Salimos de Granada en dirección a Alhama por la C-340, y a la distancia de 16 kilómetros,
tras rebasar Armilla y Las Gabias, desde lo alto de un empinado promontorio
rocoso que tiene que escalar la estrecha carretera, contemplamos la histórica
población de La Malahá, alojada sobre una amplia llanura: una altiplanicie, de brillante
cromatismo, instalada a 709 metros sobre el nivel del mar. Lo primero que se
ofrece a nuestros extasiados ojos son las numerosas albercas de agua cristalina
donde, desde hace más de 2.500 años, tiene lugar la obtención de sal común
(C1Na); detrás, las encaladas y horizontales casas del pueblo —que mantiene
desde hace muchos años un censo de -1.454 habitantes—, y al fondo, sirviendo de
magnífico arco paisajístico, las nevadas cumbres del Mulhacén y Veleta. Un
número incontable de civilizaciones, a lo largo de los siglos, ha ido
asentándose en este estratégico lugar de la provincia de Granada —a mitad de
camino entre la Vega y la Costa, las Alpujarras y la de-presión de Guadix—. Siguiendo
un orden cronológico, citamos los siguientes pobladores: Los griegos, según se tienen noticias, fueron los primeros en
colonizar la población. Vinieron desde el mediodía in bautizaron el lugar con
el nombre de Malka, que él quiere
decir valle templado. Les siguieron los cartagineses. Posteriormente es, los
romanos, al mando del pretor Niomes, a comienzos del siglo segundo antes de
Cristo, tras pasar a cuchillo a sus 6000 habitantes, la conquistaron, llamándola
Misarza, calificación que en letra gótica significa alivio de los dolientes.
Durante
la dominación romana, esta población fue gobernada por cuatro jueces. Se sabe
que los garum (industrias de salazones) de Almuñécar y Salobreña, en la costa
granadina, se servían de la sal común obtenida de los secaderos de La Malahá.
Durante las invasiones, los godos también se instalaron en este apacible lugar
y, tras la conversión de Recaredo (589), vivieron aquí unos teólogos que
tomaron parte en el concilio de Iliberris (Granada).
En el siglo VIII, los musulmanes, al mando de
Tarik, se asentaron en el lugar, al que llamaron la Malahá, que quiere decir
alquería de la sal (denominación que, como podemos ver, se ha respetado hasta
nuestros días). También dice la historia que San Rogelio estuvo aquí una
temporada evangelizando, pasando después a Córdoba, donde fue cautivo y
martirizado. Durante el siglo doce nació y vivió en la Malahá un gran
historiador y bibliógrafo: Abdel –Walhed- Algapheki , conocido como el apodo de
el Malaheño, que vivió durante 65 años, y fue una de las grandes en figuras del
reino de Granada. Durante la dominación musulmana esta población alcanzó un una
extraordinaria importancia, tanto en el aspecto militar –siendo zona de control
y vigilancia de un amplio espacio geográfico, además de centinela avanzado de
la Alhambra-con el mar como en lo económico –las salinas alcanzaron un papel importante
en el desarrollo comercial-; por otra parte, existen documentos que subrayan la
existencia de un número de 400 personas dedicarlas a la seda.
Algunos monumentos
En
el año 1487, los ejércitos cristianos conquistaron La Malahá, a tenor de lo
cual se cerraron las termas y baños, se descuidó el trabajo de la sal,
Desapareció
la industria de la seda y de la población quedó sumida en el olvido. Un número
tan variado de civilizaciones tan cultas ha procurado dejaron su huella
elaboración. Lamentablemente, el inexorable discurrir del tiempo ha
contribuido, junto a la desidia humana, a la desaparición de gran parte. A
pesar de los muchos avatares sufridos, nuestro deambular por la callada fue una
extraordinaria sorpresa (solamente las termas las salinas se anuncian a la
entrada de la población). Los romanos dejaron aquí un amplio abanico de
testimonios documentales, desde el más humilde, piedras miliares al borde que
algunos tramos de calzada. Hasta obras de ingeniería, un puente elevado –en
pleno proceso de restauración-que enlazaban la ciudad con las salinas; una
torre ancha y circular, muy bien conservada, debajo de la cual volver a uno de
los cuatro manantiales de agua salvo salobre; pasando por un colono y un
fragmento de muralla.
Que
la civilización islámica también dejó un grato recuerdo; no resulta extraño
crear un arco de puerta o ventana musulmanes tapiados y encarnados; un minarete
convertido en campanario; una mezquita, en iglesia; las tierras del amor que
envuelven el pueblo, por otra parte, están salpicadas de produce 1000.002
aljibes nazaríes, destinados al relevo de los últimos aprovechándose de las
precipitaciones recogidas.
En
el año 28 antes de Cristo, en tiempos del emperador César Octavio Augusto (63
a.C.), se iniciaron las obras de canalización de las aguas termales,
levantándose el balneario, el cual se iluminó con lámparas de aceite.
Dos
manantiales de 24 y 25°, respectivamente desaguan en el interior del balneario.
La composición de las aguas es la siguiente: sulfato de magnesio, ido color
acto donde la admisión, sulfato de calcio, son carbonato de cal, óxido de
silicio, sílice, óxido de Hierro, ido sulfato de calcio, arcilla y tierra
calcárea.
En
el siglo diez y nueve, un médico local realizó un profundo estudio sobre las
cualidades terapéuticas de estas aguas. A raíz de las pruebas efectuadas a la
920 enfermos aquejados de enfermedades tan dispares como erupciones de la piel,
dolores musculares, parálisis local, convulsiones afecciones nerviosas,
enfermedades y dolores reumáticos, enfermedades de glándulas, sífilis, clorosis,
amenorrea, y otros flujos sanguíneos; esterilidad, etc. llegó a la conclusión
de que los enfermos alcanzaron un elevado grado de mejoría, e incluso la
curación en algunos casos.
El
apogeo de estas sanas instalaciones tuvo lugar durante los siglos medievales
del reino nazarí. En la actualidad, hemos podido comprobarlo, en el
histórico balneario-termas romano, primero y baños árabes, después- reina el
abandono y la ruina más completos. Los alrededores, junto a la piscina, en cuyo
fondo se ven sumergidas columnas romanas y algunos capiteles musulmanes, donde
se levantaron en el siglo pasado gran número de viviendas, son escombros.
Únicamente trabajos de gran envergadura, bien dirigidos por arquitectos
competentes, podrían salvar este monumento y, con ello, la reutilización de sus
instalaciones.
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