Juliana
Había dejado la llave de su cuarto puesta, a propósito, “a cosica hecha”.
Sobre las nueve de la noche de aquel día de abril de 1.935, cuando la ultima luz solar se dejaba ver aun por aquellos montes de la Contravisesa, más abajo de Yégen, el pueblecito alpujarreño granadino, que se preparaba para la noche, para la oscuridad mas penetrante y el silencio mas sepulcral.
De algunas casas el humo de las chimeneas iniciaba su camino hacia el cielo, como si quisiera esconder los guiños de esas estrellas inmensas de la alta Alpujarra.
Juliana se dispuso a llevarle el tazón de “leche migá” a Don Gerardo, que miraba como hipnotizado las llamas de ese fuego de la chimenea, sentado en el viejo sillón.
Juliana tenía quince años, lozana y virgen inmaculada. Ni le miró, pero ambas miradas coincidieron en aquellos destellos del fuego. No mediaron palabra alguna. Dejó el tazón sobre la mesa y salió: “Que pasen buena noche los Señores” Se notó en esa frase su nerviosismo y se marchó con el corazón a punto de estallarle. Sus latidos sonaban como tambores de guerra que anunciaban los acontecimientos próximos a llegar.
Los señores de la casa se despidieron también: Buenas noches Don Gerardo, que ud. descanse.
Quedó sólo en el comedor sin apartar los ojos del fuego de la chimenea que expandía por toda la habitación el movimiento de sombras que iban y venían como si de un baile tenebroso se tratara: baile de la vida al propio tiempo que de la muerte. Permaneció unos instantes pensativo, como dudando, luego se levantó y se detuvo frente a la puerta del cuarto de Juliana. Sabía que la llave estaba puesta. Y entró.
…..
Cuantas veces se había preguntado Juliana por su futuro. ¿Sabría encontrar alguna salida digna frente a lo que la realidad le ofrecía? : Servir en la casa de algún cacique del pueblo a cambio de mal comer y un camastro donde refugiarse en las frías noches de invierno o en la casa de algunos señores de la capital donde su tiempo sería propiedad exclusiva de los “señoricos”. Había oído a algunos mayores del pueblo decir que existía un sitio que se llamaba Londres y otro que se llamaba Paris, y se dormía pensando si sería capaz de dar ese paso tan importante: marcharse para siempre.
De la noche a la mañana apareció Don Gerardo, que doblaba su edad y algo más, pero…era tan guapo… El forastero, tan “finico”. Esa cachimba entre los dientes, dejaba asomar un bigote intelectual que le daba un aire de extraordinaria nobleza. Pausado, tranquilo de movimientos, que le conferían asimismo, una extraordinaria elegancia. Juliana no tuvo defensa y se enamoró de él perdidamente, con ese amor que a los quince años es puro fuego que abrasa.
¡Creo que es inglés! Comentó Amalia, la panadera. Militar de profesión que ha venido al pueblo “pa tomar los aires” y descansar. Aunque también he oído decir que es artista de esos que escriben libros y novelas.
Juliana, como algunas solteras más del pueblo cayeron irremisiblemente en el sueño profundo del amor hacia aquel caballero llegado cual príncipe azul. Solo que ella no podía imaginar que el destino la llevaría a servir en la casa donde Don Gerardo tenía alquilada la habitación que le daría cobijo durante más, menos seis años.
¿Cuándo llegaría la mañana para poder llevarle el café y el bollo de pan recién “salio del horno”?. Y la hora del almuerzo “pa servirle lo que quisiera”. Desde la ventana procuraba mirarle sin ser vista, cuando él salía y se la comían los celos cuando alguna se le acercaba para darle las “güenas tardes”.
¡Qué malos tiempos…! La guerra civil en España asomaba sus fauces ya, por las esquinas y la miseria se cebaba con estos pueblos de la Alpujarra. Pero ella se alisaba y cepillaba el pelo mil veces antes de salir a servir al señorito.
