domingo, 28 de abril de 2024

ODA A LAS HABAS TIERNAS CON JAMÓN Y HUEVOS PARA EL DÍA DE LA CRUZ.–

 



   No hay cronista ni escritor que al ocuparse de esta festividad,  en su vertiente gastronómica, (ya sea de nuestros barrios, o de nuestros pueblos), que no  aseguren que el guiso de este día son las habas fritas con lonchas de jamón y huevos fritos. 

Las fiestas han cambiado. Hoy, en el día de la Cruz, con tanta concentración de masas, sólo hay tiempo para la bulla y el jolgorio. Ya decía Don Mariano Cruz Romero, en su Manual de Cocina Albaycinera, que, “para el buen comer, era necesaria la tranquilidad y, para este plato, más aún, pues va siempre unido a la recolección de las habas. En este mes se organizan pandas de amigos y peñas para vivir en común el delicioso menú. Las habas se compraban en los cármenes y en los huertos del Albayzín o en sus alrededores. Las más dulces eran las de la Albérzana, las de la Cisterna, las del huerto de Antonio Cañero, las de San Pascual o de los Marranicos, allá en la carretera de Murcia. Por el camino del Monte, las de Cá-Joseíco Poyato, Puente Quebrada, el Jornillo y Puente Mariano. Las mejores son las recién cortadas y es frecuente, por estas fechas, ir a las huertas y esperar a que las corten.

Forma de hacerlas: se echa el aceite en una sartén o mejor en cazuela de barro que se pueda tapar. Cuando el aceite está fuerte, se le pone un pedacito de gordo de jamón, para que suavice las habas, y cuando el tocino ha soltado la grasa, se añaden las habas, sin vainas, y se tapan, guisándose a fuego lento para que no se arrebaten. Tres o cuatro minutos antes de apartarlas de la lumbre, se le echa jamón fresco o de paletilla, se remueve con las habas y se deja tapado un momento para que no se endurezca el jamón. Listas ya, se les puede agregar un par de huevos fritos.

Otros platos, frecuentes en el Barrio, pasadas las primeras habas, son: habas fritas con cebolleta; habas fritas con tallos de ajos; cazuela de habas con arroz y fideos (como acompañamiento pueden llevar, según presupuesto, almejas, gambas o alcachofas), siempre con su matica de hierbabuena; tortilla de habas, pero en este caso tiernas; puchero de habas verdes con chicharros y hojas de lechuga (no es puchero de verano, sino primaveral); sopa de habas con huevos cuajados, almendras y pan tostado, etc.

De aquí en adelante aparece en la cocina el puchero de verano, que contiene habichuelas verdes, peras de verano, papas y calabaza. Es el llamado cocido granadino”.

 

Las habas, el sabor granadino por excelencia.

Por ello, desde el 25 de abril, festividad de San Marcos en adelante, es costumbre en Granada y provincia, comer habas verdes con bacalao seco, pan y vino, ritual que se realiza en las huertas. Además, esos días la mayoría de los bares de Granada ofrecen generosamente, colocadas a veces en capachos sobre las barras, como acompañamiento de la bebida, gran cantidad de habas.

 Las jugosas habas tiernas protagonizan multitud de platos, de los que destaca el que tiene como ingrediente básico el jamón y el aceite de oliva virgen.


 Del primer plato al postre: habas

¿Y en la actualidad…? -Algo han cambiado los gustos: Un año más, desde el primero hasta el último de los platos que componen el menú de la vigesimoquinta edición de las jornadas gastronómicas de Regaman (Asociación Empresarial y Gastronómica de la Mancomunidad del Rio Monachil), todas las recetas giraron sobre un producto: el haba verde.

 Y estos han sido:

El Guerra, con una ensalada de habas con alcachofas y salmorejo semifrito con anchoa; La Estrella, con unas croquetas de habas con jamón; Los Cerezos, con una cazuela de habas con alcachofas a la hierbabuena; Las Perdices, con unas habitas primera flor en patacón con berenjenas, tomate y cebolla caramelizada; Montevélez, con un bacalao al horno con habas; El Palacio del Capricho, con un choto con costra y vicia faba; y Dulces Francisco Arenas, con un cupcake de crema de haba.

 El ganador, como todos los años, ha vuelto a ser elegido de forma democrática por todos los asistentes a la cena, que al finalizar la misma tuvieron la posibilidad de votar en unas tarjetas que se depositaron en cada mesa.

