"CUALQUIER PANDEMIA PASADA NOS PARECE PEOR".-
El
precedente del coronavirus: Todo lo que pudimos aprender de la gripe española
de 1918
Este artículo lo tenía
preparado para publicarlo mucho antes de que esta negra nube que cubre hoy al
mundo entero comenzara. Cuando llegó la hora de “darlo a la estampa”, me
contuve por no crear más inquietud y zozobra
entre mis amigos lectores. Ya, pasado lo peor, incluso perdido el
respeto al “bicho” por parte de muchos insensatos, me atrevo a publicarlo con
el propósito de animar al personal y que
sepan que Granada ya pasó y superó otras
pandemias y en peores condiciones
sanitarias, económicas e higiénicas, que la de ahora.
Nos referimos a la mayor Pandemia de la Historia Moderna: La Gripe Española de 1918. La que más ha
matado en Granada. La gripe que mató a miles de pobres en pueblos y no llegó a
la Gran Vía.
Las comarcas más afectadas
fueron Baza-Huéscar, la Alpujarra y Valle de Lecrín, donde fallecieron más
personas que en la epidemia de cólera de 1885.
Se cree que la epidemia vino
de Francia y entró a Granada por el Levante, transportada por temporeros y
veraneantes
Se apunta que la Alpujarra
fue contagiada por la madre de un soldado enfermo en el Hospital Militar de la
capital.
Fallecieron buena parte de
médicos y practicantes de los pueblos; desde la capital fueron enviados
doctores para socorrer a infectados
Se calcula que costó la vida
a 28.000 andaluces entre la primavera de 1918 y el invierno de 1919.
Desapareció en verano, pero
regresó con más violencia en septiembre.
Son muchos los cronistas e
historiadores que narraron esta gran tragedia en Granada. Remito al lector a lo que de esta mal llamada gripe española,
nos relata Juan Bustos en su obra “Un siglo que se va”:
LA
GRIPE ESPAÑOLA.-
“En
los presupuestos generales del Estado español, las partidas destinadas a los
gastos de Sanidad e Higiene, suman unos millones de pesetas menos que aquellas
que se consignan para piensos y arreos a los caballos del ejército”.
Dr.
Ruiz Albéniz (1919)
“Granada fue una de las
provincias españolas más afectadas. Aquella trágica epidemia que, en 1918 y
1919, alcanzó una gran mortandad.
Hace ya mucho tiempo que la
gripe dejó de preocuparnos. Una simple vacuna nos inmuniza de ella. En plena
era de los grandes avances de la investigación científica, cuesta cierto
trabajo imaginar un estado de pánico colectivo mundial a causa de una epidemia de gripe. Sin
embargo, no es demasiado el tiempo que nos separa de una de esas situaciones de
alarma general, provocada precisamente por las sucesivas oleadas de una gripe que
dejó a su paso millones de víctimas mortales. En números redondos, 21 millones
de muertos, muchos más que los ocasionados por la Primera Guerra Mundial.
Fue en los años 1918 y –en
menor medida- 1919, cuando tal suceso se produjo. Aquella virulenta epidemia,
que se conoció –injustamente- con el
nombre de “la gripe española”, se dejó sentir de manera dramática en la
población granadina.
Parece probado que los
primeros casos de “la epidemia trágica” -así la llaman también tratados de
Medicina-, se dieron en Rusia y Siberia a finales de 1917. Era el tercer año de
guerra. Pero en el mes de abril del año siguiente -ya estamos en el fatídico
1918-, el Ministerio de la Guerra francés se veía obligado a retirar de los
frentes de batalla varios miles de soldados afectados de gripe. Era la primera
noticia que admitía oficialmente la existencia de la epidemia en un país del
occidente europeo. En los meses
siguientes, la gripe se extendió velozmente por el resto de Europa, Estados
Unidos, la India, nueva Zelanda y África del Sur. No hay duda ninguna que las
circunstancias de guerra mundial que
afectaban a todas las naciones –incluso las neutrales-, contribuyeron a la
arrolladora expansión de la enfermedad. Las carencias alimenticias ocasionadas
por la guerra, las penalidades de los frentes, la falta de prendas de abrigo
para combatir el frío, fueron elementos que influyeron agravando la situación.
