viernes, 29 de mayo de 2020

LA GRIPE ESPAÑOLA DE 1918-19



 La mayor pandemia de la Hª Moderna: "La Gripe Española de 1918"

"CUALQUIER PANDEMIA PASADA NOS PARECE PEOR".-

El precedente del coronavirus: Todo lo que pudimos aprender de la gripe española de 1918


Este artículo lo tenía preparado para publicarlo mucho antes de que esta  negra nube que cubre hoy al mundo entero comenzara.  Cuando llegó la hora de “darlo a la estampa”, me contuve por no crear más inquietud y zozobra  entre mis amigos lectores. Ya, pasado lo peor, incluso perdido el respeto al “bicho” por parte de muchos insensatos, me atrevo a publicarlo con el propósito de animar al personal  y que sepan que Granada ya pasó  y superó otras pandemias y en peores condiciones  sanitarias, económicas e higiénicas, que la de ahora.


Nos referimos a la mayor  Pandemia de la Historia Moderna: La Gripe Española de 1918. La que más ha matado en Granada. La gripe que mató a miles de pobres en pueblos y no llegó a la Gran Vía.


Las comarcas más afectadas fueron Baza-Huéscar, la Alpujarra y Valle de Lecrín, donde fallecieron más personas que en la epidemia de cólera de 1885.
Se cree que la epidemia vino de Francia y entró a Granada por el Levante, transportada por temporeros y veraneantes
Se apunta que la Alpujarra fue contagiada por la madre de un soldado enfermo en el Hospital Militar de la capital.
Fallecieron buena parte de médicos y practicantes de los pueblos; desde la capital fueron enviados doctores para socorrer a infectados
Se calcula que costó la vida a 28.000 andaluces entre la primavera de 1918 y el invierno de 1919.
Desapareció en verano, pero regresó con más violencia en septiembre.
Son muchos los cronistas e historiadores que narraron esta gran tragedia en Granada. Remito al lector  a lo que de esta mal llamada gripe española, nos relata Juan Bustos en su obra “Un siglo que se va”:




LA GRIPE ESPAÑOLA.-
“En los presupuestos generales del Estado español, las partidas destinadas a los gastos de Sanidad e Higiene, suman unos millones de pesetas menos que aquellas que se consignan para piensos y arreos a los caballos del ejército”.
Dr. Ruiz Albéniz (1919)

“Granada fue una de las provincias españolas más afectadas. Aquella trágica epidemia que, en 1918 y 1919, alcanzó una gran mortandad.
Hace ya mucho tiempo que la gripe dejó de preocuparnos. Una simple vacuna nos inmuniza de ella. En plena era de los grandes avances de la investigación científica, cuesta cierto trabajo imaginar un estado de pánico colectivo mundial  a causa de una epidemia de gripe. Sin embargo, no es demasiado el tiempo que nos separa de una de esas situaciones de alarma general, provocada precisamente por las sucesivas oleadas de una gripe que dejó a su paso millones de víctimas mortales. En números redondos, 21 millones de muertos, muchos más que los ocasionados por la Primera Guerra Mundial.
Fue en los años 1918 y –en menor medida- 1919, cuando tal suceso se produjo. Aquella virulenta epidemia, que se conoció –injustamente-  con el nombre de “la gripe española”, se dejó sentir de manera dramática en la población granadina.


Parece probado que los primeros casos de “la epidemia trágica” -así la llaman también tratados de Medicina-, se dieron en Rusia y Siberia a finales de 1917. Era el tercer año de guerra. Pero en el mes de abril del año siguiente -ya estamos en el fatídico 1918-, el Ministerio de la Guerra francés se veía obligado a retirar de los frentes de batalla varios miles de soldados afectados de gripe. Era la primera noticia que admitía oficialmente la existencia de la epidemia en un país del occidente europeo.  En los meses siguientes, la gripe se extendió velozmente por el resto de Europa, Estados Unidos, la India, nueva Zelanda y África del Sur. No hay duda ninguna que las circunstancias de  guerra mundial que afectaban a todas las naciones –incluso las neutrales-, contribuyeron a la arrolladora expansión de la enfermedad. Las carencias alimenticias ocasionadas por la guerra, las penalidades de los frentes, la falta de prendas de abrigo para combatir el frío, fueron elementos que influyeron agravando la situación. El contagio eran facilísimo entre una población mal nutrida, hacinada generalmente en viviendas obreras extremadamente insalubres y, no digamos, en las trincheras donde se libraron las más sangrientas batallas de aquella guerra larga y espantosa.

