domingo, 5 de julio de 2009

EL HALLAZGO EN TREMECÉN

"Un hallazgo verdaderamente fortuito y providencial, ocurrido en la encantadora y luminosa ciudad argelina de Tlemecén, ha permitido saber, al menos, el lugar de la muerte oscura y silenciosa de Boabdil el Chico".
He aquí cómo:

Al verificarse en 1860, reciente aún la ocupación por Francia de la última capital del emir Abd-al-Kader, el derribo de varias viejas casuchas moras, que se oponían de una nueva calle, cerca de la venerada mezquita de Sid Ibrahím, descubrióse que el pavimento del vestíbulo de una de las casas estaba formado, en parte, por una losa de mármol ónice, sobre cuya gastada superficie se advertían los enmarañados y jeroglíficos trazos de una inscripción sepulcral árabe.

La proximidad de la losa a la puerta de entrada había sido causa del deterioro, ya que con el continuo roce giratorio de la puerta había quedado impresa la huella circular sobre su superficie, cuyos relieves habían sufrido el natural desgaste.

Ello, unido al paso constante de los moradores de la casa por la losa, habían reducido grandemente el relieve de la inscripción, redondeando las aristas, achatándolas, hasta el punto de que la lectura del texto resultaba dificultosa en extremo.

Los descubridores quisieron averiguar algo relacionado con aquella losa funeraria tan extraña, e impíamente arrancada de su tumba para venir a servir de loseta de un pavimento de una casa vulgar, cosa que desdice de la veneración que los musulmanes tienen por cuanto se relaciona con los muertos. Pero nada lograron averiguar respecto del origen, fecha ni motivo por el cual hubiese sido la losa arrancada de su tumba y figurase en el vestíbulo de una miserable vivienda.

Entregóse la piedra a la autoridad militar, quien dispuso pasase a adornar el Casino de los oficiales de la guarnición, donde se iban depositando los numerosos hallazgos arqueológicos que se encontraban, a guisa de museo artístico e histórico.

madrasa de tremecen

Madrasa almohade de Tremecén

La losa medía 91 centímetros de largo por 44 de ancho, siendo el espesor de la piedra de sólo 6. Las letras eran de estilo andaluz poco delicado, y por el frote a que había estado sometidas durante siglos, tal vez, aparecían borrosas, casi ilegibles, contribuyendo a hacer más difícil la tarea de su traducción el enmarañamiento natural de la escritura árabe, en apretados y próximos renglones, en número de 27, para tan reducida superficie. La naturaleza de la piedra, por otra parte, contribuía a la dificultad de la lectura, con las venas y manchas que surcaban la superficie. Menos mal que la losa estaba íntegra y no le faltaba el más mínimo trozo.

Acertó, muchos años después, a examinar detenidamente la piedra el sabio arabista Mr. Broselard, antiguo prefecto de Roán, quien, ayudado por el inteligente mufti de la misma ciudad de Tlemecen, Sid Hammú Ben Rustan, se empeñó en la ardua tarea de descifrar la enigmática piedra. En el número del “Journal Asiátique”, correspondiente a los meses de Enero y Febrero de 1876, apareció el fruto de la ímproba labor, transcribiendo casi en su conjunto el texto árabe y dando la traducción correspondiente, salvo muy contados renglones imposibles de descifrar por el mal estado de las inscripciones.

Y cuál no sería la sorpresa de Mr. Brosselard al encontrarse frente al mármol funerario que cubriese la tumba de Boabdil, el último rey moro de Granada y de España.

En la hoy oscura y silenciosa metrópoli argelina de Tlemecen, antes fastuosa corte de sultanes poderosos, vino, en efecto, a acabar sus tristes días Abú Abd Aláh Muhammend, conocido por Boabdil.

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Rendida la encantadora ciudad de la Alhambra a los Reyes Católicos, el infortunado monarca granadino pasó a África, habiendo corrido muy inciertas y contradictorias noticias sobre su vida y suerte en el amargo destierro, no faltando cronistas árabes que afirman que llegó a oscurecerse completamente, donde tuvo que ejercer los más bajos oficios para subsistir.

Sin embargo, las voces más corrientes eran que se retiró a Tetuán, acompañado por las principales familias de su reino, donde no tardó en volver a las empresas belicosas que tan poca fortuna le depararon, tomando partido por el rey de Fez, en contra de Marrakech, hasta que, muerto en una batalla, desaparecieron sus huellas. Se decía, sin embargo, que en Fez había labrado un magnífico palacio, semejante al de la Alhambra, pero del cual no queda la menor memoria. También se pretendía que estaba enterrado en el vasto y antiquísimo cementerio que rodea a Tetuán por el lado Norte, y que contiene tumbas magníficas y viejísimas.


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NITO


1 comentario:

Anónimo dijo...

donde esta este monumento? leyendo entradas antiguas de su blog^^ muy interesante ^^