El contagio eran facilísimo entre una población mal nutrida, hacinada
generalmente en viviendas obreras extremadamente insalubres y, no digamos, en
las trincheras donde se libraron las más sangrientas batallas de aquella guerra
larga y espantosa.
Curiosamente cuando ya la
epidemia era conocida internacionalmente como “la gripe española”, fue cuando
entró en España, que hasta aquel momento se había visto libre de ella. Lo que
son las cosas. El “microbio maligno” -así llamaban al virus los periódicos de
la época- entró precisamente por la
frontera francesa.
No es sorprendente. Recordemos que nuestros
emigrantes de entonces habían suspendidos sus embarques para América, por los
riesgos de los torpedos alemanes en el Atlántico. Así que, mientras duró el
conflicto, la emigración española se había dirigido casi en exclusiva a los
campos de Francia, faltos de sus hombres llamados a filas. Al aproximarse el
final de la contienda -cesarían las hostilidades con la firma del armisticio
del 11 de noviembre de aquel año-, los emigrantes españoles regresaron,
trayendo con ellos -triste sarcasmo- “la
gripe española”.
Cuando los rumores de la
propagación inminente de la epidemia llegaron a Granada, la gente se asustó de
veras. Las noticias de los periódicos justificaban la inquietud. En dos meses,
en los ejércitos franceses, se habían registrado cerca de 200.000 casos de
gripe, con un total de 17.000 muertos. Las tropas inglesas también registraron
13.000 muertos por la misma causa. En París, los muertos se cifraban en 200.000
entre la población. En Estados Unidos, el panorama era aterrador con 550.000
defunciones en toda la nación. En Inglaterra, las víctimas eran ya 200.000; en
Japón, 250.000; y varios millones en la India, dadas las lastimosas condiciones
de vida de sus habitantes. “El hacinamiento, los incesantes movimientos de
tropas, la falta de alimentos en muchas naciones -dice Pedro Pons, historiador
de la epidemia- y, sobre todo, el abigarramiento de gentes de todas partes del
mundo, portadores de cepas de virus gripales diferentes, fue una mezcla que
hizo aparecer un híbrido extraordinariamente violento”.
A Granada llegó, con toda su
fuerza, a finales de septiembre de 1918. A mediados de mes, el gobierno alerta
a los gobernadores civiles. El de Granada se reúne con la junta Provincial de
Sanidad el domingos, día 22.
Se acuerdan una serie de
medidas preventivas. Pocas y rudimentarias, pero no hay otras: Se ordena a los
alcaldes de los pueblos que comuniquen los casos que se produzcan, “procediendo
enseguida a aislar los enfermos, esterilizando sus objetos personales”; a los
propietarios de establecimientos públicos, el barrido persistente con serrín y el lavado con ”Zotal”; y el vecindario, que no se reúna en
grupos “por el grave peligro de que se contagien gérmenes trasmitidos por
personas aún convalecientes o incubando la enfermedad sin ellos saberlo”. Más, como siempre, se llega tarde. ¡Al día
siguiente ya hay informes en la mesa del
gobernador, comunicando la existencia de enfermos en los pueblos de la
provincia!
El primer telegrama
acuciante llega de Freila (1969 habitantes), rogando el envío de un médico con
urgencia. Hay 250 vecinos con gripe, entre ellos el único médico. Otro mensaje,
simultáneo casi, informa que en la Calahorra los afectados son más de 200 entre
los 2060 habitantes. A partir de aquí se hacen continuas las malas noticias. En
Orce, el 27 de septiembre, de 1.000 habitantes,
800 tienen la gripe. Desde el día quince, aparición del primer caso en el pueblo, ya los muertos eran 45. A finales
de mes, el Dr. Fidel Fernández Martínez, asegura en “El Defensor”, que la gripe
se presenta en tres formas: Leve, con muy poca calentura; grave, con altas
temperaturas, que hacen que el paciente fallezca en pocas horas; y pulmonar,
con fiebres de aspecto tifoideo.
