El
reconocido escritor francés Alejandro Dumas es homenajeado en Google estos
últimos días de agosto con un luminoso Doodle que celebra el 176°
aniversario de la primera entrega en el
periódico parisino Les Journal des Débats (El Diario de los Debates) de una de
las novelas más famosas del mundo: El Conde de Montecristo, publicada el día 28
de Agosto de 1844.
Pero
lo que quizás no conozcan muchos de nuestros paisanos, es saber que este
gigante humano y literario, pasó cuatro ajetreados días en Granada, que fue
apedreado y que después de un lio fenomenal, tuvo que salir, junto con todo su
séquito, a uña de caballo de la ciudad. A los 145 años después de la muerte del
célebre escritor recordamos el curioso episodio acontecido durante su visita a
Granada.
Manuel
Orozco escribió en las páginas de IDEAL (Historia de un ladrillazo) que para
Dumas, encontrarse con Granada fue encontrarse con la «fuente de toda emoción
estética, en donde confluyen las más exaltadas emociones existenciales».
El
escritor viajó por España entre octubre y noviembre de 1846 para asistir a la
boda del duque de Montpensier, hijo de Luis Felipe, con la infanta Luisa
Fernanda, hermana de Isabel II, y de la propia reina con Francisco de Asís. Le
acompañaban su hijo Alejandro, su colaborador Auguste Maquet, los pintores
Louis Boulanger, Adolphe Desbarrolles y Eugène Giraud y un pintoresco sirviente
abisinio.
El
grupo entró en el país por Irún y pasaron por Burgos. Llegaron a Madrid donde
asistieron a la boda y a las fiestas que le sucedieron, y continuaron el viaje
por Toledo, Aranjuez, La Carolina y Bailén, Jaén, Granada y Córdoba para salir
apresuradamente al cabo de dos meses en dirección a Argelia.
Cuenta
Juan Bustos (IDEAL, 19 de diciembre de 2001) que Dumas se había comprometido a
enviar crónicas de su viaje al periódico La Presse de París pero, como no lo
hizo, «lo demandaron judicialmente, así que tuvo que escribir sus impresiones
deprisa y corriendo, lo que hizo inspirándose con el mayor descaro en las de
otros viajeros que le habían precedido, sobre todo Laborde y Gautier, tomando
del primero datos históricos y monumentales, y del segundo, las referencias
pintorescas y de ambiente».
Entre
1847 y 1848 Alejandro Dumas escribió sus andanzas presentadas de forma
epistolar. Un libro en el que, a diferencia de otros viajeros, no presta tanta
atención a los aspectos históricos o artísticos de las ciudades por las que
pasa, a excepción quizás de Granada, sino que despliega su talento novelesco y
ofrece un viaje lleno de aventuras, peripecias y cómo no, de tópicos. Una
España de pandereta, de bandoleros y pícaros, anclada en el pasado.
Calle
Silencio
En
Granada, Dumas y sus acompañantes se hospedaron en una casa de la calle
Silencio donde, continúa Bustos, «debió sorprender no poco la estampa de los
viajeros, ataviados con pintoresca indumentaria, sino mucho más el arsenal que
guardaba el equipaje del escritor, una colección de rifles, pistolas y
trabucos, que le había dejado pasar sin mayor inconveniente la aduana de Irún».
En nuestra ciudad, como en el resto de España, las autoridades y los
intelectuales, agasajaron al novelista con extrema generosidad y cortesía, «soy
más conocido escribe, y tal vez más popular en Madrid que en Francia». Se llegó
al extremo de que la empresa del teatro Principal -el que conocimos con el
nombre de Cervantes-, incluyó en sus programas bailes típicos granadinos que no
estaban previstos, para que fueran admirados por el ilustre visitante.
Por
su parte, el autor de El Conde de Montecristo, descubrió en Granada la ciudad romántica ideal,(clik) deslumbrante, violenta y ruda”. «Granada es una ciudad de
casas bastante bajas, de calles estrechas y tortuosas: sus ventanas cuadradas y
casi siempre sin exorno alguno, están cerradas por verjas de hierro, a veces
cruzadas y entretejidas de tal modo, que es difícil pasar el puño a través de
ellas. Al pie de esas rejas, van a suspirar de noche los granadinos enamorados.
Una
pedrada de novela
Sin
embargo, el paso de Dumas por España dejó también un sentimiento de orgullo
nacional herido. Describe un país atrasado y salvaje y, como ejemplo, una de
las anécdotas que relata en el libro y que tiene como protagonista esta ciudad.
Ocurrió la tarde 29 de octubre de 1846. Tras una visita a la Alhambra, el grupo
bajó a la casa de Couturier, pintor y fotógrafo francés, que hacía de cicerone
de sus paisanos. La vivienda estaba en la plaza de Cuchilleros, que, volviendo
al artículo de Orozco, era un lugar de posadas y fondas, donde paraban las
diligencias y postas, «al que llegaban los viajeros intrépidos que cruzaban las
rutas polvorientas de la España de la guerra y los bandoleros».
