SIERRA NEVADA, HORA CERO
La temporada de esquí en la estación invernal de Sierra Nevada ha comenzado este domingo 24 de
Noviembre. El primer día se ha estrenado con dos horas de retraso sobre el horario previsto a consecuencia
del mal tiempo. El viento y la escasa visibilidad han hecho imposible cumplir
con el horario del primer día, en el que se previó abrir a las nueve de la
mañana. Finalmente, ha sido a las once cuando se ha procedido a abrir las
pistas.
Las pistas que estrenan la nueva campaña
se concentran en las áreas de Borreguiles y El Río. Los remontes que se
pondrán en marcha este fin de semana son: El telecabina Al-Ándalus, las alfombras Dauro, Borreguiles
y El Bosque, y los telesillas de las pistas bajas, Emile Allais, Veleta II y
Veleta.
Se prevé que la estación permanezca
abierta hasta las 17:00 horas.
Dicho
esto, parece como que siempre fue así, que la Estación siempre estuvo ahí, que
el granadino siempre conoció y disfrutó de su Sierra, y que el deporte de la
nieve le viene de muy antiguo… Veremos –por contra- que no fue sencillo, que
fue muy tardío y que los primeros aventureros y pioneros son de anteayer mismo…
Leyendo
–entre otros- a D. Juan Bustos, cronista oficial de la ciudad de
Granada, nos enteramos de muchos de estos
ANTECEDENTES:
Hace apenas algo más de un siglo empezó la
práctica del excursionismo en España, y la Sierra granadina figuró pronto entre
los parajes más frecuentados y atractivos.
“A
cinco o seis leguas de Granada hay una elevadísima montaña que, por tener
siempre nieve, se llama sierra nevada, y no enfría mucho la ciudad en el
invierno porque está al mediodía, y por el verano la refresca con sus nieves,
de que usan mucho para beber en Granada en los grandes calores”.
(Andrea
Navajero, embajador de Venecia.- S. XVI )
Cuatro siglos después de la
visita del ilustre diplomático de la República Serenísima -así se llamaba entonces
en las cortes europeas a la poderosa nación abierta al mar Adriático-, Sierra Nevada
seguía siendo prácticamente una desconocida para los españoles en general y
para los granadinos en particular, que se contentaban con tenerla a la vista,
como un paisaje familiar e incitante, pero sin sentir apenas curiosidad por
disfrutar la aventura de ascender a aquellas cumbres, que parecían sobre coger
en su aislamiento y soledad permanentes. Apenas unos pocos caminantes de los
pueblos cercanos del Alpujarra, algún que otro buscador de plantas medicinales
y, muy de tarde en tarde, la expedición organizada por un excursionista
intrépido, eran los únicos en cruzar los paisajes serranos, abundantes en
sorpresas y emociones de todo tipo, desde glaciares este incisivos, cortaduras
profundas, abismos insondables, vertientes es sumamente peligrosas y alturas
que solamente los Alpes aventajaban en Europa.
Es un espectáculo tan soberbio –decía Antonio Munilla en la revista “Por esos mundos” (1921)- que la pluma
no acierta a describir lo que el alma sintió tan intensamente”.
Hasta cierto punto, Sierra Nevada fue un descubrimiento de los visitantes extranjeros. Puede parecer
exagerado, y acaso lo sea, pero nadie puede negar que aquellos viajeros de tiempos
todavía incomodísimos, hicieron circular por Europa las primeras referencias,
mapas, itinerarios, descripciones de imágenes de un territorio desconocido,
cuyas bellezas naturales, allá abajo, muy al sur, escapaban a toda ponderación.
