domingo, 12 de febrero de 2012

AL COMPÁS DEL PASODOBLE


EL MAESTRO ALONSO
Si quieres obtener un encogimiento de hombros por respuesta de un granadino joven, pregúntale quién era el Maestro Alonso. Y si le preguntas quién compuso el zortzico “Maitechu mía”, el  desollao te dirá, que es de Mocedades…
Son muchas las veces que nos quejamos del olvido de los nuestros. Sin embargo no hicieron lo mismo los miembros de la Agrupación Lírica Francisco Alonso, nacida al amparo de la Caja de Ahorros, impulsada por Evaristo Pinel y presidida por José Berbel y demás socios fundadores que organizaron un gran homenaje a la memoria del maestro granadino, en la noche del 31 de octubre de 1963.


Se llamaba Francisco Alonso, había nacido el nueve de mayo de 1887 en el Paseo del Salón, frente al “kiosco de la Música”, y su corazón ya marchaba al compás del pasodoble. Aprendió sus primeras letras en los Escolapios y, por deseo de su padre, llegó a iniciar estudios de medicina, pero los abandonó al no poder superar las clases de disección.
Desde niño sintió interés por la música y empezó a estudiarla con el profesor Antonio Segura y, posteriormente, con Celestino Villa, maestro de capilla de la catedral. Enseguida empezó a componer. Sus primeras composiciones fueron escritas para las escuelas del Ave María. Luego nacieron obras de salón: polcas, mazurcas, valses…, incluso alguna obra lírica como La niña de los cantares, que estrenó en el Teatro Cervantes en 1905.

A principios de siglo, la figura de” Paquito Alonso”, cómo se le llamaba afectuosamente, era muy conocida en Granada. Todo el mundo sabía que era músico y que dirigía la que se llamaba pomposamente “Banda de Obreros Polvoristas de El Fargue”. Era un muchacho jovial y sencillo, que se ganaba la simpatía general con su talante cortés sin rigideces. Su estampa era habitual dirigiéndose a los ensayos con sus músicos, cabalgando una jaquita, airosa y postinera, que acabaría por ser tan popular como su dueño.
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Antonina Rodrigo ha hecho este excelente retrato del músico por aquella época: “De aspecto adolescente, barbilampiño, muy rubio, de tez rosada, de gruesas gafas quevedescas de miope, embutido en el vistoso uniforme imperial, de claras reminiscencias teutónicas, con su casco de acero brillante y puntiagudo”.
La Madre, espíritu sensible para música, le veía ir orgullosa, empeñando luego sus mejores recursos para convencer al padre, médico muy estimado, del porvenir del hijo en el campo artístico.
De vez en cuando, “Paquito Alonso” dirigía “su” banda en el “kiosco” de enfrente de su casa. Para ella había compuesto uno de sus primeros pasodobles titulado “Pólvora sin humo”, en simpática referencia a uno de los productos explosivos que fabricaban los músicos. Aquellas actuaciones serán seguidas por un público muy heterogéneo, que pagaba con gusto los cinco céntimos que costaban las sillas los jueves y la “perra gorda” de los domingos y festivos.

Solucionado, Manolo
Ya el joven Alonso había estrenado una zarzuela, con bastante éxito: “La niña de los cantares”. Se representó no sólo en Granada, sino también en otras ciudades andaluzas. Se veía que el muchacho prometía…
A esto, un mal día –un buen día en realidad para Francisco Alonso-, el Coronel de la fábrica de El Fargue, dijo que ya estaba bien de músicas y redujo considerablemente el presupuesto de la Banda del establecimiento militar. Fue ésta una de las razones que impulsó la marcha del joven músico granadino a Madrid, donde iba a triunfar en el teatro musical de forma apoteósica durante un cuarto de siglo.
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En 1911 ya estaba Francisco Alonso en Madrid, donde se fraguaban los éxitos y, también, donde se desmoronaban muchas esperanzas. Llevaba por todo capital 600 pesetas, ¿pero qué más daba? En la cabeza llevaba un tesoro musical, riquísimo en melodías garbosas, en ritmos alegres y contagiosos.
Empezó como todos. En los teatros, en los grupos musicales, a la caza de una oportunidad. Algunas cupletistas le dan a conocer unas primeras canciones. Pero eso no basta. Hay que estrenar espectáculos de mayor fuste, zarzuelas, revista. Son las que, con un poco de suerte, pueden consagrar a un compositor de la noche a la mañana.
Al fin estrena “Armas al hombro”, en el teatro Martín, un escenario importante.
Hay una buena acogida sin más. Igual sucede en los estrenos siguientes: “El verbo amar”, “Lo que manda Dios”. La gente aplaude, se divierte, tararea lo que acaba de oír… Pero no acaba de entrar en la música del joven autor granadino, que tiene dotes, pero que no parece traer nada del otro mundo.

