiva. El escritor se dirigió a su joven esposa: «Dale limosna, mujer». El resto debió brotar de forma serena y espontánea de sus labios: «Que no hay en la vida nada, como la pena de ser, ciego en Granada».
Gallego Burín había formulado en su intervención de aquel mediodía una pregunta razonable. ¿No sería aquel ciego el que Ángel Ganivet describió, pidiendo limosna, arrodillado y en silencio, junto a la Puerta de la Justicia? En efecto, pudo ser el mismo que unos años antes inspiró un hermoso poema al escritor granadino:
«¿Cómo pide si no habla,
si a nadie sus ojos miran?
No puede hablar, porque es mudo,
habla su mano extendida;
ni puede ver, porque es ciego,
mas, su mano tiene vista.
Y entonces, ¿cómo no llora,
lamentando su desdicha?
Cómo, hijo, quieres que llore
si están secas sus pupilas?».
En el Festival de aquellos años era muy frecuente la presencia de aficionados madrileños que, desde 1952, descubrieron Granada como la ocasión ideal de escuchar y ver a grandes figuras de la música y la danza, que no habían tenido la oportunidad de presenciar en Madrid y que podían aplaudir aquí en un ambiente de ensueño. El grupo más destacado lo integraban aquellos que el inefable Miguel Utrillo denominaba entonces como «la condedumbre». Desde el Infante José Eugenio de Baviera, al embajador Marqués de Bolarque o el escritor José María Pemán. Desde la Duquesa de Lécera, a la Condesa de Yebes o la Marquesa de Llanzol, Sonsoles de Icaza, hija también del poeta, y cuya hija, Carmen Díez de Rivera, fue la recordada 'Musa de la transición', mujer de enorme personalidad y belleza. Y, como es natural, Carmen de Icaza, que había heredado la raíz literaria de su padre y la hermosura de su madre granadina.
NITO
1 comentario:
Mi querido Nito una muy buena intervención sobre Izasa solo te faltó decir que este famosísimo poema está en la torre de la Sultana cxamino de los jardines del Partal.
Antonio Montufoundifiti
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