Por si fuera poco, al pie mismo
de escenarios tan hermosos se alzaba una ciudad pintoresca y exótica como ninguna
otra de Occidente: Granada. Así que
Sierra Nevada y Granada aparecieron juntas en muchos de los primeros libros y
relatos de viajes editados a principios del siglo pasado. Recordemos los
nombres de Capell Broke, Samuel E. Cook,
Richard Ford, el barón de Davillier, Williams George Clarke, Louisady Tenyson, Teófilo Gautier, entre los pioneros
de lo que hoy llamamos el excursionismo. Fueron viajeros cultos, de curiosidad
insaciable, que no se conformaron con recorrer toda España monumental de arriba
a abajo, sino que también dedicaron su tiempo a conocer la fascinante variedad
de los paisajes españoles, no menos abundantes y atractivos que el riquísimo
patrimonio artístico de la nación que visitaban.
En las impresiones de
aquellos lejanos viajeros abundaban las referencias a Sierra Nevada, a sus es
inmensos e impresionantes panoramas, y a la gama infinita de sus luces –rosas,
ópalos, azules, naranjas y verdes, según las horas y la situación-, que
consideraron únicas en el mundo. “De tiempo en tiempo -escribía Gautier- nos
encontrábamos hileras de borriquillos que descendían de las alturas, cargados
de nieve, con destino a Granada para el consumo diario. Los arrieros nos
saludaban al pasar con el sacramental “vayan ustedes con Dios” y nuestro guía
les lanzaban algún chiste acerca de la mercancía, que no llegaría a la ciudad y
que se verían obligados a vender con destino al riego…”
LOS NEVEROS
Por entonces, y desde muy
antiguo, unos pocos hombres esforzados eran los únicos que subían a la Sierra
de manera regular: “los neveros”(+Clic), los dedicados a recoger nieve en las alturas
y, una vez protegida lo rudimentariamente que permitían los medios de aquella
época -con mantas de lana o entre pacas
de paja, la cargaban en sus recuas de burros o de mulos y la traían a la ciudad
para refrescar el agua o para granizarla en helados y sorbetes, a los que los
granadinos eran tan aficionados. “Los neveros”, a cuyo menester fatigoso y
hasta arriesgado se dedicaron familias enteras durante varias generaciones,
llegaron a dar su nombre al camino que recorrían habitualmente, a través de
senderos angostos y resbaladizos que las vertientes del Genil y del Monachil,
la Fuente de los Castaños, el Purche, las Crestas del Dornajo, Peñones de San
Francisco, Laguna de las Yeguas, a la búsqueda de las umbrías y recodos donde
abundaban los ventisqueros de nieves perpetuas. Refiriéndose a este “Camino de
los Neveros”, tan popular y nombrado siempre en Granada, José Martín Aivar, lo
califica de “la primera vía circulable de Sierra Nevada, que solo podía
utilizarse en caballería o a pie, y que se hizo famosa por el uso que de ella
se hacía”.
EL EXCURSIONISMO
A mediados del siglo XIX empezó a extenderse una nueva afición: el
excursionismo, el afán de andar a través de los campos en la montaña, sin otros
propósitos que admirar paisajes, disfrutar de la vida al aire libre y practicar
ejercicio. En definitiva, la gente empezaba a valorar lo que las ciudades le
iban negando: un ambiente limpio y saludable. Era el reencuentro con la
naturaleza. El mismo Pérez Galdós reconocía la diferencia: “no es lo mismo
admirar la naturaleza desde la ventanilla de un tren o desde la terraza de un
hotel”. Había que pisarla, que sentir la tibieza de la tierra bajo los pies. Y
eso fue lo que hicieron los primeros excursionistas, muy escasos en número y
mal interpretados por el resto de la población, que los consideraba personas
ociosas, despreocupadas y caprichosas. Parece ser que la práctica del excursionismo
-del que luego derivarían el montañismo
y el alpinismo- empezó en España por
Cataluña. Al menos, catalanas eran las primeras sociedades que estimulaban la
naciente afición. Sin embargo, en 1814, ya se había publicado en Granada un
curioso librito anónimo, titulado “Un viaje que han realizado dos amigos a
Sierra Nevada, con el fin de saciar el apetito de su curiosidad, y no con otro
objeto”, que puede considerarse un primer relato de excursionista por nuestra Sierra.
Así que quizás nos anticipáramos.
