«Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra».
Así
recoge la Biblia (Evangelio de Mateo 2, 11) la adoración de los Reyes Magos de Oriente al niño Jesús, que había nacido en
Belén en un pesebre. Cada uno de los presentes con los que obsequiaron al
Mesías tiene una simbología particular.
Melchor
llevó oro, reconociendo a Jesús como Rey de Reyes, pues este material está asociado desde tiempos inmemoriales con
el poder; Gaspar hizo lo propio con el incienso, identificando a Jesús como
Dios, ya que el incienso era un aroma que se ofrecía a la divinidad. Baltasar,
por su parte, lo hizo con la mirra, quizás el regalo más misterioso y
desconocido de los tres que recibió Jesús en su pesebre. La
mirra representaba a Dios como hombre.
La
mirra en realidad tiene poco de misterio, aunque quizás sus muchas utilidades
propician la intriga que la rodea. Otras culturas la han utilizado a lo largo
de los siglos. Sobre todo en la antigüedad, en África, Turquía o Arabia,
lugares de donde es propio el Commiphora
myrrha, el árbol que rezuma esta resina que es en realidad la mirra. Amarga
y aromática, resultaba por entonces muy útil para elaborar perfumes, pero
también ungüentos que aliviaban el dolor y ayudaba en el pasaje final de la vida.
Hasta
aquí, la Santa Tradición, pero…¿dónde empieza la leyenda? (no olvides, oh lector amado, que estás en Granada).
Leyenda granadina
para ser leída en la Noche de Reyes.-
Siempre
ha mantenido “La Murga” la tesis de que Melchor era granadino, pero nunca explicó
las razones ni aportó prueba alguna que condujeran a tal afirmación.
Hoy
vamos a levantar solo un pico del velo que cubre este misterio.
Nos,
hemos tenido la suerte y el privilegio de curiosear entre los legajos de fray
Juan de Cava y que fueron atesorados por el ínclito Francisco Izquierdo que
disfrazó tales galimatías históricos en los fingimientos granadinos.
.
.
“…El
galimatías o amaño filológico sirve de coartada al parentesco filial de Granada
con Sión (una taza más de caldo judío).
Melchor
era venidero de David, y por tanto, de Salomón, el rey que mandó su flota para importar oro del Ophir, pero no del Ophir
oriental, como asegura el Libro de los
Reyes, ni de la costa africana de Safala o de allende la India, “ni
siquiera de Cádiz –afirma rotundamente el reverendísimo padre descalzo fray
Juan de Cava- sino del término fértil de Granada, concretamente de
Valparaiso... por donde fluye el Darro”.
Resulta que siete siglos más tarde, Demetrio II de Siria, al devolver la independencia a los judíos, justamente en el año 143 a. de C., les restituyó la explotación de los yacimientos de Ophir, los granadinos, y envió a Daniel para que los administrara y continuara surtiendo “la fina púrpura de Casio” al imperio seleúcida. Daniel tomó asiento y casa en el Paseo de los Tristes, se casó con una iliberitana, o séase del Albaycín, y del matrimonio nació Melchor, biznieto de Judas Macabeo, el que fuera caudillo judío y gobernador de Palestina. Al morir su padre Daniel, el futuro Rey Mago se convirtió en poncio del mercado exportador de oro, en riquísimo traficante.
Resulta que siete siglos más tarde, Demetrio II de Siria, al devolver la independencia a los judíos, justamente en el año 143 a. de C., les restituyó la explotación de los yacimientos de Ophir, los granadinos, y envió a Daniel para que los administrara y continuara surtiendo “la fina púrpura de Casio” al imperio seleúcida. Daniel tomó asiento y casa en el Paseo de los Tristes, se casó con una iliberitana, o séase del Albaycín, y del matrimonio nació Melchor, biznieto de Judas Macabeo, el que fuera caudillo judío y gobernador de Palestina. Al morir su padre Daniel, el futuro Rey Mago se convirtió en poncio del mercado exportador de oro, en riquísimo traficante.
Melchor,
que había sido bien educado por los rabíes y sabios masoretas, estaba al cabo
de las observaciones astronómicas de Hiparco de Nicea y, por supuesto, de las
relaciones proféticas del Antiguo Testamento. Así que, entre una de cal muerta
y otra de arena aurífera rentable, se aficionó a la astrología y llegó a ser un
oráculo en la materia, es decir, un mago en la predicción.
El
padre lector jubilado fray Juan de la Cava, citado anteriormente, explica que
Melchor, descansando en la falda del cerro de la Silla del Moro, donde hoy se
halla el Generalife, advirtió que un cometa cruzaba los cielos y exclamó
alborozado: “¡Ahí está la Estrella del Rabo que conduce a Belén, donde acaba de
nacer el Hijo de Dios!”
Ni
corto ni perezoso, tomó las más puras y grandes pepitas de oro que guardaba en
el almacén, las puso en una arqueta de madera cruda de ciprés, bellamente
adornada con labores de taracea, infló el globo aerostático que tenía preparado
al efecto y viajó directamente hasta Alejandría, lugar establecido de antemano
para concentración del resto de los Magos. Los cuales, según los autores
citados, eran seis en un caso y doce en otro. Reunidos, con Melchor a la cabeza
por ser el más acaudalado, emprendieron caminata en dirección a Jerusalén.
Melchor
entregó el oro del Darro al Niño-Dios y regresó a casa verdaderamente complacido,
donde murió amasando oro a la par que predicaba la venida del Mesías, redentor
de los pobres".
NITO
2 comentarios:
Un bello relato. Como siempre haces despertar el interés por conocer la historia.
Q increible historia, podría ser verdad
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