domingo, 20 de septiembre de 2009

LA CUEVA SUBMARINA DEL SIFÓN

Como cualquier acantilado marino, los que conforman el paraje natural de Cerro Gordo, aquí en La Herradura, están llenos de cuevas y fisuras que son un goce para los sentidos.

Sólo dos de ellas pueden ser visitadas en pequeñas embarcaciones, las otras, son tan pequeñas que puedes inspeccionarlas si te acercas nadando con tubo y aletas, y las hay que sólo son practicables si se es escafandrista, pues están totalmente sumergidas y a buena profundidad, como la que vamos a describir hoy; incluso ésta, tiene una segunda parte especialmente peligrosa, en la que han habido varios accidentes graves, ya que requiere equipos y personal especializado en espeleobuceo: La Cueva del Sifón.
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Salimos de la Herradura en el bote hacia poniente, doblamos la Punta de Cerro Gordo, admirando las enormes formaciones rocosas de acantilados casi verticales de unos 80 metros de altura sobre el nivel del mar. A unos 50 metros de esta punta, podemos observar en la pared desnuda, a unos 20 metros del agua, como dos grandes muescas de lajas desprendidas de la pared, a modo de profunda cicatriz. Estas muescas dibujan una especie de “V” invertida que parecen indicar la situación de esta cueva.

Nos acercamos con cuidado al liso acantilado para no rozar contra algún semisumergido peñón. Estamos ante una negra y estrecha hendidura por la que apenas cabe la proa de nuestra lancha: La mítica Cueva de los Ladrones. Ante su umbral, echamos el ancla con 40 metros de cable. Nos aseguramos de que el fondeo es firme y que el bote no dará contra el muro en su borneo.

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Nada nos haría pensar que a unos pocos metros hacia la izquierda y bajo este mar, espejo bruñido de azogue, se encuentre una tenebrosa caverna a 20 metros de profundidad, que nos ofrece su boca. Boca que aparecerá casi oculta por una gigantesca roca que, a modo de muela o tapón, nos oculta la entrada. Nos sumergimos lentamente para ir ambientando retinas y probar el equipo. Encendemos focos y nos acercamos a la gran pared. Encontramos el tapón que hace de puerta. Aunque se puede pasar holgadamente por ambos lados, en su búsqueda hay que mantenerse cerca de la pared del acantilado, al objeto de no pasar de largo: ¡Tal es "su ajuste..."
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Una vez dentro, la sala es bastante amplia, de unos quince metros de ancho en su base y de unos diez metros de altura teniendo forma acampanada. Una vez traspasado este gran umbral, accedemos a una gran sala cuyo fondo está salpicado de pequeñas rocas y arenas consistentes, con lo que no corremos demasiado riesgo de enturbiar el agua con nuestro aleteo, aunque es recomendable mantenerse a cierta altura del fondo.
Esta sala tiene una profundidad de unos 25 metros, y va subiendo suavemente y estrechándose conforme nos vamos adentrando en ella. Hay luz natural suficiente como para orientarnos de nuevo hacia la salida.

Sin duda, lo más interesante de esta cueva, es el revestimiento de sus paredes. Al ser una zona limitada a la luz solar, es el lugar preferido para especies que eligen estas condiciones para su hábitat óptimo.
Esta totalmente cubierta de distintas especies de animales, predominando un fondo de esponjas, y sobre todo, grandes colonias de anémonas incrustantes amarillas, además de verdaderos corales anaranjados.
Es muy frecuente encontrar algunos gusanos de penachos, tras de los cuales se ocultan algunos cangrejos, en incluso podemos descubrir la presencia de alguna langosta asomando sus antenas, mientras mantiene su cuerpo oculto en una grieta.
Después deberíamos mirar y admirar su accidentada orografía. Podemos ver en las paredes de la derecha y en el suelo, oquedades que nos permiten asomarnos un poco, con permiso de alguna morena.
En este mismo lado y hacia arriba, casi en el techo, existe también una oquedad que se va estrechando y que es frecuente morada de “Manué” el viejo mero gitano, con más cicatrices de arpones de todo el Mediterráneo. En cuanto a la pared de la izquierda, y hacia la mitad de su recorrido, podemos iniciar un suave ascenso controlado hasta la superficie, ya que existe una cúpula en la roca que sobrepasa el nivel del mar, con lo que se forma una burbuja de aire, en la que caben holgadamente tres buceadores.
Esta burbuja tiene un pequeño agujero o lucerna al exterior, por lo que la renovación del aire de su interior está asegurada. Precisamente este pequeño agujero produce un fenómeno bellísimo y curioso: En el mes de junio, sobre las doce del mediodía, el sol entra por ese agujero y penetra hasta el suelo de la cueva como un cañón de luz polarizada, iluminando prodigiosamente la cueva por unos instantes.



Más adelante, la cueva se va reduciendo, hasta llegar a una zona estrecha dividida en dos por una intimidatoria columna. En esta zona es conveniente cuidar el aleteo ya que el fondo es del limo y aquí sí que podemos enturbiar excesivamente el agua y desorientarnos.
Es posible pasar ligeramente a la zona posterior de esta columna, en la que hay un pequeño vestíbulo, con dos lajas longitudinales inclinadas en las que se ven con frecuencia plateadas corvinas y también es posible que se nos acerque curioso un gran congrio que tiene aquí su morada y que tiene la costumbre de acercarse a los focos.
A partir de aquí la cueva se estrecha bastante, de forma que sólo deja pasar de uno en uno. A partir de esta zona no es recomendable el paso si no se cuenta con experiencia y el equipamiento propio del espeleobuceo. Este estrecho pasadizo poco después gira y se comunica por medio de una galería o tobera –como SIFÓN de pulpo- que desemboca en el inicio de la vecina Cueva de los Ladrones.
Otro capricho más, por último, de esta rareza geológica, es que nos encontremos con la presencia de agua dulce que brota del mar desde la sierra, lo cual identificaremos por una zona en la que el agua parece vibrar debido a su mezcla con diferentes salinidades y temperaturas.

NITO
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2 comentarios:

KITIYI dijo...

Que emocionante!!! Mientras lo leia, creia estar sumergida viendo todo lo que se narraba.
He pasado un rato entretenida, si señor, pero pensar en bajar ahí y ... ainnss, se me ponen los cabellos como escarpias.
Un abrazo.

Manuel Espadafor dijo...

Fantástica la inmersión en las cristalinas aguas, tan cristalinas como los arpegios de Albéniz, que crean un fondo envolvente y de fino encanto