“Su piel deslumbra
sus ojos como si fuera
se abren ante las anémonas;
mezcla de blanco y amarillo intenso
como plata que corre entre medias del oro”
IBN
ZAMRAK (Fiesta del “Mawlid”)
Aunque el secreto de
la loza dorada ya fuera desvelado por La
Murga (véase nuestra entrada del miércoles 30 de Abril de 2014: El secreto de la loza dorada), hoy queremos traer de nuevo el tema, pero
presentándolo como candorosa y simpática leyenda granadina. A ello nos da pie
la nueva entrega de “Leyendas de
nuestros pueblos” de José Manuel Fernández Martín.
Foto Ayuntamiento de Jun
Asentada al borde de las últimas y suaves estribaciones
montañosas que descienden desde Alfacar a la Vega de Granada, Jun atesora bellos paisajes con muy importantes raíces
históricas, donde existe una gran tradición artesanal al barro y a la cerámica.
Señorío del Gran
Capitán, fue el único pueblo de España en presentar alegaciones a la
Constitución de 1812 y también fue el primero en hacer uso de las nuevas
tecnologías informáticas como un servicio municipal.
Pueblo donde, todavía
hoy, un Morquí (de la acequia Morquí) es el tiempo de riego, dividido en dos
mitades, de sol a sol o de puesta de sol a amanecer y palabras como Desagelo,
siguen teniendo significado en el ritual de la extracción de la arcilla, es
normal que aquí se halle el Pabellón de las Artes de Miguel Ruiz. Aquí, en este
mágico lugar, se exponen las réplicas de los famosos “Vasos de la Alhambra”.
Cuenta la leyenda…
El día estaba
señalado, el Sultán cumpliría con el ritual de recompensar el trabajo artesano
que más le gustase de todos cuantos le presentaran el día de su cumpleaños. En
tradición que ese día todos los maestros de las distintas artes de la ciudad mostraron
al Sultán su buen hacer, reflejado en un trabajo excepcional, así pasarían a
pertenecer a la élite de artistas escogidos para trabajar y la ciudad palatina
de la Alhambra, sueño de cualquier maestro artesano. De ahí que durante un año
entero trabajaron en la obra maestra, volcando toda su sabiduría y conocimiento
en cada una de las distintas disciplinas de las Bellas Artes.
Cada artesano tenía
en su taller aprendices y ayudantes que bajo su dirección, establecía la mejor
forma para trabajar la madera, orfebrería, yeso, taracea, dibujo, cerámica y
otras muchas más que eran el orgullo de la artesanía mazarí.
Abdul había nacido en
el seno de una casta de alfareros de Jun, dedicados más a la elaboración de ladrillos
para la construcción que a las artes plásticas; sus incursiones en la cerámica
habían sido con más pena que gloria, con trabajos artesanos de mediocre factura,
botijos, cazos, orzas, candiles y alguna que otra vajilla para las
familias del pueblo. Este era el legado que Abdul había heredado de sus
antepasados, pero él tenía otras inquietudes que su abuelo materno, Kaler,
incansable viajero, supo descubrir.
Era kaler un hombre
de mundo que después de recorrérselo en su juventud, se instaló en Jun donde le
apodaron “el alquimista” por su pasión por los experimentos y exploración,
sobre todo de los materiales a través del fuego. En él, encontraba Abdul el
soporte para investigar nuevas formas de cocer la excelente arcilla que se
extraía del suelo de Jun.
Su Padre siempre le
echaba en cara lo poco que se dedicaba al negocio familiar, mientras pasaba
horas y horas en la casa de su abuelo perdiendo el tiempo en experimentos que
no conducían a ninguna parte. Pero él aprendió de ese misterioso viajero la
transmutación de la materia, cómo hacer de un trozo de barro algo sublime y
místico, de formas, dibujos y colores nunca antes realizadas y así surgió la
pieza que este año el hijo del alfarero de Jun iba a presentar al Sultán, un
plato con filigranas vegetales, geométricos y apabullantes con unos colores
nunca antes vistos.
La mañana abrió
radiante y el bullicio en la explanada de la Alhambra fue creciendo con la
llegada de cada maestro, con su cohorte de aprendices para exponer su trabajo
al Sultán. Uno tras otro fueron mostrando sus obras en los distintos campos,
mientras que el Sultán se congratulaba de la excelente labor de los artesanos
nazaríes. Llegó la hora de Abdul que, acompañado de su abuelo Kaler, se
presentó ante el monarca.
-¿Y tú jovenzuelo,
que puedes ofrecerme, sin cohorte de aprendices, ni maestro que te avale?
-Sólo puedo
ofrecerte, mi señor, este humilde plato. -Dijo Abdul mientras lo desenvolvía
con mucho primor de un paño de lino blanco. Todos los allí congregados se
rieron del ofrecimiento.
-¿Todo un año para
hacer un plato?-dijo uno- ¡Muchacho, por lo menos haber traído la vajilla
completa! –soltó otro mientras todos reían de la ocurrencia.
Pero cuando Abdul,
sacó el plato todos callaron y el sultán desde su real lugar le hizo señas para que se acercara y ver detenidamente la cerámica. Sus ojos se
abrieron de par en par cuando lo tomó en sus manos; las extrañas filigranas y
los colores eran de una belleza sublime, el azul cobalto y los reflejos dorados
de la pieza dejaron mundos a todos.