En
el periódico “El Clamor” se publicó el 4 de noviembre de 1846, acusando la
prepotencia del francés con esta crónica de los hechos: «Hallábanse estos en
casa de un retratista al daguerreotipo, también francés, viendo una danza de
gitanos, a los cuales habían hecho subir a la azotea, y en ella estaban
divirtiéndose. En esto, sin saber de dónde, vino una piedra y dio en la frente
al hijo de Dumas, haciéndole una ligera contusión. Alarmados con aquel
acontecimiento, y furiosos de cólera todos los franceses que allí se hallaban,
bajan a la calle para averiguar la casa de donde había salido la piedra. Uno de
los gitanillos parece que indicó ser la del arquitecto don José Contreras, que
vive en frente, y sin más averiguación, y sin acudir en queja a la autoridad
competente, como debieron hacerlo para que ella sola fuese la que castigase al
delincuente luego que hubiese sido descubierto, se lanzan todos dentro de la
casa, penetran en las habitaciones, y encontrando en una de ellas a uno de los
hijos del arquitecto, que se hallaba dibujando, le acometen, le golpean
fuertemente, y aun le amenazan de muerte con armas que todos llevaban».
En
“El Católico” del 10 de noviembre se lee: «Anteayer, por la casualidad de no
estar en su casa el honrado arquitecto Contreras, se evitó que tal vez no
hubiera podido regresar a su país M. Alejandro Dumas, [...] encontrándose éste
con los seis que le acompañaban, y un hijo de menor edad en un piso alto de la
placeta de Cuchilleros, viendo, según dicen, una danza de gitanos, una china
despedida, no se sabe de qué parte, hirió en la mejilla al niño Dumas, cuyo
padre, creyéndola tirada de casa de Contreras, se lanzó a ella con sus seis
compatricios con estoques y puñales en mano, y a pesar de no encontrar más que
señoras y niños, trataron a aquéllas grosera y villanamente, de palabra y
hecho, llegando hasta el caso de decir que para cada francés eran necesarios
cuatro españoles. Por fortuna, como dejo dicho, no estaban en el acto ni
Contreras ni sus hijos: y es bien seguro que, a haber presenciado tal
atropello, la mitad por lo menos de los que lo causaron no salen vivos de su
casa. [...]
Los
viajeros saldrán en estampida de Granada a la hora del alba, «huyendo de
alcaldes, corregidores y -sobre todo, escribanos- con el susto de que unos gendarmes les
persigan». Pero Dumas no se venga de Granada, sino que supo darle «elegancia y
dignidad», decía Orozco.
Dumas
hizo literatura de sus aventuras granadinas, una visión más imaginaria que real
que se suma al exótico y romántico retrato de la ciudad que ofrecieron
escritores como Chateaubriand, Richard Ford, Gautier, Hans Christian Andersen o
Lord Byron.
“Piense
Ud. señora, que Granada es el país más bello del mundo; piense que se aspira
durante el día todos los perfumes que el sol roba al toronjil, a la violeta, a
la rosa y a los jazmines siempre verdes y floridos, y durante la noche todo lo
que un cielo azul constelado de millones de estrellas puede emanar frescor
sobre la tierra”…
“La
verdad, señora, empiezo a pensar que hay un placer todavía mayor que el de ver
Granada. Y es… el de volverla a ver”.
¡Nadie
da más por menos!
Fuente:
“Cuatro días en la Granada de 1846”,
Alejandro Dumas.
Ayto.
de Granada. Fundación Caja de Granada
Amanda
Marftínez, (IDEAL), 26 diciembre 2015
NITO
2 comentarios:
Un deleite para la mente este artículo, recordando las peripecias de nuestros viajeros románticos de Granada. Entre unos y otros forjaron una Granada idealizada que no reflejaba toda la realidad, pero que ellos ya tenían preconcebida en la mente: "Vieron lo que les acomodaba ver", aunque hubiera que forzar la situación.-
Gracias,mar.xirgú (¿Margarita...?): Y tanto que la forzaban. Tanto, que el marrullero de Dumas ya imaginó cosas que “tenían que sucederle en su guión": Simular (por ejemplo), que lo asaltaban los bandoleros. Disfrutar de una aventura a cualquier precio para sumarla a sus más de 400 obras de ficción novelesca.
Dicen que ya, desde París, Dumas encarga de oficio la simulación de un ataque bandolero en Despeñaperros -para lo cual envía un giro de mil francos- al que el intérprete-bandido de ocasión responderá con un lacónico telegrama, “que no será posible por tener ya contratado el servicio el mismo día”. Asunto que no le impide quedarse con los mil francos, como consta en el recibo conservado en el Museo de la Sorbona.
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