En esta fotografía de 1904, se puede ver al carruaje mortuorio de primera clase que se dirige hacia la Carrera del Darro y al nuevo camino del Rey Chico hasta el cementerio. De este modo el paseo del Darro pasó a denominarse "paseo de los tristes". (Archivo Giménez Yanguas)
.
En un momento en que
la celebración de Halloween, inventada por los norteamericanos sobre una
antigua costumbre celta más con miras comerciales que otra cosa, causa furor
entre nuestra juventud, más que por nada, por convertirse la efeméride en un
multitudinario baile de disfraces al estilo Hollywood, propuestas como las del
Ayuntamiento de Guadix y de los Hermanos Fossores de la localidad de conmemorar
la noche de difuntos con solemnidad, debe ser contemplada con admiración.
Pero eso es una cosa y otra muy distinta es lo que le estoy leyendo a César Girón, en sus "Nuevas curiosidades granadinas". ¡Me ha sorprendido tanto, que no me lo acabo de creer...!
Carmen del Aljibillo
Nuestras tradiciones
“En esto de morirse,
dice el erudito Luis Carandell, los pueblos mediterráneos sabemos mucho”. La
celebración de la muerte y de su ritual ha sido siempre muy particular en
nuestro país, donde las plañideras eran un elemento, sí se quiere, más
importante aún el propio sacerdote, en el momento post mortem. “Un entierro sin
lloronas, no era ni entierro ni era nada”. Como un entierro sin carruajes,
vamos. Enterrar a un pariente sin la presencia de una larga procesión de carros
representativos de las distintas y principales estirpes del lugar era poco más
o menos que airear a los cuatro vientos, que el finado era un “don nadie”.
Conocido es el dicho
popular que corría por Granada durante el siglo XIX y a principios del XX: “Cuanto más ricos, más animales”, en
referencia directa a que cuando de un sepelio de un ricohombre se trataba, la
sucesión de coches particulares enjaezados sus caballos enlutados era
directamente proporcional a su consideración material por el resto de los
mortales, que de este modo sin ir o asistir las más veces, participaban en el
último viaje, haciendo ostentosa demostración de aflicción, enviando su mejor
carruaje con un tiro de caballos empenachados de negro.
Mucho animal en representación de sus dueños
Procesión fúnebre
Formar un sepelio en
Granada no debía ser nada fácil. Así se concluye de los numerosos testimonios
que pueden hallarse sobre los entierros que de común se celebraban en nuestra
ciudad, casi siempre, en torno a la parroquial de Santa Ana, en Plaza Nueva,
donde de un modo u otro se iniciaba, se continuaba o se despedía –las menos de
las veces- a las procesiones fúnebres de los difuntos granadinos.
Leer la crónica de
los sepelios realizados a principales personalidades de nuestra ciudad como por
ejemplo Eduardo Rodríguez Bolívar o Manuel Rodríguez Acosta Palacios, pone claramente
al descubierto cuan magnificentes debían ser aquellos románticos funerales. Hasta
130 carruajes enganchados a tiros de 6 y 8 caballos participaron, cientos de sentidas plañideras
en su mayoría contratadas en el entorno de las principales parroquias, decenas
de veleros –que llegaron a organizarse en una especie de gremio- que alumbraran
el cortejo, curas, monaguillos y religiosos revestidos, el director espiritual
del finado que había de celebrar el funeral, representaciones institucionales,
amigos, parientes, familia cercana, el difunto en su ataúd, descubierto si es
posible, colocado sobre un armón de artillería y hasta tres bandas de música
–ahí es nada- que abrían el cortejo, se ubicaban enmedio del mismo y tras
el finado, para dar solemnidad al fúnebre desfile y sembrar de tristeza el aire
de Granada.
Un entierro pasa junto al molino del Rey Chico (grabado de Lewis, 1834)
Estampicas de muerto
Esta particular forma
de morirse y "celebrarse" el óbito en nuestra ciudad no era exclusiva de
Granada. En todas partes se celebraba en modo similar. Todo comenzaron con los
anuncios de una posible muerte que corría de boca en boca y en algún caso
llegaron a anunciarse en algún periódico local: -Necrológica- mañana o tal vez pasado mañana, no más tarde, morirá en
el manchego pueblo de Valdepeñas, víctima de la cruel enfermedad que le aqueja, la madre del joven
ilustrado, Tomás Capilla Hinojosa, quien lo anticipa sus amigos y conocidos, rogándole
una oración por el eterno descanso de su alma, cuando sea necesario. (El
Defensor 1894).
Pero lo normal era
que tras la muerte decretada, se colocasen, además de en la prensa si se era
pudiente, anuncios o proclamas en las puertas de las parroquias y en las
esquinas de las calles principales de la colación a la que pertenecía y vivía
el finado. Así, con estas esquelas, se enteraba todo el mundo de la
desaparición de un ser vivo. Después, como recordarán, hasta hace pocos años,
se hacían lo que en Granada se llamaba vulgarmente: “las estampicas del muerto”, que era como una especie de
recordatorio de primera comunión, pero en negro, impreso como un esquela de
mano, con encintado negro, con cruz fúnebre, oración para el último viaje y en
ocasiones con una fotografía entristecida del finado, que eran enviadas por
correo o repartidas por los parientes a todos aquellos que se encontraban, tras
el entierro del ser querido.