El, ya se había percatado de estas miradas y esos sonrojos solamente con que le diera las gracias por servirle la cena. Se había fijado en la belleza primitiva de Juliana, casi árabe, morena y ojos grandes, penetrantes, capaces de encender un candil de torcía o mariposa por si mismos y la miraba de reojo como el depredador que acecha para dar el zarpazo definitivo.
El amor entre ambos no era coincidente. Ella se había enamorado locamente: sería lo que Dios y él quisieran que fuese. Estaba dispuesta a asumirlo. No así él, que la veía con los ojos del hombre hambriento y sediento de mujer, aunque con educación exquisita no le mostraba sus íntimos intereses, lo que hacía que ella se hundiera cada vez más en la profundidad de su amor.
Los renovados sueños y esperanzas de Juliana estaban a punto de desvanecerse. Sería poseída por aquel embaucador y seductor inglés, pero con el paso del tiempo vería cómo éste solo se limitaba a alimentar su instinto más básico. Juliana se había entregado en cuerpo y alma. Se quedó embarazada y Don Gerardo para no ser objeto de comentarios impertinentes en el pueblo se marchó a Inglaterra.
La tragedia acababa de confirmarse: mujer soltera, menor de edad y embarazada no eran por aquellos entonces argumentos válidos en los pueblos del sur de aquella España terrible, que se preparaba para uno de los episodios mas vergonzosos y oscuros de su propia historia.
Elena, nombre que dio Juliana a la hija cuyo padre había trastornado su vida, tenía tres años, recién acabada la contienda civil. Y Don Gerardo se presentó en el pueblo.
La conversación no fue muy larga, pero si tensa e intensa. Las palabras y los silencios que acontecieron traspasaron el cielo alpujarreño: ¡Que se la lleve Vd.!, apostilló Juliana. ¡Mejor estará y mejor educación recibirá que aquí en medio de esta horrible miseria conmigo, aunque se me parta el alma!. El acuerdo sentenció: ¡no volverás a verla!
Durante algún tiempo Juliana recibió dinero que le enviaban desde Inglaterra. Luego vendría la amargura, porque años más tarde, arrepentida de su promesa, quiso buscar a su hija, efectivamente aquella sentencia se cumplió y jamás volvió a verla.
La vida de Juliana transcurrió a través de los años por un autentico “vía Crucis”: Los comentarios del pueblo no podía soportarlos y se vino a Granada donde trabajó de sol a sol en la cocina de un restaurante. Se casó dos veces, tuvo dos hijos con cada uno de los maridos y enviudó las mismas veces. Sus cuatro hijos fueron marchándose. La emigración era la única salida para aquella juventud que sin haber tenido culpa de nada, era receptora de los peores atributos humanos.
Así transcurrieron los últimos días de su vida. Intentando averiguar algo de su hija y no se enteró de que Miranda (así le pusieron tras su salida de Yégen) había fallecido dos años antes que ella.
….
Hace unos días, con motivo de próximo recital en homenaje a Carlos Cano, indagando en su “Pasodoble torero a Gerald Brenan”, pude acceder, como casi siempre ocurren estas cosas, de casualidad, a un comentario que hace un par de años hizo un nieto de Juliana, desde un pueblo de Cataluña. La frase caló con fuerza en mí y, en honor a la verdad, me dejó “pillado”, provocándome de inmediato este escrito. El comentario decía así:
<”Mi abuela Juliana fue una gran mujer, que sacrificó el amor de una hija para que tuviese mejor vida que la que a ella le había tocado vivir. El señorito inglés, como siempre hicieron los caciques, la vio, le gustó, la usó y luego la abandonó”>
Esta historia es verdadera y conocida y se han vertido ríos de tinta sobre ella. Antonio Ramos Espejo, periodista granadino, escribió “Ciega en Granada”, que narra esta historia. Fernando Colomo estrenó su película correspondiente sobre el asunto. Yégen, en el corazón de la alpujarra granadina existe y seguirá existiendo. Juliana Pelegrina y Gerald Brenan dieron y seguirán dando que hablar. La obra escrita de Brenan quedó inmortalizada y continuará siendo objeto de estudio de futuras generaciones, pero creo que el gran legado de Juliana (la que salió peor parada de esta historia) fue sin duda su generosidad, pues nos dejó un clarísimo ejemplo de amor sin recibir nada a cambio. El amor hace que sigamos vivos. Sin amor solo existe vacío y oscuridad. No seríamos capaces de sobrevivir mucho tiempo. Estoy seguro que esas estrellas que brillan más en la Alpujarra que en ningún otro lugar son sin duda la parte visible de ese extraordinario y poderoso amor que Juliana pudo y supo transmitir. Gracias Juliana.
