miércoles, 30 de abril de 2025

DON ALHAMBRO, EL ÚLTIMO CUENTO CLÁSICO DE GRANADA

 


El gallo que cantó dos veces

Se cumplen ochenta años de la publicación de la revista ideada por Lorca que dio voz a los creadores más jóvenes y se hizo eco de las vanguardias artísticas y literarias de los años veinte. Fueron sólo dos números pero conmocionaron la cultura granadina de finales de los años veinte. Un puñado de jovenzuelos de la ciudad, liderados por Federico García Lorca y sus ansias de provocación hacia la achacosa burguesía granadina, agitaron el ambiente creativo con la publicación de la revista gallo, una publicación literaria que contó con la colaboración de nombres como Salvador Dalí, Jorge Guillén o José Bergamín. Esos dos números sirvieron para que se discutiese en los bares y en los cafés sobre cultura y para que se retrataran las dos Granada que, al igual que las dos Españas, ya se estaban formando: la de la cultura rancia e hipócrita y la del espíritu internacional y abierto. Gallo fue el detonante. Ahora se cumplen los ochenta años desde que vio la luz.


El origen de gallo (el título de la revista iba en minúscula) estaba en la propia personalidad de Federico García Lorca. Él quería sacar a la ciudad de su estado monolítico y durmiente, enquistado tan sólo en la contemplación de la Alhambra y en el vivir de las rentas. Lorca quería introducir en Granada el gusto por el surrealismo, por las nuevas corrientes que atravesaban Europa y movilizaban a los jóvenes artistas. Quiso traer a la ciudad un trozo de modernidad.

Movilizó a un grupo de amigos como Melchor Fernández Almagro, Manuel López Banús o Enrique Gómez Arboleya y puso en pie el proyecto a comienzos del año 1928. Sería una revista con diseño moderno, defensora de vanguardia y que diera cabida a los jóvenes escritores y pintores de la ciudad. También a los artistas incipientes del resto del país. Se trataba de dar vida al arte y la literatura nuevos.

Aunque García Lorca quería quedarse un poco al margen del proyecto, en un discreto segundo plano, su capacidad de trabajo y organización, sus contactos con la gente de la Residencia de Estudiantes, hicieron que al final él encabezara el proyecto. Por fin, la revista vio la luz el 9 de marzo de 1928. Tenía 22 páginas, unas dimensiones de 24x33 centímetros y unos contenidos que abarcaban un poema poético del propio Lorca, Historia de este gallo, en el que de modo metafórico se explicaba la génesis de la publicación, dibujos de Dalí en los que retrataba a los 'putrefactos' (la gente rancia de Granada), poemas de Jorge Guillén, aforismos de José Bergamín, un artículo del propio Dalí y otro de Melchor Fernández Almagro. Aunque la tirada de la revista fue pequeña, el escándalo fue mayúsculo en la ciudad, según relataba García Lorca a sus amigos de fuera de Granada. En Historia de este gallo, Lorca se inventaba un personaje, Don Alhambro, que representaba el espíritu innovador y abierto que los jóvenes artistas de la ciudad querían defender. Don Alhambro, un empresario granadino que había vivido durante años en Gran Bretaña, regresaba finalmente a la ciudad en 1830 con el afán de sacarla de su inmovilismo de siglos. Pero, pese a todos sus intentos, la ciudad seguía sumida en la tradición, en lo caduco, en el arte rancio. Finalmente, Don Alhambro, que había ideado fundar una revista llamada Gallo, moría sin conseguir su objetivo. El poema en prosa de Lorca servía para que soltara ciertas puyas contra la burguesía de la ciudad y levantase ampollas entre los más conservadores.

