AMBIENTE
CIUDADANO
En
1902, casarse en Granada costaba 23 pesetas, en concepto de derechos de
expediente matrimonial, incluida la toma de dichos, y se pagaban en la Curia.
Como los pobres no tenían ni 23 pesetas, se les casaba sin pagar nada, siempre
que acreditasen la falta de medios. Se decía que se casaban “de oficio”. Los
bautizos costaban cinco pesetas en las parroquias de primera: el Sagrario, la
Magdalena, San Justo y Pastor, y San Matías. Costaban cuatro pesetas en las
restantes, excepto en el Salvador y el Sacromonte, de tercera categoría, que
costaban tres pesetas.
Morirse ya era más complicado. No el hecho de la defunción, sino el del entierro. Una simple fosa en el suelo costaba 100 pesetas con 10 más en concepto de depósito..
La
ciudad estaba entonces bastante sucia
por la negligencia e incivismo de sus vecinos y escasez de recursos económicos
en el Ayuntamiento para retirar tanta basura. El entonces llamado pomposamente
“Servicio de Limpieza Pública y Riegos” municipal – el “INAGRA” de hace un
siglo – sólo disponía de ocho carros de mulas, seis cubas de riego, cuarenta
carretillas y las correspondientes palas y regaderas.
El
capítulo de atención a siniestros era más grave porque los bomberos - que
tenían su Parque en la calle Escudo del Carmen, al lado del Ayuntamiento -,
únicamente disponían de cinco bombas, cinco bombines, unas pocas camillas y una
escalera. En 1902, además, el cuerpo de bomberos estaba de lo más
desacreditado, desde su ineficaz intervención, en septiembre de 1890, en la
extinción de un peligroso incendio ocurrido en la Alhambra. Allí se habían
presentado en lastimosas condiciones: con gran retraso, sin una sola bomba que
funcionara debidamente, con mangas rotas e inútiles y hasta sin hachas. Sólo de
milagro –que no por la acción de los bomberos– se evitó un verdadero desastre
en el monumento.
Pero
no eran sólo los bomberos los únicos profesionales desacreditados por entonces.
También lo estaban los médicos. Los granadinos no habían olvidado la trágica
epidemia de cólera de 1885, que causó varios miles de víctimas entre la
población, una de ellas el arzobispo Bienvenido Monzón, que había sido
arzobispo de Granada bastantes años y ahora lo era de Sevilla, y que veraneando
en La Zubia aquel 1885 había muerto a causa del cólera. Durante aquella
terrible epidemia, nuevo azote de la ciudad apenas un año después de la gran
tragedia del terremoto de 1884, se habían dado numerosos casos de médicos que
se habían negado a asistir a los enfermos pobres. Una verdadera mancha de
descrédito para el buen nombre de la profesión médica granadina.
A
PIE O EN BURRO
Faltaban dos años para que, en 1904, empezaran a circular los primeros tranvías eléctricos. Y uno para que, en 1903, apareciera en las calles granadinas el primer automóvil, que sería un Renault de 18 caballos propiedad del duque de San Pedro, que lo había adquirido en París. Así que, sin tranvías ni automóviles, la gente iba a pie a todas partes, y sólo en ocasiones se utilizaban coches de caballos, cuya parada estaba frente a la Acera del Casino, con tarifa de una peseta el trayecto por el interior urbano. Para subir al Albaicín o al Sacromonte, las personas de edad alquilaban, también por una peseta, las dóciles burras de una mujer a la que toda Granada conocía por el apodo de “Pepica, la de las burras”, que se ponía a diario con sus animales por los alrededores de la iglesia de Santa Ana. Los usuarios de las burras hacían el trayecto acompañados por algún chiquillo que, luego, a cambio de unos céntimos, devolvían los rucios a su dueña. ¡Y había que ver cómo bajaban los chiquillos por las cuestas, emulando a los caballeros que aún se desplazaban por la ciudad jinetes de sus caballos propios…!
Así era, a grandes rasgos, aquella Granada de 1902, año en el que nacía el Observatorio Astronómico-Geofísico de Cartuja, la mayoría de cuyos aparatos fue construida por PP. Y Hermanos de la Compañía de Jesús en Granada. Era una Granada en la que –como ocurre en la de hoy – todo iba muy mal para la gran mayoría y todo bien para unos pocos, muy contados privilegiados. Hoy, los cien años de vida del Observatorio dedicados a la investigación científica, representan un argumento de continuidad que nadie puede rebatir. Afianzado en su tradición y fiel a su destino, el Observatorio granadino asegura las virtudes que en éste su primer siglo ha sabido poner, con fidelidad, constancia y modestia al servicio de la Ciencia.
NITO