Durante más de un mes, aquí, en los talleres de La Murga y en nuestro correo interno, no se ha hablado de otra cosa más que de puentes: Que si puentes romanos, que si árabes, escondidos, virtuales, sepultados, a punto de caer, granadinos, rondeños… y cuando parecía que la cosa tocaba a su fin, me presento en Mérida y me embriago con su puente de 60 ojos romano y de postre, para rematar la tarea, con el coloso de Alcántara. ¡Qué larga lista de ellos, vive Dios..!
Pero para mí, y a fuer de sincero, hubo uno que me sublimó, transportándome al séptimo cielo. Lo conocí en 1993 en mi segunda peregrinación en bici a Santiago, y… ¡Mira que vimos maravillas de puentes en el Camino...!
Pasa por ser el más espectacular de la Ruta Jacobea y está asociado a una épica y romántica historia caballeresca que engrandece, aún más, sus diecinueve arcos.
El puente del Paso Honrroso, en Hospital de Órbigo.
Fue una galopada impresionante de más de 54 kms. en una cegadora y calurosa mañana de Julio, al borde de la misma deshidratación, cuando entramos en Hospital de Órbigo por su famoso puente: El objetivo era descansar y sestear hasta la fresca, para completar la etapa del día, rondando el centenar de kms., pero sobre todo, catar las famosas truchas del Órbigo, que no las hay mejores en todo el reino de León,
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Ante el espectáculo del puente, olvidamos todos los demás objetivos y estando con las fotos, fuimos alcanzados por el grupo ciclista peregrino de Oficiales del Ejército de Zaragoza a los que habíamos batido noblemente dos horas antes, y que no pudieron aguantar nuestro ritmo. Nos felicitaron y mientras nos contaban la historia del puente, nos tomamos con ellos unas cervezas. Luego siguieron su camino.
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Allí estaba el puente todavía en pie, largo, huesudo y quebrado como espinazo de saurio. Y allí se extienden, cubiertas de chopos ceremoniosos y verdes, las llanuras de la ribera del Órbigo, a pocos kilómetros de Astorga y de la propia capital leonesa. Pero, ante esas llanuras y sus chopos verdes, nos asalta una pregunta: ¿Y los peregrinos, que, ajenos a toda lucha señorial, caminábamos o pedaleábamos cansados y confiados hacia Compostela...? ¿Podríamos pasar por el puente sin ser asaltados o descalamonados por los rompedores de lanzas? -Sí. Parece que si no se portaban armas o, en caso de poseerlas, se abandonaban -es decir si se aceptaba no poder defenderse, no ser nadie...con poder– se podía continuar el camino... ¡Qué tolerantes y humanos aquellos caballeros! Pero no mezclemos historias…
El significado del combate llamado "paso".
.En el Medievo europeo había tres tipos de espectáculos con armas: los torneos, las justas y el paso. El paso prohibía pasar - de ahí el nombre - a todo caballero sin batirse en armas con el mantenedor y sus compañeros. En estos combates sólo se usaban la lanza y la adarga o escudo, amén de la loriga, cota y demás armamento defensivo. Los combates se hacían a caballo, enfrentando al adversario o buscándole en su huida, y, si era posible, persistían hasta lograr romper tres lanzas (esa era la regla común, que se debían romper tres lanzas con cada campeón o aventurero que llegase a la palestra). Si uno de los combatientes sacaba a su adversario de la montura, se daba por rota esa lanza, aunque no se rompiese en realidad.
En principio podemos decir que el Paso Honroso fue un espectáculo con armas realizado por D. Suero de Quiñones a orillas del río Órbigo, en las proximidades del cruce entre los caminos de Luna y el que iba de León a Astorga. Y además que se desarrolló entre el 10 de julio y el 9 de agosto de 1434, con el "pretexto meramente literario" de honrar a la dama de la que estaba enamorado. Se trata de uno de los más famosos pasos de armas de la Edad Media europea, y es una de las muestras fehacientes del entorno y puesta en escena del Amor Cortés, puesto que los términos del paso quedaron fijados al entenderse el caballero "prisionero" del amor por una dama; y, en consecuencia, su rescate había sido fijado en trescientas lanzas, es decir, que para liberarse de su prisión, Suero de Quiñones, y los caballeros que le acompañaron, como mantenedores, debían participar en cuantos combates fuesen necesarios, en el paso, hasta quebrar trescientas lanzas, pues sólo así finalizaría la "prisión" del caballero, simbolizada mediante una argolla de hierro que Suero de Quiñones llevaba al cuello todos los jueves.
NITO
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