De cualquier forma, no era
lo mismo, sobre todo entonces, realizar excursiones por los hermosos parajes
del Pirineo catalán y la sierra de Guadarrama, que subir a las alturas
impresionantes de Sierra Nevada. Eso ya no era tan fácil, tan cómodo y
placentero. Aquí había que arrostrar peligros sin cuento para poder disfrutar
de los panoramas incomparables que nuestra Sierra reservaba sólo para los más
audaces, lo más intrépidos. La escasez de caminos y lo despoblado de la zona,
no eran todas las dificultades. Estaba, sobre todas, la propia grandeza de la
alta montaña, con sus abismos y cortaduras, sus elevados cantiles, profundas
cavernas, precipicios y ventisqueros, donde los deshielos de la nieve eran un
riesgo más que añadir al paso de un excursionista confiado. “En los hoteles de
Granada se podían pedir guías para las ascensiones –dice Enrique de Obregón-, aunque era difícil
encontrarlos ”.
DIEZ AMIGOS LIMITED
Por aquel tiempo, unos pocos
granadinos empezaron a plantearse la posibilidad de disfrutar de aquella
maravilla, tan cercana como desconocida. Sabemos de sus inquietudes, un siglo
después, gracias a la abundante bibliografía del historiador Manuel Titos
Martínez. Él nos advierte que “el acercamiento a Sierra Nevada por los
granadinos fue ciertamente tardío”. Hasta 1882 no se organizó la primera
excursión colectiva, protagonizada por la sociedad “El Fomento de las Artes”,
creada para actividades culturales, entre las que se incluían esta práctica del
excursionismo. ¿Y dónde mejor que Sierra Nevada? La iniciativa encontró
entusiastas enseguida. En 1891, Valentín Barrecheguren y Alberto Álvarez de
Cienfuegos, socios del Centro Artístico, organizaron otra subida colectiva, que
marcó el comienzo de una nueva etapa en la historia de Sierra Nevada, ya que, a
partir de esta experiencia, las excursiones organizadas por el Centro se
institucionalizaron en los años siguientes.
Excursionistas del grupo "Diez Amigos Limited" en el año 1890
Como consecuencia de este
ambiente surgió a poco una nueva sociedad excursionista de Sierra Nevada: la nombrada
“Diez Amigos Limited”, una simpática
peña que escogió su nombre por ser ése el número de sus componentes y por su
propósito de no aumentarlos. Lo que empezó medio en broma, en 1898, terminó en
serio y los miembros de la flamante asociación pronto conocieron a fondo los
innumerables encantos de Sierra Nevada. La primera excursión la realizó el
grupo en 1899 y tuvo un narrador de excepción: Nicolás María López en su libro “En Sierra Nevada”.
¿Recordamos los nombres de
aquellos excursionistas afortunados que gozaron de una Sierra todavía virgen?:
Alberto Álvarez de Cienfuegos, catedrático del instituto y Presidente de la
sociedad “Diez Amigos Limited”; Paulino Ventura Traveset, impresor y secretario
de la sociedad; Gregorio Fernández Osuna,
catedrático de la Facultad de Medicina; Eduardo Cobos Maza, profesor de la
Escuela Normal; Antonio Álvarez de Cienfuegos, estudiante de Medicina; José
Sánchez Pérez de Andrade, abogado; José Sánchez Gerona, artista, y Nicolás
María López, bibliotecario de la Universidad. En cierto modo, los cimientos de
la Sierra Nevada deportiva y turística de hoy, qué duda cabe que los pusieron
estos hombres que acabamos de enumerar.
LOS ESQUÍES
A todo esto, nadie se
ocupaba de esquiar. Los esquíes eran poco menos que desconocidos en España
hasta comienzos de nuestro siglo. Sólo los muy viajeros al extranjero, en
particular a los países nórdicos, tenían alguna referencia de aquel medio fácil
y curioso para deslizarse cómodamente por la nieve. Se ignora, claro está, el
nombre del inventor del primer par de esquíes, del mismo modo que tampoco se
conoce el nombre del inventor de la rueda. Pero, gracias a vestigios históricos
diversos, sabemos que el uso del esquí, en los países escandinavos y en
Laponia, se remonta a épocas muy remotas. En 1908 se esquió por primera vez en
España. Lo hizo un grupo de aficionados, en las nieves de los Rasgos de Peguera,
cerca de Berga, en la provincia de Barcelona. En 1925, se inauguró la primera
estación de deportes de invierno española en la Molina.