¿Conocería Carlos Cano esta historia…?
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JUAN GÓMEZ
9 comentarios:
Sencillamente y sin más palabras, conmovedor
Muy buena tu intervención.La canción que mencionas de Carlos Cano es una de mis favoritas y es de suponer que conocía el tema y tuvo que impactarle yanyo que le compuso la canción.
Espero que tus intervenciones en la Murga sean muy frecuentes.
Sentimental, muy humana, poco conocida y muy bien escrita la historia que nos cuenta Juan Gómez. ¡¡Felicidades!!
No estoy nada de acuerdo (si se me permite opinar), con el comentario del Sr. Montufo: ¿Me quiere decir Ud., si es que conoce la letra del pasodoble "y que es de sus preferidos", dónde se infiere que Carlos Cano conocía la faena que el cabrón de Gerald le hizo a Juliana...?
Yo estoy convencida que si Carlos Cano -poeta del amor y del sentimiento- hubiera conocido la historia que nos cuenta La Murga, habría cantado el pasodoble a Juliana, como le cantó -y con menos motivos, quizás- a María la portuguesa, ¿no cree, Sr. Montufo...?
Buena pregunta al final del magnifico relato de Juan gomez ¿conoceria Carlos Cano esta historia?. Que la conocio, no tengo la menor duda, pero no antes de parir su Pasodoble torero. Seria imposible que hubiera salido de su pluma ese -Ole y viva Gerald Brenan- sabiendo que era un cabronazo con "to la cuerda da". Luisa
Querido juan: La historia es digna de un pedazo de BOLERO. De esos que tu sabes componer y cantar con tanto gusto.... Atrevete. Loli
Digo igual que Manolo: una historia conmovedora. Seguro que existen muchas más que se parecen a esta. Lo dio la época.
Conocia la existencia de la LA MURGA por Antonio y de sus intervenciones magistrales(las de La Alhambra), pero entre por primera vez en Marzo con La Primera Zapatera Prodigiosa(buen homenaje a la mujer). Con bastante curiosidad me remonte a sus comienzos, por lo que tengo que felicitar al autor de este blog Sr.Nito, al que no tengo el gusto de conocer, y decirle, que lamento que se hayan quedado demasiados articulos sin comentario alguno, ya que ninguno tiene desperdicio....Unos por interesantes, otros por curiosos o simpaticos y hasta por apetitosos. Con el relato de Juan gomez en Abril, estuve tentada de comentar pues me parecio nostalgico y entrañable, al igual que esta ultima historia sobre Juliana y el tal don Gerardo (que parece dejo mucho que desear). Pero creo que es de obligado cumplimiento hacer comentario general a La Murga de Nito por su buen hacer, dando como resultado un gran trabajo.
Hola Carmen: Gracias por tu reconfortante ánimo. Suele suceder, y es humano, que en aquellos artículos en donde más te has esforzado se te queden huérfanos de comentarios: ¡Con lo que eso reconforta…! Pero hay que contar con cierta apatía o pereza mental a meterse en un medio poco conocido. El mérito de La Murga, si acaso lo tuviera, es que su autor siempre supo rodearse de gente estupenda.
Carmen supongo que los comentarios se pueden añadir en cualquier momento
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