Curiosamente cuando ya la epidemia era conocida internacionalmente como “la gripe española”, fue cuando entró en España, que hasta aquel momento se había visto libre de ella. Lo que son las cosas. El “microbio maligno” -así llamaban al virus los periódicos de la época-  entró precisamente por la frontera francesa.
 No es sorprendente. Recordemos que nuestros emigrantes de entonces habían suspendidos sus embarques para América, por los riesgos de los torpedos alemanes en el Atlántico. Así que, mientras duró el conflicto, la emigración española se había dirigido casi en exclusiva a los campos de Francia, faltos de sus hombres llamados a filas. Al aproximarse el final de la contienda -cesarían las hostilidades con la firma del armisticio del 11 de noviembre de aquel año-, los emigrantes españoles regresaron, trayendo con ellos -triste sarcasmo-  “la gripe española”.


Cuando los rumores de la propagación inminente de la epidemia llegaron a Granada, la gente se asustó de veras. Las noticias de los periódicos justificaban la inquietud. En dos meses, en los ejércitos franceses, se habían registrado cerca de 200.000 casos de gripe, con un total de 17.000 muertos. Las tropas inglesas también registraron 13.000 muertos por la misma causa. En París, los muertos se cifraban en 200.000 entre la población. En Estados Unidos, el panorama era aterrador con 550.000 defunciones en toda la nación. En Inglaterra, las víctimas eran ya 200.000; en Japón, 250.000; y varios millones en la India, dadas las lastimosas condiciones de vida de sus habitantes. “El hacinamiento, los incesantes movimientos de tropas, la falta de alimentos en muchas naciones -dice Pedro Pons, historiador de la epidemia- y, sobre todo, el abigarramiento de gentes de todas partes del mundo, portadores de cepas de virus gripales diferentes, fue una mezcla que hizo aparecer un híbrido extraordinariamente violento”.

A Granada llegó, con toda su fuerza, a finales de septiembre de 1918. A mediados de mes, el gobierno alerta a los gobernadores civiles. El de Granada se reúne con la junta Provincial de Sanidad el domingos, día 22.
Se acuerdan una serie de medidas preventivas. Pocas y rudimentarias, pero no hay otras: Se ordena a los alcaldes de los pueblos que comuniquen los casos que se produzcan, “procediendo enseguida a aislar los enfermos, esterilizando sus objetos personales”; a los propietarios de establecimientos públicos, el barrido persistente  con serrín y el lavado con  ”Zotal”; y el vecindario, que no se reúna en grupos “por el grave peligro de que se contagien gérmenes trasmitidos por personas aún convalecientes o incubando la enfermedad sin ellos saberlo”.  Más, como siempre, se llega tarde. ¡Al día siguiente ya  hay informes en la mesa del gobernador, comunicando la existencia de enfermos en los pueblos de la provincia!


El primer telegrama acuciante llega de Freila (1969 habitantes), rogando el envío de un médico con urgencia. Hay 250 vecinos con gripe, entre ellos el único médico. Otro mensaje, simultáneo casi, informa que en la Calahorra los afectados son más de 200 entre los 2060 habitantes. A partir de aquí se hacen continuas las malas noticias. En Orce,  el 27 de septiembre, de 1.000 habitantes, 800 tienen la gripe. Desde el día quince, aparición del primer caso en  el pueblo, ya los muertos eran 45. A finales de mes, el Dr. Fidel Fernández Martínez, asegura en “El Defensor”, que la gripe se presenta en tres formas: Leve, con muy poca calentura; grave, con altas temperaturas, que hacen que el paciente fallezca en pocas horas; y pulmonar, con fiebres de aspecto tifoideo. 