 Un dilema en Granada:

En Granada no hay discusión. Unas buenas habas fritas en su temporada y, si puede ser, en una buena terraza viendo la Vega de Granada es un placer sublime. No obstante, si hablamos con un “granaino”, la cuestión de si fritas ó crudas es como preguntarle a un niño si quiere más a papá o a mamá.


 

NITO

 

 BIBLIOGRAFÍA.-

 Ritual de la Cocina Albaycinera de Mariano Cruz Romero

 Diario "Granada-Hoy"

 

viernes, 29 de marzo de 2024

EL CRISTO DE SAN AGUSTÍN: EL SAGRADO PROTECTOR DE GRANADA

 


EL CRISTO DE SAN AGUSTÍN 

El Cristo de San Agustín es una escultura de madera de carácter devocional, que se conserva en el Convento del Santo Ángel Custodio (Granada, España) y que está atribuida a Jacobo Florentino, quien pudo ejecutarla entre 1520 y 1525.  Actualmente, la imagen está en usufructo de la Hermandad del Cristo de San Agustín y procesiona cada año durante Semana Santa.

La imagen, por acontecimientos históricos de la ciudad, está considerada como "Sagrado Protector de Granada" desde 1680, cuando se obraron algunos milagros atribuidos a la acción del Cristo ante una epidemia de peste.



CARACTERÍSTICAS

Esta imagen religiosa, actualmente venerada en el convento del Santo Ángel Custodio de Granada, es una escultura de talla completa y de vestir hecha de madera de nogal, de 1'92 metros de altura, policromada. Se trata de una de las obras más señeras de su autor, Jacobo Florentino. Presenta una melena de cabello natural y nimbo y corona de plata sobrepuesta del siglo XVIII. El Cristo reposa sobre una cruz de plata cincelada con motivos florales, del siglo XVIII y restaurada recientemente.


Es una obra simétrica, concepto muy propio de la época en que fue realizada, el Renacimiento, salvo por la inclinación diestra que presenta la cabeza, que muestra a Jesús después de expirar. El rostro refleja visiblemente el dolor y cansancio de Cristo, sobrevenido sobre su propio peso. Sobre la zona pectoral vemos tres regueros de sangre y en el costado derecho la herida de la lanza de Longinos, representada con una mancha negruzca y una pequeña perforación del cuerpo. Al estar tallada íntegramente, su anatomía se cubre con un sudario corto de tela, bien con faldilla o tonelete.

A modo anecdótico podemos destacar de esta imagen que es la titular de la Hermandad del Santísimo Cristo de San Agustín de Granada, cuya Hermana Mayor ad perpetuam es la Reina Isabel II a petición propia tras orar frente a la imagen. Debido a los milagros que se le atribuyen, así como favores concedidos al pueblo granadino durante el siglo XVII, ostenta el título de "Sagrado Protector de la Ciudad".


Solemne Función de la Reina Isabel II (1863)

Bula concedida por Su Santidad Pío IX de 27 de febrero de 1863 a la Hermandad del Cristo de San Agustín

Las bulas recibidas por la Hermandad responden a un momento de especial esplendor. En los últimos años del reinado de Isabel II y muy ajenas a las dificultades que se avecinaban a finales de la década de 1860, las cofradías granadinas conocieron, en general, una época de prosperidad. Así ocurrió en la Hermandad del Stmo. Cristo de San Agustín.

Indicios de la brillantez de esa etapa son, sin duda, los solemnes cultos que se celebraron durante esos años, que nos han dejado, como testimonios impresos, diversos folletos reseñando los predicadores del quinario anual. Se desarrollaba entre los días 5 al 9 de agosto y en la función del día 8 -fecha originaria del Voto de la Ciudad- se recibía solemnemente a la corporación municipal.

Entre los comisarios de cada año encontramos personas distinguidas de la sociedad granadina, como nobles, senadores o canónigos; en una ocasión incluso el propio deán de la Catedral (1860) y hasta el mismo arzobispo de Granada (1857). No es de extrañar, pues el arzobispo don Salvador José de Reyes estuvo al frente de la Hermandad entre 1852 y 1864. Lo más granado de la oratoria sacra granadina ocupó la sagrada cátedra durante aquellos célebres quinarios.

Debe resaltarse que, por entonces, gozaba de una intensa vitalidad la Asociación de Señoras aneja a la antigua Hermandad del Cristo de San Agustín. Por las actas que se han conservado, sabemos que militaban en esta rama numerosas damas de la alta sociedad granadina -muchas de ellas eran esposas o hijas de miembros de la Hermandad-, que elegían sus propios cargos y que en todo momento se afanaron de mantener el culto al Stmo. Cristo de San Agustín en el convento del Santo Ángel Custodio, ubicado por entonces en lo que actualmente es el Banco de España.

