martes, 5 de enero de 2016

EL ORO DEL REY MAGO MELCHOR



«Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra».
Así recoge la Biblia (Evangelio de Mateo 2, 11) la adoración de los Reyes Magos de Oriente al niño Jesús, que había nacido en Belén en un pesebre. Cada uno de los presentes con los que obsequiaron al Mesías tiene una simbología particular.

Melchor llevó oro, reconociendo a Jesús como Rey de Reyes, pues este material está asociado desde tiempos inmemoriales con el poder; Gaspar hizo lo propio con el incienso, identificando a Jesús como Dios, ya que el incienso era un aroma que se ofrecía a la divinidad. Baltasar, por su parte, lo hizo con la mirra, quizás el regalo más misterioso y desconocido de los tres que recibió Jesús en su pesebre. La mirra representaba a Dios como hombre.
La mirra en realidad tiene poco de misterio, aunque quizás sus muchas utilidades propician la intriga que la rodea. Otras culturas la han utilizado a lo largo de los siglos. Sobre todo en la antigüedad, en África, Turquía o Arabia, lugares de donde es propio el Commiphora myrrha, el árbol que rezuma esta resina que es en realidad la mirra. Amarga y aromática, resultaba por entonces muy útil para elaborar perfumes, pero también ungüentos que aliviaban el dolor y ayudaba en el pasaje final de la vida.

Hasta aquí, la Santa Tradición, pero…¿dónde empieza la leyenda? (no olvides, oh lector amado, que estás en Granada).

Los tres regalos: Oro, incienso y mirra

Leyenda granadina para ser leída en la Noche de Reyes.-

Siempre ha mantenido “La Murga” la tesis de que Melchor era granadino, pero nunca explicó las razones ni aportó prueba alguna que condujeran a tal afirmación.
Hoy vamos a levantar solo un pico del velo que cubre este misterio.

Nos, hemos tenido la suerte y el privilegio de curiosear entre los legajos de fray Juan de Cava y que fueron atesorados por el ínclito Francisco Izquierdo que disfrazó tales galimatías históricos en los fingimientos granadinos.  
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Antiguo lavadero de oro en Cenes de la Vega (Granada)

“…El galimatías o amaño filológico sirve de coartada al parentesco filial de Granada con Sión (una taza más de caldo judío).
Melchor era venidero de David, y por tanto, de Salomón, el rey que mandó su flota  para importar oro del Ophir, pero no del Ophir oriental, como asegura el Libro de los Reyes, ni de la costa africana de Safala o de allende la India, “ni siquiera de Cádiz –afirma rotundamente el reverendísimo padre descalzo fray Juan de Cava- sino del término fértil de Granada, concretamente de Valparaiso... por donde fluye el Darro”. 




Resulta que siete siglos más tarde, Demetrio II de Siria, al devolver la independencia a los judíos, justamente en el año 143 a. de C., les restituyó la explotación de los yacimientos de Ophir, los granadinos, y envió a Daniel para que los administrara y continuara surtiendo “la fina púrpura de Casio” al imperio seleúcida. Daniel tomó asiento y casa en el Paseo de los Tristes, se casó con una iliberitana, o séase del Albaycín, y del matrimonio nació Melchor, biznieto de Judas Macabeo, el que fuera caudillo  judío y gobernador de Palestina. Al morir su padre Daniel, el futuro Rey Mago se convirtió en poncio del mercado exportador de oro, en riquísimo traficante.




Melchor, que había sido bien educado por los rabíes y sabios masoretas, estaba al cabo de las observaciones astronómicas de Hiparco de Nicea y, por supuesto, de las relaciones proféticas del Antiguo Testamento. Así que, entre una de cal muerta y otra de arena aurífera rentable, se aficionó a la astrología y llegó a ser un oráculo en la materia, es decir, un mago en la predicción.
El padre lector jubilado fray Juan de la Cava, citado anteriormente, explica que Melchor, descansando en la falda del cerro de la Silla del Moro, donde hoy se halla el Generalife, advirtió que un cometa cruzaba los cielos y exclamó alborozado: “¡Ahí está la Estrella del Rabo que conduce a Belén, donde acaba de nacer el Hijo de Dios!”
Ni corto ni perezoso, tomó las más puras y grandes pepitas de oro que guardaba en el almacén, las puso en una arqueta de madera cruda de ciprés, bellamente adornada con labores de taracea, infló el globo aerostático que tenía preparado al efecto y viajó directamente hasta Alejandría, lugar establecido de antemano para concentración del resto de los Magos. Los cuales, según los autores citados, eran seis en un caso y doce en otro. Reunidos, con Melchor a la cabeza por ser el más acaudalado, emprendieron caminata en dirección a Jerusalén.

Melchor entregó el oro del Darro al Niño-Dios y regresó a casa verdaderamente complacido, donde murió amasando oro a la par que predicaba la venida del Mesías, redentor de los pobres".



NITO



2 comentarios:

Mery dijo...

Un bello relato. Como siempre haces despertar el interés por conocer la historia.

Anónimo dijo...

Q increible historia, podría ser verdad