El mismo doctor, profesor auxiliar entonces de la Facultad de Medicina, hace un relato dramático en el periódico de lo que acaba de ver, volviendo de Adra, en los pueblos de nuestra provincia. En Castilléjar (2538 habitantes entonces), en pocas horas, había visto enterrar 18 personas víctimas de la gripe (6.287 habitantes), la situación aún era peor y la desolación completa. “Han enfermado los sepultureros –relataba el Dr. Fernández-, con lo que los enterramientos se hacen dificilísimos. He contado 22 cadáveres por enterrar y se carece de cal para cubrirlos, porque los industriales que se dedican a producirla o han muerto o han enfermado”. El panorama empezaba a ser trágico. Pero lo iba a ser más.



LOS ESCASOS REMEDIOS
Obviamente aquella España no estaba ni mucho menos preparada, con los pocos recursos y capacidad organizativa de las autoridades, para afrontar una campaña sanitaria que frenara  o redujera el rigor de la epidemia. El Dr. Martí Salazar, reconoció públicamente que “se dispone de una organización sanitaria meramente administrativa, burocrática, de papel de oficio, de expedientes, pero organización activa de laboratorios, instituto, personal idóneo, que es la base de ese tipo de campañas, ésa no existe en España”.
Lo que sí abundaban eran los anuncios de las medicinas contra la gripe. “El Noticiero Granadino”, del 10 de octubre de 1918 y días siguientes y meses siguientes, anunciaba a sus lectores que “las primeras eminencias médicas recomiendan la pomada mentolada  “Setroc”, ideal para preservarse contra la epidemia y otras enfermedades epidémicas. Depósito exclusivo: Farmacia Moderna, Antonio Cortés Contreras, Príncipe, 10. Por los mismos días se comunicaba a los enfermos, en otro anuncio: “Vuestra convalecencia será breve y segura tomando “Vino Pinedo”, reconstituyente enérgico. Representante, Abelardo Romera, Zacatín 18. Mientras los médicos recomendaban los remedios que la ciencia entonces permitía  -“Ante todo sudar, recomendaban muchos-, las farmacias se llenaban de productos poco menos que milagrosos: jarabes, pomadas, desinfectantes, tónicos. A alguno “se le iba la mano” en la publicidad de sus efectos. Por esta causa, la firma “Agua del Carmen”, se veía en la necesidad de anunciar que: “la verdadera Agua del Carmen, la de los carmelitas descalzos de Tarragona, es la única que evita la ofensiva epidémica”. Aumentaron fulminantemente sus ventas multitud de jarabes, y tisanas, estimulantes y otros productos curativos. Las marcas de coñac tampoco se quedaron atrás. Una firma de Jerez publicaba un anuncio genial, donde un guardia, armado sólo de una botella de coñac, daba el alto a la gripe. La imagen valía ya casi una terapia. Pero, obviamente, no bastaba para interrumpir la marcha macabra de la epidemia.


Una pandemia cada medio siglo

EMPEORA LA SITUACIÓN
En las semanas, en los meses siguientes, el panorama se hizo aún más pavoroso. A pesar de que como precaución, por ejemplo, el ministro de Instrucción Pública, Santiago Alba, se había dirigido a los Rectores de las Universidades, recomendándoles retrasarán la apertura del curso, “toda vez que la venida de alumnos de zonas afectadas, podría propagar los gérmenes entre sus compañeros, profesores y vecindario en general”. Fue inútil la medida. Como también la reiterada suspensión de todo tipo de actividades públicas que permitieran la aglomeración de gente. Se suspenden corridas de toros en varios pueblos, las ferias de Huéscar y Cortes de Baza y hasta una manifestación de los remolacheros que querían protestar por el mal momento de sus negocios.