La cuesta de los Chinos o "Cuesta de los muertos"
Hasta el camposanto
Salvo los suicidados
a los que se procuraba realizar un entierro discreto, el resto de los mortales
en Granada gozaban de un reconocido “paseíllo”. Los sepelios en nuestra ciudad
eran conducidos entre otras manifestaciones de duelo hasta el cementerio de San
José, en la colina de los Alixares, desde más o menos 1804 que fue el momento
en que este camposanto comienza su andadura contemporánea. Pocos eran los
cortejos fúnebres que subían por la cuesta de Gomérez y la Alhambra hasta el
cementerio. Se debía ser una personalidad muy principal para ello. Lo normal y
permitido era que el desfile fúnebre tomarse por Plaza Nueva y la carrera del
Darro, hasta el Paseo de los Tristes y tomando el Puente del Aljibillo, se
alcanzase el comienzo de la Cuesta de los Chinos, conocida entonces como “Cuesta de los muertos”. Allí lo normal
es que el cadáver pasase de los hombros de los seres más allegados a los del
personal especializado y pagado, contratado en el quiosco del Rey Chico, que se
encargaría del transporte por la empinada cuesta hasta el cementerio, hasta
donde corre que te pillo muchas veces, llegaban por distintos medios e
itinerarios los que querían estar presentes en el momento de dar tierra al
finado.
Grabado de Rocío Fernández
Estampas “granadinas”
Lo normal era que los
familiares despidiesen a los asistentes en el Rey Chico, delante del quiosco
que allí había en el que los veleros y porteadores recibían sus asignaciones y
tomaran una copa de coñac o aguardiente para hacer fuerzas. Era allí donde los
familiares formaban y los asistentes les hacían “las manifestaciones de duelo”.
Realizado ello, el cortejo fúnebre, claramente menguado, tomada dirección a las
alturas áulicas del cerro del Sol. Durante el tránsito por la cuesta de los
Chinos, o de los Muertos, eran cuando se producían las escenas –no siempre- más
genuinamente “granaínas”.
Sí familiares muy
cercanos no habían podido llegar al entierro por vivir lejos de Granada y no se
disponía de foto reciente del difunto, era el momento, cuando prácticamente
nadie había en el cortejo, de sacar el cadáver del ataúd y tras apoyarlo en la tapia
de la Alhambra para tomarle una instantánea, “lo más natural posible”, para que
los dolientes tuvieran el último recuerdo del ser querido; era lo que se
conocía como “la foto del último momento”. Y sí la noche llegaba, lo que a veces pasaba, dada la complejidad de los funerales, frecuente era que se
despidiese hasta el día siguiente a los pocos que acompañarán al cadáver por el
barranco del Rey Chico, y el ataúd era “escondido” en alguna de las cuevas de
la cuesta, donde debidamente guardado, quedaba en espera de la mañana
siguiente, en que era sacado de nuevo y se renovaba “el paseíllo”, siendo
llevado definitivamente el finado hasta el camposanto, donde se le daba
sepultura como si nada hubiese pasado.
NITO
4 comentarios:
Una entrada muy apropiada para estas fechas.Me ha llamado la atención el artículo anunciando la defunción que aún no ha ocurrido el óbito. Gracias por compartir y recibe un cordial saludo
Gracias, María Belén, por tus alientos, siempre tan oportunos.
Tambien yo sigo de cerca tus trabajos aunque no me manifieste. ¡Ánimo...!
Saludos cordiales.
Nunca en Granada se había celebrado esa incomprensible fiesta llamada de Halloween, (que desgraciadamente aquí se quiere convertir en otra fiesta del botellón). Sí recuerdo de pequeño, y especialmente en los pueblos, las calabazas y pequeños melones vacíos con sus aberturas en forma de bocas y ojos iluminados por dentro con la luz de una mariposa que portábamos los niños al oscurecer como una especie de farolillos.
En cuanto a los fallecidos, generalmente (y me refiero también a los pueblos) se llevaban los féretros a hombros. Sorprendente era cuando se trataba de algún niño, recuerdo impresionado el sepelio de una jovencita, pues al no ser persona adulta la costumbre era llevar el féretro destapado, algo que sobrecogía.
Yo también, don Manuel, he vivido de niño esas escenas impresionantes como la que describes: Eran costumbres habituales en aquellos tiempos y en otras Latitudes, pero con el agravante añadido de ser niños, sus condiscípulos, los que portaban las angarillas con el "ángel" para acompañarlo al cielo.
¡Para que nos vengan ahora, don Manuel, con las sandeces del Halloween de los cohones...! ¡Truco o trato...!
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