Un último indicio de ese auge en la segunda mitad del siglo XIX es, sin duda, el nombramiento de la reina Isabel II como Hermana Mayor y Protectora perpetua de la corporación. Ya hubo un ofrecimiento, seguramente aceptado, por parte de la Hermandad en 1844, pero esa vinculación con la soberana quedó definitivamente rubricada el 31 de diciembre de 1862, fecha que presenta la comunicación de aceptación girada a la Hermandad por el duque de Bailén, Mayordomo Mayor de Palacio.




BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.- 

Hermandad del Cristo de San Agustín.-

"El Rincón del Cofrade".-

Wikipedia.-

La «Gazetilla Curiosa», del P. de la Chica

Diario “GRANADA HOY”


NITO

 

 

jueves, 22 de febrero de 2024

CENTENARIO DE LA MUERTE DE FRANCISCO DE PAULA VALLADAR

Francisco de Paula Valladar murió el 22 de febrero de 1924 ( justo hoy hace un siglo), la ciudad entera acudió a la conducción del cadáver, aunque el Ayuntamiento le denegó la pensión que solicitó su viuda Dolores Núñez. Es verdad que lo enterraron gratis, pero su tumba hoy presenta un aspecto que es mejor ni verla. Así es la vida en Granada. Unos cronistas con parque y otros aparcados. (Profesor D. José Luis Delgado)  

Don Francisco de Paula Valladar y Serrano, el erudito granadino que lo fue todo en la cultura de su tierra.

Dio a conocer la historia, el arte, las tradiciones y el teatro con su revista La Alhambra durante 27 años

Publicó decenas de libros de temática local; cronista de la ciudad y la provincia; primer director del Patronato de la Alhambra.

Nuestra "MURGA" ya le dedicó una semblanza en Febrero de 2012, cumplido con creces el siglo y medio de su nacimiento


Aquí yace el erudito granadino que lo fue todo en la cultura de su tierra.

Nota: Pinchando en el siguiente enlace se accede a la entrada mencionada.

 [ https://nito-lamurga.blogspot.com/2012/09/francisco-de-paula-el-cronista-de.html ] :


NITO

martes, 30 de enero de 2024

LOS PRECURSORES DE LA GENERACIÓN DE PINTORES GRANADINOS DEL XX

 

Fco. Soria Aedo

LOS PRECURSORES DE LA GENERACIÓN DE PINTORES GRANADINOS DEL XX

 “Granada ha ejercido siempre una fuerte atracción en los pintores. La ciudad se puso pronto de moda entre ellos, con su prodigioso laberinto de escenarios pintorescos y exóticos. Cada uno de aquellos artistas contribuyó a su manera a difundir su visión de una Granada original y colorista, melancólica y misteriosa”

Felipe Sassone



Aedo

Los años 20 del pasado siglo, fueron cruciales para muchas cosas, como después se ha sabido. Fueron los años de máximo esplendor de una generación artística de suma importancia en el panorama creador del siglo XX español y, también, los años de los primeros pasos de jóvenes pintores que pronto alcanzarían prestigio y estimación. La ciudad, su ambiente, sus escenarios, seguían siendo golosos para los pintores. “Época de pleno esplendor para Granada –escribió Mariano Antequera, que disfrutó de ella-, como meta ideal para los paisajistas, con su entonces intacta vega, sus bellísimas huertas, su Albaicín de palacios renacentistas, casitas humildes y cármenes paradisíacos y, sobre todo, su  Generalife, con sus panoramas, rincones y jardines dignos de las más nobles villas romanas".

Gabriel Morcillo

En aquella  Granada pintaron con entusiasmo y fortuna, artistas  granadinos de reconocidos méritos. Como Ismael González de la Serna, ido pronto a París, después de  acreditar el magisterio de su colorido; los hermanos Ramón y José Carazo; Francisco Soria Aedo, con su característica desenvoltura de maneras; Gabriel Morcillo, con sus cuadros de convencional orientalismo. También se iniciaba por entonces un jovencísimo Manuel Ángeles Ortiz, "cuya inquieta sensibilidad, siempre juvenil  -escribió Emilio Orozco-, le permitiría moverse al unísono de las cambiantes tendencias de la pintura europea". Era la bien llamada "generación del Centro Artístico". Él había recibido a un Manuel Ángeles, recién llegado y seducido por la pintura de Romero de Torres. En Granada se sacudiría dicha disciplina y empezaría a perfilarse el artista dispuesto a vivir la gran aventura de las artes plásticas de nuestro siglo.