De nada sirve todo esto. Impresiona leer los periódicos granadinos de aquel tiempo. No hay día o semana sin noticia de sobresalto. En noviembre  el alcalde de Cúllar Baza (7825 habitantes) informa que los casos de muertes siguen siendo muy abundantes en el pueblo. En Baza, un mes después, se sigue registrando un promedio de 15/20 defunciones diarias a causa de la epidemia. “El Defensor” resalta que “al cabo de tantas semanas de la aparición de la gripe, nuestra provincia sigue estando en cabeza entre las más castigadas de España”. En el mismo editorial, el periódico subraya que “Granada necesita urgentemente el auxilio del gobierno para que la epidemia no diezme de un modo más horrible la población”.

El gobernador, sintiéndose respaldado por la opinión pública, solicita ayuda de Madrid. Pero se queda frio cuando recibe respuesta, un telegrama del ministro de la Gobernación, anunciándole que no puede enviar dinero “por no haber en los presupuestos partidas para estos menesteres y ser muchísimos los pueblos y ciudades que demandan”.
Nada  interrumpe, por tanto, la propagación del desastre. En Cortes de Baza, clausuradas las escuelas, se carece en absoluto de medicamentos y “como el vecindario está tan atemorizado se ha pedido al párroco que prohíba los toques de campana anunciando los entierros”. En Fonelas, durante algunas semanas “las oficinas del Ayuntamiento y el Juzgado Municipal están cerradas por encontrarse enfermos todos los funcionarios, algunos de los cuales han fallecido”.

Reclaman médicos urgentemente  Chauchina, Gor, Gualchos, Gabia, Esfiliana, Fornes, porque los suyos han muerto o están enfermos. En Pedro Martínez, el mes de enero, en tres días se suceden veinte defunciones y hay 500 personas afectadas. Pero lo peor, acaso, sucede en Caniles, donde la epidemia llegó fulminantemente, traída por temporeros de Francia. Centenares de enfermos, casas y comercios cerrados, animales vagando en busca de alimento. “Los padres huyen de sus hijos -se lee en el Noticiario Granadino”-  y como han muerto los sepultureros, en muchas casas hay tres o cuatro cadáveres por enterrar. Hay gentes que han sacado los cadáveres a la calle y los han dejado en las puertas, donde llevan insepultos muchos días”. El alcalde, Juan Carpio, había formado una brigada de asistencia con los jóvenes de Caniles que quedaban sanos, para cavar fosas y sepultar los fallecidos.


Ochenta  años después de aquella  tragedia, que causó tan elevada mortandad en la población granadina de la época, es de justicia recordar el dignísimo papel que la clase médica general desempeñó en el transcurso de la epidemia. En Granada, concretamente, fueron numerosísimos los casos de médicos ejemplares que se desvivieron  por sus enfermos hasta sucumbir ellos mismos. Muchos también los que, abandonando voluntariamente sus consultas en la ciudad, se dispersaron por los pueblos para sustituir a los compañeros enfermos o muertos y recorrían un día y otro, mientras tenían fuerzas, kilómetros y kilómetros por pésimos caminos, para visitar enfermos de las cortijadas. Fue aquella toda una lección magistral de comportamiento y ética. Otros elementos, en cambio, no parece que respondieron con la misma espontaneidad y desprendimiento. Por aquellos días “El Defensor” había abierto una suscripción “patriótica” para remediar los efectos de la epidemia, particularmente graves ante la población más pobre. El periódico, al cabo de corto tiempo, se veía en  la necesidad de insistir: “¿Será preciso recordar a todos los ricos de nuestra ciudad la conveniencia de cumplir un deber social y humanitario, contribuyendo a mejorar la delicada situación de la salud pública?”




BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.-
“GRANADA.- Un siglo que se va” de Juan Bustos
El Independiente de Granada.- Gabriel Pozo Felguera


NITO

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