La
Segunda República fue un periodo negro en la historia de las cofradías. La
Constitución de 1931 estableció la separación de la Iglesia y el Estado.
Las continuas crisis y la falta de hermanos menguaron los presupuestos de las
hermandades. Además, se prohibieron las procesiones y se limitó la práctica
religiosa al interior de los templos. IDEAL, un periódico de la Editorial
Católica, vivió su primera Semana Santa en 1933 (se fundó en mayo del 32).
Hacía
dos años que no se celebraban procesiones, y no volverían hasta 1935
(aunque al año siguiente, con la Guerra Civil, se suprimieron de nuevo). En
aquel año del 33, unos días antes de Pascua, el gobernador de Granada aseguró a
la prensa que había recibido un telegrama del Gobierno que avisaba de la
derogación del artículo 17 del Reglamento de Espectáculos, y que finalmente
aquel año podrían celebrarse desfiles de miércoles a viernes. Pero no fue así,
y un año más la ceremonia por parte de las cofradías se limitó a convocar a sus
hermanos a actos como la función de palmas del Domingo de Ramos, los
oficios en templos como el Perpetuo Socorro, las adoraciones nocturnas
del Viernes Santo o el acompañamiento a la cofradía del Silencio en su
Quinario.
Hasta 1931, eran doce las hermandades que desfilaban por las calles de Granada. IDEAL, en su ejemplar del 13 de abril de 1933, publica un reportaje sobre la constitución de las primeras hermandades. Se detiene este artículo en detalles sobre la historia del Santo Entierro y cuenta su estación de penitencia en plena tarde del Viernes Santo y su desfile con guardias municipales de gala, nazarenos a sueldo, personal de sacristías, representantes del clero y autoridades que seguían a los penitentes. Cada año se nombraba una comisión para organizar la procesión que, para sufragar gastos, recorrían los barrios, casa por casa, en busca de donativos.
El paso de esta comitiva iba anunciado por los trompetazos a cargo de tres individuos a los que el pueblo llamaba ‘chías’ porque lucían la prenda de ese nombre. Cuenta aquel artículo de IDEAL que un año el dinero recaudado fue tan poco, que estuvo a punto de suspenderse la procesión. José Messeguer, arzobispo de Granada, puso todo su empeño en que esto no ocurriera y organizó a una antigua hermandad que celebraba un viacrucis por el Albaicín y que dio lugar, en el año 1917 a la albaicinera hermandad del Vía Crucis. Salía el Domingo de Ramos de la iglesia del Salvador y subía por las tortuosas calles del barrio para alcanzar al amanecer, entre pitas y chumberas, la ermita de San Miguel.
Libertad
para un preso
Estos
cofrades del Vía Crucis tenían otra procesión el Martes Santo en la que
recorrían las calles «más modernas» de la capital. Desfilaban las mismas
imágenes, la de Jesús con la cruz a cuestas y la de la Virgen. Tapices de
Garrigues habían sido previamente colocados en lugares estratégicos para rezar
las estaciones. Un año, uno de aquellos tapices se colocó en el edificio del
Gobierno Civil de la calle Duquesa. Al llegar la procesión, una comisión de su
Junta de Gobierno subió a pedir la libertar de un preso. Después el cortejo se
detenía en la calle de la Cárcel, ante la prisión provincial, y el Hermano
Mayor exhibía la orden de libertad del elegido que, vestido con túnica y capirote,
acompañaba a la procesión hasta la iglesia del Salvador.
El
encuentro
En alguna ocasión, el Vía Crucis realizó una ceremonia de encuentro de Jesús con su Madre en el camino del Calvario, una ceremonia que dio origen a la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y Descendimiento del Señor. La imagen, la Soledad de Mora, salía de Santa Paula y sus hermanos vestían túnicas de terciopelo negro y capirote de raso amarillo con las insignias bordadas en seda y oro.
En 1935, año en el que las procesiones volvieron a la calle en Semana Santa, la Federación de Cofradías contrató a la banda de trompetas de Artillería y a la del Regimiento de Infantería y a cinco cantaores de saetas de «primera fila» para dar brillantez a los desfiles. Procesionaron el Lunes Santo, la Santa Cena y el Rescate; Martes, Vía Crucis y Rosario; el Miércoles, la Humildad y la Esperanza; el Jueves, Santa María de la Alhambra y el Cristo de la Expiración y el Viernes, la Soledad, Santo Entierro, y el Descendimiento. También cuenta IDEAL que más de veinte mil personas rezaron a las tres de la tarde ante el Señor de los Favores.