Isidoro Marín

LOS MAESTROS

Con todo y con todos, las cumbres de la pintura granadina de aquel momento artístico tan importante, eran los dos José María: López Mezquita y Rodríguez Acosta. "Por los años 20 -escribe Cristina Viñes- el talento de López Mezquita y de Rodríguez Acosta ha sido reconocido oficialmente y premiado en numerosas exposiciones nacionales e internacionales". Eran firmas cotizadas las de estos dos artistas, relacionados en los mejores círculos culturales de España y del extranjero y ambos moviéndose, a niveles de galerías y mercados, a la misma altura de los grandes maestros de su generación, Sorolla, Zuloaga, Solana, Vázquez Díaz. Melchor Fernández Almagro nos dejó excelente retrato de los dos José María, cierta vez que estuvo con ellos en el Cortijo del Pino: "Rodríguez Acosta era muy alto, elegante, ya casi calvo; parecía altivo, por su gesto y su traza física, y se expresaba con absoluta sencillez y simpatía", López Mezquita, en cambio, "era más fornido, de cuello muy corto y mirada muy vivaz que parecía no detenerse un momento". En 1901, aún muy joven, dieciocho años, había ganado la Primera Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes con un espléndido cuadro titulado "Cuerda de presos", cuadro que causó una auténtica conmoción en el panorama de la llamada "pintura social", a la que esta obra de López Mezquita estará siempre ligada.

Cuerda de presos (José Mª. López Mezquita)

Rodríguez Acosta obtendría idéntico galardón en la Exposición Nacional de 1908, presentando su obra "Gitanos del Sacromonte". Fueron distintas sus técnicas. También sus vidas. Cuando López Mezquita muere en Madrid, en 1954, se extingue una carrera artística internacional de lo más brillante, y tan extensa que resulta imposible seguir con pormenores.

Rodríguez Acosta

“López Mezquita fue considerado y aún mantiene tal consideración --insistía Marino Antequera-, como el mayor de los pintores granadinos contemporáneos". En el Museo de Arte Moderno de Madrid se conserva una de las más hermosas obras de López Mezquita: el retrato de la Infanta Isabel saliendo de los toros, en compañía de la condesa de Nájera. (La Infanta había sido protectora del pintor en sus años juveniles y él le guardaría siempre gratitud). Es uno de los mejores cuadros de la pintura española de este siglo.


López Mezquita

Circunstancias anímicas, de sensibilidad y, sin duda, de índole económica también -Rodríguez Acosta, por la fortuna de su casa no sentía más apremio para pintar que el de su propio gusto-, hicieron que la carrera artística de este otro José María no fuera tan regular, si bien, a su muerte, en 1941, dejaba una obra de calidad admirable generalmente reconocida. “Si no alcanzó la fama, ni la extraordinaria maestría de López Mezquita –subrayaba el crítico-, por su extraordinaria cultura artística y por la honradez de su estilo, puede considerársele como uno de los más grandes pintores granadinos de todos los tiempos”. La palabra “pintor” era poco para Ramón Pérez de Ayala, que escribía en Buenos Aires al conocer la muerte  en Granada de Rodríguez Acosta: Cuando digo “pintor”, me quedo corto. Era un hombre; en el sentido clásico; “soy hombre fuera de lo común, en una tierra tan fértil de hombres”.

Gabriel Morcillo

Hoy, tan lejos ya de los años en que ambos maestros resaltaron especialmente el nombre de Granada en el arte de la pintura, los recordamos como muy relevantes antecesores de los pintores de la aquella generación llamada a cerrar el siglo XX que ellos abrieron. Desde José Guerrero, ahora Juan Vida, Julio Juste, en plena madurez…



NITO

 

BIBLIOGRAFÍA.-

“GRANADA: Un siglo que se va” de Juan Bustos

GRANADA HOY: “El arte granadino del siglo XX, en su máximo esplendor

 

sábado, 6 de enero de 2024

CUENTO DE NAVIDAD: "LA ADORACIÓN DE LOS REYES"



LA ADORACIÓN DE LOS REYES: «¡Hemos encontrado al Salvador!»


La adoración de los Reyes

Mirad qué belleza de Cuento Navideño tomado de la obra de don Ramón María del Valle-Inclán "Jardín umbrío", en el que el autor deja volar su desbordante imaginación y exhibe un prodigioso dominio de los recursos expresivos del idioma. Estamos ante una prosa, primorosamente trabajada, en la que emplea un artificioso lenguaje poético que refleja todos los recursos pictóricos y musicales propios del Modernismo.