El mismo doctor, profesor auxiliar entonces de la Facultad de Medicina, hace un relato dramático en el periódico de lo que acaba de ver, volviendo de Adra, en los pueblos de nuestra provincia. En Castilléjar (2538 habitantes entonces), en pocas horas, había visto enterrar 18 personas víctimas de la gripe (6.287 habitantes), la situación aún era peor y la desolación completa. “Han enfermado los sepultureros –relataba el Dr. Fernández-, con lo que los enterramientos se hacen dificilísimos. He contado 22 cadáveres por enterrar y se carece de cal para cubrirlos, porque los industriales que se dedican a producirla o han muerto o han enfermado”. El panorama empezaba a ser trágico. Pero lo iba a ser más.
El mismo doctor, profesor auxiliar entonces de la Facultad de Medicina, hace un relato dramático en el periódico de lo que acaba de ver, volviendo de Adra, en los pueblos de nuestra provincia. En Castilléjar (2538 habitantes entonces), en pocas horas, había visto enterrar 18 personas víctimas de la gripe (6.287 habitantes), la situación aún era peor y la desolación completa. “Han enfermado los sepultureros –relataba el Dr. Fernández-, con lo que los enterramientos se hacen dificilísimos. He contado 22 cadáveres por enterrar y se carece de cal para cubrirlos, porque los industriales que se dedican a producirla o han muerto o han enfermado”. El panorama empezaba a ser trágico. Pero lo iba a ser más.
LOS ESCASOS REMEDIOS
Obviamente aquella España no
estaba ni mucho menos preparada, con los pocos recursos y capacidad
organizativa de las autoridades, para afrontar una campaña sanitaria que
frenara o redujera el rigor de la
epidemia. El Dr. Martí Salazar, reconoció públicamente que “se dispone de una
organización sanitaria meramente administrativa, burocrática, de papel de
oficio, de expedientes, pero organización activa de laboratorios, instituto,
personal idóneo, que es la base de ese tipo de campañas, ésa no existe en
España”.
Lo que sí abundaban eran los
anuncios de las medicinas contra la gripe. “El Noticiero Granadino”, del 10 de
octubre de 1918 y días siguientes y meses siguientes, anunciaba a sus lectores
que “las primeras eminencias médicas recomiendan la pomada mentolada “Setroc”, ideal para preservarse contra la
epidemia y otras enfermedades epidémicas. Depósito exclusivo: Farmacia Moderna,
Antonio Cortés Contreras, Príncipe, 10. Por los mismos días se comunicaba a los
enfermos, en otro anuncio: “Vuestra convalecencia será breve y segura tomando
“Vino Pinedo”, reconstituyente enérgico. Representante, Abelardo Romera,
Zacatín 18. Mientras los médicos recomendaban los remedios que la ciencia
entonces permitía -“Ante todo sudar,
recomendaban muchos-, las farmacias se llenaban de productos poco menos que
milagrosos: jarabes, pomadas, desinfectantes, tónicos. A alguno “se le iba la
mano” en la publicidad de sus efectos. Por esta causa, la firma “Agua del
Carmen”, se veía en la necesidad de anunciar que: “la verdadera Agua del
Carmen, la de los carmelitas descalzos de Tarragona, es la única que evita la
ofensiva epidémica”. Aumentaron fulminantemente sus ventas multitud de jarabes,
y tisanas, estimulantes y otros productos curativos. Las marcas de coñac
tampoco se quedaron atrás. Una firma de Jerez publicaba un anuncio genial,
donde un guardia, armado sólo de una botella de coñac, daba el alto a la gripe.
La imagen valía ya casi una terapia. Pero, obviamente, no bastaba para
interrumpir la marcha macabra de la epidemia.
Una pandemia cada medio siglo
EMPEORA LA SITUACIÓN
En las semanas, en los meses
siguientes, el panorama se hizo aún más pavoroso. A pesar de que como
precaución, por ejemplo, el ministro de Instrucción Pública, Santiago Alba, se
había dirigido a los Rectores de las Universidades, recomendándoles retrasarán
la apertura del curso, “toda vez que la venida de alumnos de zonas afectadas,
podría propagar los gérmenes entre sus compañeros, profesores y vecindario en
general”. Fue inútil la medida. Como también la reiterada suspensión de todo
tipo de actividades públicas que permitieran la aglomeración de gente. Se
suspenden corridas de toros en varios pueblos, las ferias de Huéscar y Cortes
de Baza y hasta una manifestación de los remolacheros que querían protestar por
el mal momento de sus negocios.