Al
Rescate (1925) o la Santa Cena (1926), se unen Los Dolores (1937), Los Gitanos
(1939) el Huerto de los Olivos (1943) las Maravillas (1944), La Aurora, la Borriquilla
(1947)… A partir de 1940 se recuperó definitivamente la celebración
de la Semana Santa, hasta la fecha, que luce más bonita que nunca.
Anecdotario.-
En
alguno de los días de Semana Santa, leí en IDEAL un artículo que contaba
anécdotas sobre los cantaores de saetas, quiénes eran los más conocidos, los
lugares donde iban a cantar y la afluencia de seguidores a los sitios donde se
sabía de cierto que iban a cantar.
El punto gracioso del artículo, consistía en que el autor nos contaba lo que sucedió a uno de los saeteros más conocidos. El día en cuestión, para animarse un poco más, el saetero se tomó alguna copita de más y cuando llegó el momento, el hombre cantó ante el paso y todos los asistentes: »Virgen de la Soledad,/ no llores ni tengas pena…/ que he visto a tu Hijo cenando/ allá por Plaza Nueva…»
La cosa terminó en el Gobierno Civil, donde el artista fue premiado con una multa por falta de respeto.
Pero
la verdadera historia de La saeta del
gitano, la contó Fulgencio Spa en un artículo publicado en IDEAL en 2008.
Para que todos la conozcan entera, me permito reproducirla tal y como la contó
su autor, FULGENCIO SPA CORTÉS
"Fue en tiempos en que las devociones tenían menos aderezos, menos oros. Un grupo de médicos granadinos, en Semana Santa, quisieron sacar un trono, de la Santa Cena, que es cuando Cristo instaura la Eucaristía. Los galenos se pusieron mano a la obra. Que si permisos eclesiástico, municipales, sede, cruces, cruces guía, trajes, capirotes, costaleros, capataces, y toda la parafernalia que requiere. Todo preparado. La Santa Cena, sobre las andas, con sus farolillos y las mejores flores. Los médicos que tanto saben de dolores y de salvar vidas, ilusionados. Unas nubecillas, tirando a negras asomaron por el norte y entre las nubes, estrellas daban esperanza de salida. Sonaron los tambores y cornetas de tragedia y las alpargatas, a sueldo, que portaban el trono se pusieron a compás para a salir a la calle. Unas gotas, recibieron a los cofrades. Avanzó, el trono, entre agua menuda y gentío. Y de pronto se desataron las nubes y dejaron caer la mercancía. Y el trono volvió a su sede, a la casa matriz, con los capirotes chuchurríos, los hábitos para secar, los farolillos chisporroteando, los cirios ahogados, las flores agradecidas por el agua y Cristo, entre su amado discípulo Juan, y Judas Iscariote, el traidor. Los galenos, tan acostumbrados a luchar contra la muerte, eran congoja. La Santa Cena, quedó aparcada, en la Casa Hermandad y reinó la desolación.
Al día siguiente, Viernes Santo, amaneció espléndido, un sol radiante. Suele
ocurrir en primavera. Y los sanadores, ilusión y fe, acordaron sacar a su trono
para pasearlo por Granada. La noche estrellada, brujería y magia. Y la Santa
Cena que debiera salir en jueves Santo, paseo el misterio de la Eucaristía,
entre fervor antiguo y un público extrañado, en Viernes Santo. Y camino de
cantarle, a sueldo, a la Virgen de la Soledad, iba un gitano de junco,
lorquiano, chaleco de arriero, cintura de violín, patillas de bandolero, faja
negra de tratante de feria, y talle de bailaor. Y al pasar por Plaza Nueva se
encontró a la Santa Cena. Miró con extrañeza, casi con superstición, a Jesús de
Nazaret, «cenando» entre sus apóstoles. Y el gitano, entre fervor y misterio,
mirando a la Virgen de la Soledad, se arrancó, con la emoción arriba, con una
saeta de yunque de fragua, casi martinete, casi carcelera, casi seguiriya y
soleá. La más sentida saeta que había, cantado, en su vida:
» Virgen de la Soledad,
no llores ni tengas pena…
que he visto a tu Hijo cenando
allá por Plaza Nueva…»
No sé si esta historia de la saeta del gitano, es cierta. Pero merecería serlo. Esa en que los médicos en acto de fe, no quisieron dejar a su Cristo, sin pasearlo, por las calles de Granada, en noche de embrujo, bajo las estrellas espléndidas, relucientes, tintineantes que casi rozaban, el Pico Veleta, de nuestra Sierra Nevada".
NITO
BIBLIOGRAFÍA.
TE
RECUERDO La memoria de Granada a través de las
páginas de IDEAL
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