Vinde, vinde, Santos Reye

Vereil, a joya millor,

Un meniño

Como un brinquiño,

Tan bunitiño,

Qu’á o nacer nublou o sol.



Desde la puesta del sol se alzaba el cántico de los pastores en torno de las hogueras, y desde la puesta del sol, guiados por aquella otra luz que apareció inmóvil sobre una colina, caminaban los tres Santos Reyes. Jinetes en camellos blancos, iban los tres en la frescura apacible de la noche atravesando el desierto. Las estrellas fulguraban en el cielo, y la pedrería de las coronas reales fulguraba en sus frentes. Una brisa suave hacía flamear los recamados mantos. El de Gaspar era de púrpura de Corinto. El de Melchor era de púrpura de Tiro. El de Baltasar era de púrpura de Menfis. Esclavos negros, que caminaban a pie enterrando sus sandalias en la arena, guiaban los camellos con una mano puesta en el cabezal de cuero escarlata. Ondulaban sueltos los corvos rendajes y entre sus flecos de seda temblaban cascabeles de oro. Los tres Reyes Magos cabalgaban en fila. Baltasar el Egipcio iba delante, y su barba luenga, que descendía sobre el pecho, era a veces esparcida sobre los hombros… Cuando estuvieron a las puertas de la ciudad arrodilláronse los camellos, y los tres Reyes se apearon y despojándose de las coronas hicieron oración sobre las arenas.




Y Baltasar dijo:

 -¡Es llegado el término de nuestra jornada!…

 Y Melchor dijo:

 -¡Adoremos al que nació Rey de Israel!...

 Y Gaspar dijo:

 -¡Los ojos le verán y todo será purificado en nosotros!...

 Entonces volvieron a montar en sus camellos y entraron en la ciudad por la Puerta Romana, y guiados por la estrella llegaron al establo donde había nacido el Niño. Allí los esclavos negros, como eran idólatras y nada comprendían, llamaron con rudas voces.

 -¡Abrid!... ¡Abrid la puerta a nuestros señores!

 Entonces los tres Reyes se inclinaron sobre los arzones y hablaron a sus esclavos. Y sucedió que los tres Reyes les decían en voz baja:

 -¡Cuidad de no despertar al Niño!

Y aquellos esclavos, llenos de temeroso respeto, quedaron mudos, y los camellos, que permanecían inmóviles ante la puerta, llamaron blandamente con la pezuña, y casi al mismo tiempo aquella puerta de viejo y oloroso cedro se abrió sin ruido. Un anciano de calva sien y nevada barba asomó en el umbral. Sobre el armiño de su cabellera luenga y nazarena temblaba el arco de una aureola. Su túnica era azul y bordada de estrellas como el cielo de Arabia en las noches serenas, y el manto era rojo, como el mar de Egipto, y el báculo en que se apoyaba era de oro, florecido en lo alto con tres lirios blancos de plata. Al verse en su presencia los tres Reyes se inclinaron. El anciano sonrió con el candor de un niño y franqueándoles la entrada dijo con santa alegría:

 -¡Pasad!

 


Y aquellos tres Reyes, que llegaban de Oriente en sus camellos blancos, volvieron a inclinar las frentes coronadas, y arrastrando sus mantos de púrpura y cruzadas las manos sobre el pecho, penetraron en el establo. Sus sandalias bordadas de oro producían un armonioso rumor. El Niño, que dormía en el pesebre sobre una rubia paja centena, sonrió en sueños. A su lado hallábase la Madre, que le contemplaba de rodillas con las manos juntas. Su ropaje parecía de nubes, sus arracadas parecían de fuego, y como en el lago azul de Genezaret rielaban en el manto los luceros de la aureola. Un ángel tendía sobre la cuna sus alas de luz, y las pestañas del Niño temblaban como mariposas rubias, y los tres Reyes se postraron para adorarle y luego besaron los pies del Niño. Para que no se despertase, con las manos apartaban las luengas barbas que eran graves y solemnes como oraciones. Después se levantaron, y volviéndose a sus camellos le trajeron sus dones: Oro, Incienso, Mirra.

Y Gaspar dijo al ofrecerle el Oro:

–Para adorarte venimos de Oriente.

Y Melchor dijo al ofrecerle el Incienso:

-¡Hemos encontrado al Salvador!

Y Baltasar dijo al ofrecerle la Mirra:

-¡Bienaventurados podemos llamarnos entre todos los nacidos!