Lo que éstos no sabían es que Lorca y sus amigos se guardaban otra carta en la manga. El 18 de marzo, nueve días después de la aparición de gallo, veía la luz la revista Pavo, que era una réplica a los postulados lorquianos. Era la revista que reivindicaba el soneto ñoño y las bonitas tradiciones de la ciudad. Estaba escrita y realizada por el mismo equipo de gallo y pretendía representar con sorna a todos aquellos de los que los jóvenes granadinos se reían. Incluso recuperaba la figura de un poeta ficticio creado por García Lorca, Isidoro Capdepón, que escribía cosas terribles a la vieja usanza. Paradójicamente, y sin darse cuenta de la burla, mucha gente expresó su apoyo a Pavo frente a gallo. La polémica estaba servida. Incluso se crearon dos frentes intelectuales: los 'gallistas' frente a los 'pavistas'.

El segundo y último número de gallo apareció a comienzos de mayo de 1928. Contenía dos textos de Lorca, La doncella, el marinero y el estudiante y El paseo de Buster Keaton, un estudio sobre Picasso de Sebastià Gasch, un fragmento de una novela inconclusa de Francisco García Lorca, los primeros escritos de Francisco Ayala, poemas de Manuel López Banús, Francisco Cirre y Enrique Gómez Arboleya y la traducción al castellano del Manifiesto Antiartístico Catalán de Gasch, Dalí y Lluís Montanyá.

El manifiesto representaba todo lo que el grupo de jóvenes granadinos buscaba: la reivindicación de nuevos tiempos y nuevos estilos, la pasión por el jazz, el cine, el gramófono y la velocidad y la erradicación del sentimentalismo. El manifiesto estaba apoyado por gente como Picasso, Juan Gris, Paul Éluard, jean Cocteau, Igor Stravinsky, André Bretón, Le Corbusier o el propio García Lorca.

Tras la publicación del segundo número, Lorca se marchó a Madrid a trabajar en el Romancero gitano y ya no se preocupó más por la revista. Su hermano Francisco, que había quedado como director en funciones, reclamó su presencia para sacar adelante el siguiente número. Pero Lorca, que se caracterizaba por apasionarse salvajemente de algún proyecto nuevo para luego desentenderse de él, se concentró en sus actividades en Madrid y no regresó a la ciudad. El gallo, finalmente, dejó de cantar. Pero su canto había hecho añicos los cimientos culturales de la ciudad.

 (De Jesús Arias)

 



García Lorca fundó la revista "Gallo", de la que sólo se publicaron dos números


 

El año 1830 llegó a Granada, procedente de Inglaterra, donde había permanecido una larga temporada perfeccionando sus estudios, el granadino don Alhambro.

 

En Londres había sorprendido de lejos la belleza de su ciudad natal y llegaba deseoso de observarla hasta en sus más íntimos detalles. Se instaló en un pequeño cuarto lleno de relojes de bolsillo y daba largos paseos, de los cuales volvía con el traje florecido de ese verde musgo melancólico que la Alhambra pone en los aires y en los tejados. Su granadinismo era tan agudo, que masticaba constantemente hojas de arrayán y veía de noche el gran fulgor histórico que Granada envía a todas las demás ciudades de la tierra. Se hizo, además, un excelente catador de agua. El mejor y más documentado catador de agua en este Jerez de las mil aguas.

 

Hablaba del agua que sabe a violetas, del agua que sabe a reina mora, de la que tiene gusto de mármol y del agua barroca de las colinas, que deja un recuerdo a clavos de metal y aguardiente.

 

Amaba con ternura deshecha de coleccionista todos los permanentes filtros mágicos de Granada, pero odiaba lo típico, lo pintoresco y todo lo que trascendía a marcha castiza o costumbrismo.

 

Poco a poco la gente se familiarizó con su figura. Los enemigos decían que estaba loco y que era aficionado a los gatos y a los mapas. Sus amigos, para defenderlo en esta rara sede de los avaros, afirmaban que don Alhambro tenía guardadas cuarenta onzas de oro dentro de un calcetín de seda.