Cuando Don  Jacinto Benavente cumplió 81 años.
¿Qué había ocurrido para que, diez años después, sus paisanos de Granada le rindieran un merecido homenaje? ¿Cómo, en tan corto tiempo, Francisco Alonso se había convertido nada menos que en el músico más popular de España…?
Un solo pasodoble se había bastado y sobrado para tan espectacular ascenso. Un pasodoble cuyas notas marciales y optimistas hicieron ensanchar los corazones acongojados de todos los españoles. Seguro que el propio Alonso, la noche de 1900 en que se levantaba el telón para el estreno de su revista “Las Corsarias”, ignoraba que iba a alcanzar su consagración teatral con los máximos honores. Porque el pasodoble de “La banderita”, que formaba entre los números de la representación, iba a saltar del teatro a la calle de una manera digamos que fulminante. Cierto es que el momento psicológico era oportuno. Los españoles, abrumados por toda suerte de calamidades políticas, laborales y económicas, agravadas siempre por la pesadilla de la guerra de Marruecos, estaban extremadamente necesitados de estímulos emocionales vigorosos. Y el pasodoble de “La banderita” lo fue, con su ritmo marcial y alegre, con su letra cargada de tópicos de evidente impacto en el ánimo popular. Fue, sin duda, el himno del ejército que iba a batirse en Marruecos en aquella guerra bien llamada “la guerra más inoportuna, en el momento más inoportuno y en el lugar más inoportuno”.

Pero éstas son frases de los historiadores. Allí murieron miles de españoles. Y todos, antes del trágico desenlace personal de cada uno, en sus marchas, en sus guardias, en sus blocaos, habían tarareado alguna vez los compases animosos y vibrantes del pasodoble con aire de marcha, que había convertido al granadino Francisco Alonso en músico popular entre los españoles por encima de cualquier otro.


Como introducción al personaje, ya no cabe decir más en este espacio tan limitado. Sólo añadiré que es el representante de la última generación de zarzuelistas, compositor fértil y comprometido con el día a día de la creación musical, Francisco Alonso es, para nosotros, una personalidad emblemática. Te diré que vale la pena visitar la página web oficial del Maestro Alonso.


Y por último, también te diré que yo desfilé, en mi Jura de Bandera, al son de “La banderita” con el bello del lomo erizado y lágrimas en los ojos.

3 comentarios:

Manuel Espadafor Caba dijo...

Lleve usted, nardos caballero
Si es quiere a una mujer
Nardos, no cuestan dinero
Y son la primero, para convencer

Llévelos, y si se decide
No me he de mover de aquí
Luego si alguien se los pide
No se le olvide, que yo se los di

Gracias maestro Alonso

Anónimo dijo...

Todo un descubrimiento, éste que nos haces, para un granadino como yo, que no ha salido nunca de "Puertará".

Curioseando por la web del Maestro Alonso, se descubren cosas maravillosas sobre su vida y su obra, como por ejemplo la creación de "Maitechu mía" producto de una apuesta y resuelta en una tarde de café. ¡Gracias por el tema! ¡Digo, el Maestro Alonso granaino, y yo sin enterarme…!

FERNANDO

Anónimo dijo...

Al leer su artículo sobre el Maestro Alonso, dos sentimientos contradictorios se me escapan:

El primero, como es fácil suponer, de gratitud hacia La Murga que me ha despertado de lo que creí olvidado, remembranza, nostalgia bañada en lágrimas (Ha de saber que yo pertenecí a la magna obra que supuso la “AGRUPACIÓN LÍRICA MAESTRO ALONSO”).

Lo segundo, rabia e indignación por las promesas incumplidas de las autoridades, que nos prometieron que la Zarzuela nunca se perdería en Granada…

Ya ve: Lágrimas, aunque de sentido encontrado. Suya afectísima:

ÁUREA