Y los tres Reyes Magos despojándose de sus coronas las dejaron en el pesebre a los pies del Niño. Entonces sus frentes tostadas por el sol y los vientos del desierto se cubrieron de luz, y la huella que había dejado el cerco bordado de pedrería era una corona más bella que sus coronas labradas en Oriente… Y los tres Reyes Magos repitieron como un cántico:

-¡Éste es!… ¡Nosotros hemos visto su estrella!


Después se levantaron para irse, porque ya rayaba el alba. La campiña de Belén, verde y húmeda, sonreía en la paz de la mañana con el caserío de sus aldeas disperso, y los molinos lejanos desapareciendo bajo el emparrado de las puertas, y las montañas azules y la nieve en las cumbres. Bajo aquel sol amable que lucía sobre los montes iba por los caminos la gente de las aldeas. Un pastor guiaba sus carneras hacia las praderas de Gamalea; mujeres cantando volvían del pozo de Efraín con las ánforas llenas; un viejo cansado picaba la yunta de sus vacas, que se detenían mordisqueando en los vallados, y el humo blanco parecía salir de entre las higueras... Los esclavos negros hicieron arrodillar los camellos y cabalgaron los tres Reyes Magos. Ajenos a todo temor se tornaban a sus tierras, cuando fueron advertidos por el cántico lejano de una vieja y una niña que, sentadas a la puerta de un molino, estaban desgranando espigas de maíz. Y era éste el cantar remoto de las dos voces:

Camiñade Santos Reyes

​Por camiños desviados,

​Que pol’os camiños reas

​Herodes mandou soldados.



 NITO


 

viernes, 29 de diciembre de 2023

LA PIEDRA NEGRA. LEYENDA GRANADINA



I

Corría el año de 1690 a su término, y el intenso frío de Diciembre se dejaba sentir con toda la fuerza de su helado soplo. Una horrible tempestad se cernía entre las nubes opacas que la noche agrupaba, y el estampido de los truenos, en medio de la lobreguez del horizonte, hacían temblar de miedo á los honrados habitantes del Albaicín, en Granada. Sólo en una miserable casucha de la placeta del Almez, otro pensamiento que el temor a las iras del cielo preocupaba los ánimos. Vista por de fuera la vivienda a que nos referimos, sólo indicaba miseria y ruina; y aunque demostraba su origen árabe en alguna olvidada columna encajonada en sus muros, la incuria de los tiempos y el abandono de sus propietarios la hacían casi completamente inhabitable.

Sólo franqueando sus puertas un objeto podría llamar nuestra atención en un patio circular lleno de musgo y escombros, se descubría una losa negra de una dimensión extensa y de un brillo notable. En ella rebotaba la lluvia sin empañar su superficie; jamás el polvo reposaba en su tersura, y á ninguna clase de cuerpo extraño era permitido descansar sobre su negro mármol. Un poder sobrenatural se atribuía a la inanimada piedra, que, siempre brillante, todo lo rechazaba de sí. El vulgo se había acostumbrado a mirarla con terror, y si algún atrevido, creyendo que cubría un tesoro, había hecho por elevarla, los esfuerzos de multitud de hombres no lograron conseguir ni aun conmoverla en lo más pequeño. Su brillo pasaba por encanto, su pesantez por obra de la magia. En la época a que nos trasladamos, dos pobres mujeres habitaban solas la casa. Eran abuela y nieta, tejedoras de oficio, y a pesar de ello, miserables como la que más. Alrededor de unos carbones encendidos, con los que procuraban resguardarse del frio de la noche, las dos mujeres conversaban con la mayor viveza sin cuidarse de los relámpagos  que penetraban por las carcomidas ventanas. Bella como una rosa la joven, oía con la mayor atención a su compañera, cuyas arrugas denotaban su avanzada edad, mientras algunos rasgos de su fisonomía expresaban el vicio de la avaricia. — Entiéndelo bien, niña — decía ésta;  — esos ruidos tenebrosos que á cierta hora se escuchan van a ser el principio de nuestra felicidad. Solamente por ti quiero aventurarme e interrogar a esas almas del otro mundo, no hay duda que lo son, para que nos digan el sitio donde ocultan sus tesoros. Anhelo para ti las riquezas, con el fin de que en vez del burdo corpiño que ciñe tu talle, la seda y el oro te hagan parecer más hermosa que las nobles damas a quienes hoy causas compasión. — Pero, abuela mía — replicó la joven, —tengo miedo; ¿no veis qué noche tan triste? — Mejor para los espíritus; deja temores inoportunos, y recemos un rosario para cobrar fuerzas en nuestra empresa. La nieta obedeció, aunque entornando sus hechiceros ojos, y un gran rato pasaron ambas ocupadas no más que de su piadoso ejercicio.

