viernes, 9 de noviembre de 2007

Al-Munecáb
UN DÍA CUALQUIERA EN LA HERRADURA DE POSTGUERRA.- Comunicado al autor por JOSÉ CAÑADAS RECHE.

Era aún de noche y bajo la débil llama del candil acababa con la última cucharada de migas. Miraba de reojo a su madre porque todavía le daba vergüenza ver esa cabeza amada afeitada, rapada sólo porque su padre, encerrado en este año de 1942 en la cárcel de Almuñecar, jamás escondió sus ideas políticas, e él le llamaban “el hijo del rojo”.Su padre se salvó del pelotón de fusilamiento pues logró, exponiendo su vida, salvar la de un falangista perseguido por las milicias malagueñas de la F.A.I.. Pero este gesto, sin duda heroico, no fue suficiente para evitar ser juzgado, condenado y perder la pequeña parcela de tierra al final de la guerra civil, ¡le tocó el bando perdedor!
Su hermano mayor acababa de llegar con pan, aceite y harina conseguidos en el estraperlo (contrabando) y él iba hacia la playa a tirar del copo, enfundarse la tralla para que después de dos agotadores lances recibir la garfa (pescado dado a los tiradores del copo) y la murza ( salario) que no servirían ni para saciar el hambre del más pequeño de los hermanos, que tan sólo con 5 años, apenas amaneciera, estaría espantando gorriones con tambores en los campos de habichuelas, donde se reuniría con él, sin apenas descansar del copo, a ganarse el jornal recogiendo habichuelas por 7 pesetas al día, pues con 15 años trabajaba como un hombre y como a tal le pagaban.
Mientras su madre limpiaba una de esas casas de ladrillo de la Cañada Real a cambio de un talego de almendras, tomates, tocino y poco más. Al mediodía se despertaba el hijo mayor, estraperlista de noche, marengo (marinero) si podía, cuando la madre iniciaba la limpieza de las dos pequeñas y únicas habitaciones de la casa de cañas y palos donde comían, dormían y vivían.
Terminada la limpieza y mientras esperaba que llegaran los dos hijos menores del campo, la madre se destrozaba los ojos cosiendo ropa propia y ajena. Agotados y hambrientos llegaban los hijos al anochecer.El de 15 años trajo de la garfa varias sardinas y un pulpo que con el tomate, el pan y el aceite fue la cena de la familia. Los jornales no se tocaban, al padre había que llevarle ropa y comida en la próxima y única visita mensual permitida en el penal de Almuñécar y además, la vida les había enseñando que era conveniente, por lo que pudiera pasar, tener alguna cantidad en metálico, al menos para medicinas.
El más pequeño escuchando la leyenda de la “peinadora rubia” que decían haber visto de nuevo por el barranco de Las Tejas, se quedó dormido. Los mayores intentaban deletrear la única cartilla que les habían dado en la escuela de Guerra y la madre insistía, sin parar, en que al menos aprendieran a leer y las cuatro reglas aritméticas para que nadie les engañara, pero finalmente se quedó dormida con la aguja en la mano recordando, muy confusamente las últimas fiestas patronales de S. José donde había bailado con su marido, ¡hacía tantos años ya…!

Un ruido la despertó, el mayor salía a por matute, de nuevo la angustia de si lo cogerían o no los guardias. Con el corazón encogido preparó las gachas de harina tostadas porque el hijo mediano ya estaba despierto para de nuevo ir al copo y después al campo, pero hoy le prometió que la próxima Navidad para el Rosario de la Aurora prepararía bollos de higos y pestiños para él y sus amigos cuando llegaran de madrugada de rondar.

Se anudó un pañuelo en la cabeza, cogió un pequeño hatillo con ropa recosida pero muy limpia, sus manos encallecidas eran la prueba, y algo de comida encaminándose hacia Almuñécar, al presidio.
Nito -Verano de 2007-

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