Para entonces, ya eran
también relativamente frecuentes algunos incipientes esquiadores en Sierra Nevada, donde el 6 de Agosto de 1907, se había dicho la primera misa
en las alturas del Veleta. Una anécdota bella y emotiva de la historia de
nuestra Sierra. “El Defensor de Granada” del día dos, comunicaba así la singular
noticia a sus lectores: “Por primera vez, desde la creación del mundo hasta
nuestros días, va a celebrarse en lo más alto del Picacho del Veleta, el santo
sacrificio de la Misa”. La ceremonia religiosa, a 3.470 metros de altitud, fue
oficiada por el Magistral de la Catedral, Modesto López Iriarte. Entre los
asistentes -bien abrigados, como el sacerdote, es de suponer-, Fermín Garrido, Miguel
Rodríguez Acosta Lillo, Julio Moreno, José Méndez Vellido, Federico Márquez.
“Salieron al amanecer de la víspera de la misa -contaba José Acosta Medina
mucho después-, por el Camino de los Neveros, llegaron a mediodía a Fuente
Alta, montaron campamento y a la madrugada siguiente para el Collado del Veleta,
luego permanecerían en la Laguna las Yeguas, en cuatro tiendas de campaña”.
En 1912, se constituía la
sociedad “Sierra Nevada”, otro paso más, y de gran importancia, para el
conocimiento, la promoción y la divulgación de la Sierra. Pronto la semilla
cundió y empezaron a verse animosos excursionistas, que se tiznaban la cara con
corcho quemado para evitar los estragos del fuerte sol en la piel.
En 1919, el Duque de San
Pedro de Galatino, que invertía una cuantiosa fortuna en ejecución del tranvía a
Sierra Nevada, hizo construir un hotel al término de la línea. Fue otro impulso
más para la Sierra granadina. Como lo fue el tranvía, puesto en marcha en 1925,
con un recorrido pintoresco al máximo, de dieciocho kilómetros, desde Granada
hasta Maitena, a mil metros de altitud, por bellísimos parajes del valle del
Genil. No sorprende que la guía “Hachette”
calificara esta excursión de “muy recomendable”.
En 1931, Sierra Nevada, recibiría el mejor homenaje: El libro “Sierra Nevada”, de Fidel Fernández Martínez, uno de los hombres más polifacéticos de Granada de la primera mitad del siglo XX –médico, académico de Bellas Artes, conservador de la Alhambra- y uno de los que más ha hecho por el conocimiento de nuestra Sierra. “Este libro -dice Enrique de Obregón- es el texto más bello jamás escrito por un enamorado de la montaña”. Hay aún quien recuerda, que al autor llegaron a llamarle el “Emperador de Sierra Nevada”.
En 1931, Sierra Nevada, recibiría el mejor homenaje: El libro “Sierra Nevada”, de Fidel Fernández Martínez, uno de los hombres más polifacéticos de Granada de la primera mitad del siglo XX –médico, académico de Bellas Artes, conservador de la Alhambra- y uno de los que más ha hecho por el conocimiento de nuestra Sierra. “Este libro -dice Enrique de Obregón- es el texto más bello jamás escrito por un enamorado de la montaña”. Hay aún quien recuerda, que al autor llegaron a llamarle el “Emperador de Sierra Nevada”.
BIBLIOGRAFÍA.-
“GRANADA. Un siglo que se
va” de Juan Bustos Rodríguez.
“Sierra Nevada” de Fidel
Fernández Martínez.
“Diez Amigos Limited” de Manuel
Titos Martínez
"Los hombres neveros" de D. Francisco Pérez-Rejón Sola
"Los hombres neveros" de D. Francisco Pérez-Rejón Sola
NITO
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