— La anciana fue la primera que, abandonando las cuentas, se puso en pie. Había traído el viento las doce campanadas que el reloj de la Chancillería había lanzado al espacio. Aunque vieja, todavía estaba vigorosa. — Vamos—dijo a su nieta; — las doce acaban de sonar, y debemos ponernos en acecho. Aquélla siguió sus pasos. En un corredorcillo mezquino, la anciana hizo alto, pegó su rugosa cara contra un agujero octógono, desde donde se veía perfectamente el patio. La tormenta se había convertido en lluvia, y heladas gotas azotaban su rostro, que permanecía inmóvil. La nieta, asida a ella, temblaba como la hoja en el árbol, mientras que la vieja parecía querer penetrar el espacio con sus ojillos grises, que brillaban como ascuas. Pasó media hora en medio de un silencio profundo. Ambas redoblaron su atención y su miedo. Un ruido sordo conmovió los cimientos de la casa, y, poco a poco, bultos cubiertos con un hábito negro, llevando un cirio amarillo en la mano, fueron poblando el patio, que se aumentaba en proporciones.


 — Cuando, al parecer, estuvieron todos reunidos, una lucecita brilló sobre la piedra, y en ella encendieron los cirios, que ardían con una fuerza inaudita, a pesar del agua y del viento. Entonces formaron corro alrededor de la losa negra, y al son de un monótono canto se pusieron a bailar. Causaba espanto el ver aquellos bultos negros saltar fantásticamente, alumbrados por la amarilla llama de sus velas. Algunos minutos llevaban de este extraña ejercicio, cuando la piedra empezó a dar señales de movimiento. Al punto redoblaron su danza, y la losa entonces, alzándose lentamente en el aire, dejó un hueco de la altura de un hombre. Una escalera de nácar y plata se descubría: el humo de los más ricos perfumes de la Arabia formaba espirales en el patio, y una claridad deslumbrante contrastaba con lo oscuro de la noche. — ¡Cuántos tesoros debe haber encerrados en ese subterráneo…! —decía la abuela, temblando de emoción, a su nieta. — Escuchemos, madre mía, me muero de espanto — añadió la joven. Los bultos seguían su baile al son de la pausada  salmodia, y ya las amarillas hachas estaban consumidas basta la mitad. En el círculo que formaba la piedra, gruesas gotas de cera parecían dibujar en el suelo signos extraños. De pronto, una música dulcísima se oía acercarse por grados. Entonces la escalera de nácar dio paso a un joven riquísimamente ataviado, y que deslumbraba, al par que por su hermosura, por los infinitos brillantes de sus vestidos. Con una sonrisa correspondió al saludo de los enmascarados, que a su vista agitaron las hachas, aunque sin parar sus movimientos. A seguida el joven, internándose en la oscuridad, se perdió de vista. Fortuna fue para la niña, que curada de su espanto, había contemplado al del subterráneo más de lo regular. En cambio la abuela no quité ojo de su magnífica pedrería. Ya para las dos mujeres la escena tuvo un doble atractivo. Pasó una hora; los bultos parecían rendidos de cansancio; más si por algunos momentos se detenían, la piedra bajaba a colocarse en su puesto. Era preciso continuar. También de las hachas sólo quedaban por arder algunas pulgadas. A este punto apareció el mancebo. La tristeza que demostraba su rostro era imponderable. Colocose en la escalera, y a modo de despedida pronunció estas palabras con suave acento: —Gracias, súbditos míos: a vuestras fatigas debo estos momentos dé libertad. Alá os lo premie. La piedra cayó de golpe concluidas que fueron estas frases, y sólo quedó, para enseña de tan misteriosa escena, las gotas de cera amarilla que se desprendieron de las hachas. Las dos mujeres se retiraron entonces a su dormitorio; ni una palabra cambiaron entre sí ni una señal de cruz hicieron al ver los azulados relámpagos que penetraban por las rendijas. Su pensamiento estaba fijo en otros lugares, y absortas en su consecuencia, obraban maquinalmente. Por fin, al acostarse exclamaron casi a dúo: — Abuela, es preciso que yo entre en ese subterráneo. — Nieta, es forzoso que yo saque lo que hay en él.


II

En el patio que ya hemos descrito y a la misma hora de la siguiente noche en que transcurrieron los anteriores sucesos, se ven dos mujeres.