 

Era hombre de corazón panorámico y prudencia económica.

 

Por su levita azul bogaba una etiqueta de cartulina que llevaba su nombre escrito en inglés.

 

Granada era en aquella época una gran ciudad legendaria. Ese poema realizado que odia secretamente todo poeta verdadero. Frescas guirnaldas de rosas y moreras ceñían sus muros. La catedral volvía su grupa redonda y avanzaba como un centauro entre los tejados llenos de sueños y verdes vidrios. A la medianoche, sobre las barandillas y los aleros, candiles y gatos en vilo protestaban de la perfección de los estanques.

 

En la Tienda de los Limones todos los dependientes se pintaban exquisitamente el rostro de amarillo para atender a la clientela. Pasaban cosas realmente extraordinarias: dos niños de mármol fueron rotos a martillazos por el alcalde mayor, porque pedían limosna con las manecitas llenas de rocío.

 

Era entonces Granada, como era siempre, la ciudad menos pictórica del mundo.

 

Don Alhambro la veía dormir desde la Silla del Moro y se daba cuenta de que la ciudad necesitaba salir del letargo en que estaba sumergida. Se daba cuenta de que un grito nuevo debía sonar sobre los corazones y las calles.

 

Una noche de junio, preocupado con esa idea, se durmió en el fondo rizado de un interminable film de brisa que la ventana proyectaba sobre su cabeza. Su sueño estaba lleno de yemas de coco y botellas de un raro whisky marca Machaquito, de arcos de herradura y de grandes páginas escritas en inglés, en las cuales brillaba con fulgor de oro la palabra Spain.

 

¿Qué hacer, Dios mío, para sacudir a Granada del sopor mágico en que vive? Granada debe tener movimiento, debe ser como una campanilla en manos del charlatán; es necesario que vibre y se reconstruya, pero ¿cómo?, ¿de qué manera?

 

En este momento los cuarenta Carlos Terceros de las onzas, en cuarenta planos diferentes, rodearon a don Alhambro con el ritmo y la locura de los espejos rotos. "Bee, bee, funda un periódico, balaban aristocráticamente los borregos magníficos del perfil de Carlos. Funda un periódico, bee, bee".

 

Nuestro amigo se despertó súbitamente lleno de frío y de alegría. Le quedaba entre los dientes el retintín de oro y lanas episcopales del sueño, que se iba alejando por sus ojos, lleno de serpentina y caballeros de Francia; del sueño que huía con su morral de anémonas por los cristales de las claraboyas.

 

Un gallo cantó y otro cantó y otro y otro.

 

Los cantos enardecidos y rizados hasta la punta ponían banderillas de lujo en el manso corazón de don Alhambro.

 

Y se decidió a fundar una revista. Primero tuvo la momentánea aparición de San Gabriel, arcángel de la propaganda, rodeado de gallos encantadores. Un segundo más tarde surgió ante sus ojos un gallo único que repetía de muchas maneras el nombre de Granada.

 

- "Ya está. El lema será un gallo."

 

Con este pensamiento, se puso a buscar un gallo vivo para que sirviera de modelo al artista que había de interpretarlo; porque don Alhambro fue siempre de un perfecto naturalismo.

 

Y ¡qué gran casualidad!

 

En aquellos días una cruenta epidemia diezmaba los gallos de la ciudad de Granada. Morían a centenares. Se les ponía la cresta color aceituna y el plumaje se les transformaba en una masa casi invisible que les daba un tinté de aves del desierto, de criaturas de ceniza. Daba pena las madrugadas asomarse a las torres. Se veían apagarse lentamente los "quiquiriquís", con la misma liturgia que las velas en el tenebrario durante las tinieblas del Jueves de Pasión. Desde la torre de la Vela se podía ver perfectamente el mapa de agudos y rumores de alas de las agonías de los gallos. Nunca se ha conocido epidemia tan inquietante. Don Alhambro recorría las casas lleno de angustia. Sólo encontraba plumas descoloridas y puertas abiertas. En algunos sitios le decían tristemente: "Ya nos lo hemos comido", y veía flotar en los ojos del que hablaba una cresta diminuta perteneciente ya, por su delicadeza, a la escala de las orquídeas.