¡Cómo había podido
hacer aquel muchacho una pieza tan exquisita!El interés del sultán por aquella
pieza levantó las envidias de los maestros alfareros que, aliados con un
corrupto consejero del Sultán, sugirieron que aquella pieza no era obra del
muchacho y que fuera castigado por su engaño, pero fue el abuelo quien habló
esta vez:
Mi señor, yo puedo
dar fe del trabajo del muchacho y si mis canas no son suficiente garantía, hacer
que vuelva a fabricar otro para probar su inocencia.
El viejo Sultán miró
al anciano y vio en él la humildad y honor de quien ha conocido los secretos
del mundo.
-No hace falta, me
fio de tu palabra, anciano.
Pero el consejero,
espoleado por el dinero de los envidiosos alfareros, volvió a la carga contra
el pobre Abdul.
-Mi señor, mi señor,
¿no prohíbe nuestra religión que se ponga oro en la mesa del creyente?... ¿Y no
es oro lo que ese plato reluce o es que me engañan mis ojos? -Observando
detenidamente el plato.
-¡Esto es una mofa y
sacrilegio a nuestra fe, que Alá me destierre si eso que reluce no es oro! …¿Hemos
de consentir tal infamia?
El revuelo que se
formó fue tal que la guardia personal del sultán tuvo que intervenir para
aplacar los ánimos. -Sí es cierto lo que dice mi consejero, vas a estar muchos
años encadenado, extrayendo el oro del Cerro del Sol.
El abuelo volvió a
intervenir:
-Si el consejero está
tan seguro de ello, sólo nos queda por demostrar que mi nieto es leal al sultán
y a la fe de Alá. Sólo una prueba podría salvar su destino.
¿Y qué sugieres,
viejo? -Escupió el consejero.
-Sólo queda romper el
plato y comprobar qué hay en su interior.
Fue el propio sultán
el que puso reparos a la propuesta del abuelo, pues no deseaba destruir una
pieza tan bella, pero no quedaba otro remedio para discernir la inocencia o
culpabilidad del muchacho. La expectación que se había creado en torno al
asunto crecía por momentos. De repente, el sultán se levantó y de un movimiento
enérgico estrelló la pieza cerámica contra el suelo, rompiéndolo en siete
trozos; después mandó llamar a su orfebre privado para el que examinará el
material. El informe fue rotundo: “Allí no había ni una pizca del precioso
metal, sólo barro con una pigmentación especial y cocido de forma distinta para
sacar los bellos reflejos dorados. Es una fórmula desconocida, pero no es oro
lo que reluce en la cerámica”.
El sultán fulminó a
su consejero con la mirada; este intentó escabullirse pero la orden del monarca
fue tajante:
-¡No será Alá el que
te destierre, sino yo, pues en este mismo momento me he quedado sin la pieza de
exquisita belleza, pero también de un consejero de mal agüero…! -¡Guardias, poned a es zángano en las puertas del reino y si vuelve por aquí no tengáis piedad
con él…!
-Si su majestad me permite. –Dijo Kaler, -Si
se ha perdido una pieza bella, no
perdamos también unas buenas manos para trabajar; si vuestra majestad lo
considera oportuno, este sabelotodo debería de trabajar en la extracción de oro
de su excelencia, así aprenderá a pensar antes de rebuznar.
-Veo que también eres
un buen consejero, abuelo, te ofrezco la vacante que queda libre en mi corte y
con respecto al muchacho que hizo posible esta maravilla de cerámica, tengo grandes
planes para él, los dos trabajaréis en la Alhambra.
Y cogiendo a Abdul
del brazo, como si de un buen amigo se tratara, se retiraron hacia el patio de
los Leones mientras el Sultán le comentaba:
-Tengo una idea que
quisiera que la hicieras realidad sobre un gran jarrón con dos gacelas
mirándose que…
Y así, la leyenda del
secreto de la Loza Dorada quedó para siempre guardada en el corazón de Abdul y
de sus descendientes, que dejaron en su legado
Por eso amigo lector,
recuerda que: “No es oro todo lo que reluce”.
La recuperación de esta técnica ancestral, debida a Miguel Ruiz Jiménez,
es digna de todo encomio y única en el mundo.
NITO
4 comentarios:
Querido Nito: yo tampoco he deshecho las maletas pero aquí me tienes fiel y complacida con la leyenda. No así con la fotografía de Jun en la que han pegado a nuestros "COLOSOS ALCAZABA Y MULHACEN como fondo del pueblo. Muchos pasos han de darse para poder admirarlos y muchos más para llegar a sus cumbres. Me siento ofendidilla nada más, pues imagino que su autor no entiende lo que esa imagen puede significar para mucha gente. Pero no deja de ser un engaño, y no me gusta, ea. Dicho está y se han acabado las vacaciones!!! Eso sí que no tiene arreglo ... :(
Un abrazo a medias con quien ya sabes. :)
Regresando de vacaciones, donde el “internet” fallaba más que una escopetica de feria, me encuentro con esta leyenda tan bonita en “La Murga”. Apagados los intensos calores de este verano, reconforta sumergirse en estas historias granadinas dignas de figurar con lomos de oro en la virtual biblioteca de estas redes que flotan por el espacio.
Gracias, Kitiyi, por tu información sobre la foto de Jun: Mira que hay montañeros en la Murga y tú sola te has dado cuenta. Trataremos de sustituirla a la primera ocasión.¡Cómo dudar de una foto emitida por el propio Ayuntammiento...!
Un abrazo.
Hola, Manuel: Yo también he estado en el dique seco por mor del Internet. Celebro que te guste esta refrescante leyenda con aromas nazaritas. Pecan de candorosas pero, es lo que hay. En cuanto a lo de los lomos de oro... ¡Jolín, Manolo, dejémoslo en doradillo de Jun...!
Gracias y un abrazo.
Publicar un comentario