Después
del agua, como elemento inspirador en el callejero, quizás sea el mundo vegetal
el que más nos distingue de otro pueblos y ciudades. Es decir, los fitónimos para nombrar
a nuestras calles y plazas.
Una ciudad cuya otrora exuberante vegetación y
vasta arboleda se alaba por propios y foráneos, incitando encendidos ditirambos
en los escritores arábigos y no menos hiperbólicos elogios en los cristianos,
que se muestra hipersensible ante el paisaje que las causa, y protesta (casi
siempre inútilmente) las talas seculares que lo deterioran, tenía que rotular
su callejero con abundantes fitónimos.
De
tal manera, nos encontramos con referencias a árboles y plantas que testifican
su presencia como ornamento de paseos y jardines, que sirven de sombra y alivio
en los patinillos que centran sus casas, o definen espacios como el
huerto-jardín de sus cármenes, o reptan y se alzan por los tapiales encalados,
dando carácter a un urbanismo peculiar: Ciprés (hoy Málaga; y su homónima en el
Albayzín, hoy Fátima), Granadillo, Almés, Alamillos, Naranjos, Pino, Cambrones,
Rosal, Jazmín, Parra...
Foto de Mayte Martínez Caro
«Tienen
sus huertos y jardines con tantos naranjos, cidros, limones, toronjos,
laureles... que parecen las casas de encantamento... ay en ellas otros tantos
vergeles», y añade Bermúdez de Pedraza: «no ay casa grande, mediana, ni pequeña
que no tenga huerto, parra, naranjo, o maceta con flores, o yerbas olorosas».
Y
Huerto, Jardines y Vergeles también encuentran su lugar en el nomenclátor.
NITO
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