 

Pero a pesar de todo, aunque hubiese habido gallos a millares, la busca y esfuerzo de don Alhambro hubieran sido estériles. Recién llegado a la ciudad el millonario Monsieur Meermans, compraba a excelente precio todos los gallos existentes, porque tenía el sibaritisno de comer grandes platos de crestas crudas con un tenedor cuajado de esmeraldas y sentado en una silla de oro macizo.

 

Ya no le quedaba a nuestro héroe otro recurso que robar un gallo del jardín de este insigne coleccionista.

 

Y así lo hizo.

 

Una noche, cuando el reloj daba con generosidad todas las campanadas que tiene, saltó la verja del parque y se internó por las avenidas.

 

Los jardines de los Mártires estaban llenos de gallos. Era un paraíso terrenal de Brueghel, donde resaltaba la única gloria de estas aves cantarinas.

 

Por los cedros, cipreses y rosales asomaban alas de bronce, alas negras, alas empavonadas, vivos puños de bastón o cabezas de pipa. Don Alhambro cogió arrebatadamente un gallo sultán que dormía en una rama y partió lleno de alegría con su tesoro.

 

Al abandonar el jardín, el animal lanzó su quiquiriquí de medianoche. Húmedo quiriquiquí de hongos y violetas, ahogado en la manga del erudito ladrón.

 

En aquella época venturosa, Granada estaba dividida por dos grandes escuelas de bordado. De una parte, las monjas del Beaterio de Santo Domingo. De otra, la eminente Paquita Raya. Las monjas de Santo Domingo conservaban en una caja de terciopelo las dos agujas matrices de su escuela barroca, las dos agujas con que hicieron maravillas virginales las artistas sor Sacramento del Oro y sor Visitación de la Plata. Era aquella caja como el fuego vestal que inflamaba el corazón almidonado de las novicias. Elixir permanente de hilo y consulta.

 

Paquita Raya, en cambio, tenía un arte más popular, más vibrante, un arte republicano, lleno de sandías abiertas y de manzanas endurecidas sobre el tejido. Arte de exactas realidades y emoción española. Todas las personas morenas eran partidarias de Paquita. Todas las rubias, castañas y un pequeño núcleo de albinas, partidarias de las monjas. Aunque hay que confesar que las dos escuelas eran maravillosas, porque si las religiosas del Beaterio triunfaban empleando una tonelada de oro en el manto para la Soledad de Osuna, Paquita triunfaba en Bruselas con un bordado representando el Patio de los Leones, en el cual había más de cinco millones y medio de puntadas.

 

No dudó mucho don Alhambro qué tendencia debía adoptar para realizar su proyecto. Con el sordo hervor de la prisa, se dirigió a la casa de la bordadora y puso su mano escuálida sobre la mano cortada del postigo.

 

- ¿Quién es?

 

Hacía un frío limpio de nubes. La cuesta de Gomeles bajaba llena de heladas agujas de fonógrafo. Era la una de la madrugada. El duelo de los surtidores golpeaba en las praderas del silencio. Chorros cristalinos caían de los tejados y mojaban los cristales de los balcones. Al dolor fisiológico del agua quebrantada por el hilo se unía su tenaz insomnio. Insomnio lleno de pequeños tambores incesantes que ponen loca la noche de la ciudad.

 

- ¿Quién es?

 

Abrieron la puerta y don Alhambro subió al primer piso. Toda la casa crujía y lloraba el desconocido martirio de la tela acribillada por las agujas.