De nada sirve todo esto.
Impresiona leer los periódicos granadinos de aquel tiempo. No hay día o semana
sin noticia de sobresalto. En noviembre
el alcalde de Cúllar Baza (7825 habitantes) informa que los casos de
muertes siguen siendo muy abundantes en el pueblo. En Baza, un mes después, se
sigue registrando un promedio de 15/20 defunciones diarias a causa de la
epidemia. “El Defensor” resalta que “al cabo de tantas semanas de la aparición
de la gripe, nuestra provincia sigue estando en cabeza entre las más castigadas
de España”. En el mismo editorial, el periódico subraya que “Granada necesita
urgentemente el auxilio del gobierno para que la epidemia no diezme de un modo
más horrible la población”.
El gobernador, sintiéndose
respaldado por la opinión pública, solicita ayuda de Madrid. Pero se queda frio
cuando recibe respuesta, un telegrama del ministro de la Gobernación,
anunciándole que no puede enviar dinero “por no haber en los presupuestos
partidas para estos menesteres y ser muchísimos los pueblos y ciudades que
demandan”.
Nada interrumpe, por tanto, la propagación del
desastre. En Cortes de Baza, clausuradas las escuelas, se carece en absoluto de
medicamentos y “como el vecindario está tan atemorizado se ha pedido al párroco
que prohíba los toques de campana anunciando los entierros”. En Fonelas,
durante algunas semanas “las oficinas del Ayuntamiento y el Juzgado Municipal
están cerradas por encontrarse enfermos todos los funcionarios, algunos de los
cuales han fallecido”.
Reclaman médicos
urgentemente Chauchina, Gor, Gualchos,
Gabia, Esfiliana, Fornes, porque los suyos han muerto o están enfermos. En
Pedro Martínez, el mes de enero, en tres días se suceden veinte defunciones y
hay 500 personas afectadas. Pero lo peor, acaso, sucede en Caniles, donde la
epidemia llegó fulminantemente, traída por temporeros de Francia. Centenares de
enfermos, casas y comercios cerrados, animales vagando en busca de alimento.
“Los padres huyen de sus hijos -se lee en el Noticiario Granadino”- y como han muerto los sepultureros, en muchas
casas hay tres o cuatro cadáveres por enterrar. Hay gentes que han sacado los
cadáveres a la calle y los han dejado en las puertas, donde llevan insepultos
muchos días”. El alcalde, Juan Carpio, había formado una brigada de asistencia
con los jóvenes de Caniles que quedaban sanos, para cavar fosas y sepultar los
fallecidos.
Ochenta años después de aquella tragedia, que causó tan elevada mortandad en
la población granadina de la época, es de justicia recordar el dignísimo papel
que la clase médica general desempeñó en el transcurso de la epidemia. En
Granada, concretamente, fueron numerosísimos los casos de médicos ejemplares
que se desvivieron por sus enfermos
hasta sucumbir ellos mismos. Muchos también los que, abandonando
voluntariamente sus consultas en la ciudad, se dispersaron por los pueblos para
sustituir a los compañeros enfermos o muertos y recorrían un día y otro,
mientras tenían fuerzas, kilómetros y kilómetros por pésimos caminos, para
visitar enfermos de las cortijadas. Fue aquella toda una lección magistral de
comportamiento y ética. Otros elementos, en cambio, no parece que respondieron
con la misma espontaneidad y desprendimiento. Por aquellos días “El Defensor”
había abierto una suscripción “patriótica” para remediar los efectos de la
epidemia, particularmente graves ante la población más pobre. El periódico, al
cabo de corto tiempo, se veía en la
necesidad de insistir: “¿Será preciso recordar a todos los ricos de nuestra
ciudad la conveniencia de cumplir un deber social y humanitario, contribuyendo
a mejorar la delicada situación de la salud pública?”
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.-
“GRANADA.- Un siglo que se
va” de Juan Bustos
El Independiente de
Granada.- Gabriel Pozo Felguera
NITO
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