Son nuestras conocidas, que apresuradamente recogen la cera que desprendieran los hachones. La anciana ha calculado que, para penetrar en aquel misterioso recinto, será preciso hacer las mismas ceremonias que los encubiertos.  He aquí por qué prosiguen afanosamente en su tarea. Al cabo de un minucioso  trabajo, logran hacer una vela del largo de una vara. —Todo está corriente -dijo la niña.

— ¿Pero te atreverás a meterte en ese subterráneo, caso de que levante la piedra...? -Déjame a mí el sitio del peligro.

 - Nada de eso, abuela; tengo formada mi resolución. Cogeré la más principal alhaja. Y contentándome con ella, no me detendrá la codicia, como si entrarais vos.

 — La Virgen te guíe, fue lo único que repuso la anciana.

- Ésta encendió la vela y se puso lentamente a bailar alrededor de la piedra. Sea que la losa tuviese ganas de tomar el aire, o alguna otra casualidad maravillosa, el hecho es que a las pocas vueltas se elevó a regular altura.

— Ya es la hora, nieta; pero sal pronto, que no confió mucho en mis fuerzas.

— Descuidad  — respondió la niña pisando el nácar de la escalera.  Un cuarto de hora habla pasado, y los movimientos de la anciana eran cada vez más torpes. Sólo quedaba de la tea el cabo por arder. La inquietud de la extraña bailadora era sin límites.

 — Nieta mía—exclamó con voz ahogada—la piedra se baja, mis pies no pueden ya sostenerme, y el cirio abrasa mis dedos; sal pronto, hija amada.

— Aguardad un instante, el joven me cuenta su historia, y yo quiero oírla.

— Huye — volvió a repetir la anciana—apenas te queda un claro por donde escapar. Yo no puedo moverme, la vela se apaga. Ven, ven pronto.

 — Esperaos — decía la argentina voz de la muchacha. Os subo un cajón de rubíes y diamantes. También hay oro.

— Maldito sea — murmuró roncamente la vieja. —Déjalo todo, abandona lo más precioso, pero corre, que si no, vas a ser enterrada en vida.

 — Ya estoy en la escalera  — abuela mía, —pero no veo. ¡Qué horror! ¿Dónde está vuestra luz?

— Nieta, nieta, la piedra va a cubrir el agujero, mi brazo arde en lugar de la vela; pero sal pronto... pronto...

Un grito de espanto fue la única respuesta de la niña. La piedra negra acababa de ocupar su círculo, y la bella joven quedaba sepultada para siempre.


III

Tres días pasaron, y la ronda, a instancia de los vecinos, echó abajo la puerta de la casa. El miserable ajuar de las dos mujeres estaba intacto, y nada indicaba robo ni violencia. Sin embargo, las dueñas no parecían. En vano fue el escrupuloso registro que en todo hicieron. Sólo un alguacil, conocido por el Podenco, afirmó que el montón de cenizas que en el patio se hallaban, pertenecían, salvo el parecer del escribano, al cuerpo de la anciana, a quien él, siguiendo inveterada costumbre, tenía por hechicera. Este aserto dio lugar a que corchetes y vecinas exclamaran tan sólo: Pobre Rufina! que en resumidas cuentas éste era el nombre de pila de la nieta, y que nosotros decimos, aunque tarde, para conocimiento de nuestros lectores. Pero por más que los fallos de la justicia son inmutables, y ésta dio la casa por enteramente deshabitada, todos los días, a las doce de la noche, un quejido lastimero ponía en alarma a los desvelados del barrio. La voz que producía la queja era tan pura y al par tan penetrante, que todos sentían una mezcla de compasión y espanto, que tenía en continuo ejercicio a los dependientes de la Santa Inquisición. Pero ¡tristes de ellos!  Aunque la voz sonaba debajo de la piedra no podían dar con la causa. Eso se quedaba para mis lectores, los que, si hubieran vivido en aquella época, podrían contarme, para que yo lo hiciera a los demás, el cómo fueron los funerales que, por el alma en pena de aquella casa, se costearon por una devota en la iglesia de San Juan de los Reyes.


IV

Algunos meses hace, según me afirma el que ha salido garante de la verdad de este relato, que fue derribada la vivienda en que existía la negra losa, al presente convertido el sitio en inmundo cascajar. Este importante descubrimiento me ha hecho desistir de la idea que tenía de cargar con la piedra para echarla encima de los atrevidos que dijeren no ser verdad cuanto en las anteriores líneas se contiene.



FIN

 

BIBLIOGRAFÍA.-

Tomado de "Las noches del Albayzín": Tradiciones, leyendas y cuentos granadinos (Madrid, 1885) de AFÁN DE RIBERA Y GONZÁLEZ DE ARÉVALO,