 

Paquita Raya salió a recibirlo. Vestía un traje de seda verde con manga de jamón, apretada cintura, enaguas blancas rizadas con tenacillas y un corsé de ballenas de plata que ganó en un concurso de la ciudad de Reus. A sus pies había un montón de madejas y punzones de hueso, en doble símbolo de técnica y gloria.

 

Ni don Alhambro ni Paquita cambiaron una sola palabra, pero Paquita comprendió perfectamente el asunto y, llena de sugestivo delirio, empezó a bordar con sus agujas favoritas un admirable gallo con realce. Don Alhambro se sentó melancólicamente. El gallo vivo, que tenía fuertemente sujeto por las patas, daba grandes aletazos en el silencio, porque sentía cómo Paquita le iba quitando el espíritu, cruelmente, a punta de aguja.

 

Pasó un mes, y un año, y diez años. Pasaba el témpano de la Navidad y el arco de cartón del Corpus Christi. No pudo el melancólico don Alhambro fundar su periódico. Fue una lástima. Pero en Granada el día no tiene más que una hora inmensa, y esa hora se emplea en beber agua, girar sobre el eje del bastón y mirar el paisaje. No tuvo materialmente tiempo.

 

La reacción y suma de esfuerzos no se realiza en esta tierra extraordinaria. Dos y dos no son nunca cuatro en Granada. Son dos y dos siempre, sin que logren fundirse jamás.

 

Los últimos días de su vida ya no salía a la calle. Se pasaba las horas muertas ante un plano de la ciudad, soñando verla surgir con acento propio en el mapamundi. Su gallo estaba enfrente de la mesa del despacho, un poco desesperado y con vocación decidida de gallo de veleta.

 

Y así, en una constante aspiración de disentir de sus paisanos, pero sin expresarlo en letras de molde, llegó al filo del aljibe donde había de probar su última agua sin explicación ni onda.

 

¡Pero qué largo fue su martirio! Un martirio de largo metraje. Granada se rompía en mil pedazos ante sus ojos un poco anisados por la edad.

 

Ya en tiempos del alcalde don Adolfo Contreras y Ponce de León había visto quemar en la plaza Nueva a la última ninfa capturada en los bosques de la Colina Roja. Cantaba como una codorniz y tenía los cabellos de cuerdas de guitarra. Durante varios días estuvo el suelo cubierto de violetas, donde se hundían los pies como en los confetis después de haberse acabado el Carnaval.

 

La misma mañana que se aprobó el proyecto de abrir la Gran Vía, que tanto ha contribuido a deformar el carácter de los actuales granadinos, murió don Alhambro.

 

Cuatro cirios. Four candles.

 

Nadie en su entierro. Sí. Las golondrinas. The Swallows. Una pena.

 

Después del entierro, el gallo se fue por la ventana y se lanzó al peligro de la calle y a la mala vida. Llegó a pedir limosnita a los ingleses en la Puerta del Vino y se hizo amigo de dos enanos que tocaban la flauta y vendían toros de dulce. Un verdadero golfo. Luego desapareció.

 

Cuando mis amigos decidieron fundar esta revista no sabían darle nombre. Yo conocía la historia del gallo de don Alhambro, pero no me atrevía a resucitarla, y he aquí que hace varios días subieron a mi casa todos los redactores contentísimos. Traían un gallo admirable. Era de plumas azul Rolls Royce y gris colonial, con todo el cuello de un delicioso azul Falla que se le acentuaba en el espolón.

 

- ¿De dónde es este gallo?

 

- ¡Soy el gallo de don Alhambro!

 

- Pues ¡que se vaya! -gritaron todos.

 

- Me he renovado para venir en busca vuestra y poder subir al título que tanto ansío y para el que fui creado.

 

- A mí, el título que me gusta es El Suspiro del Moro, dije yo.

 

- Y a mí, Romeo y Julieta, dijo otro.

 

Y a mí, Vaso de Agua, repitió una vocecita.

 

¡Señores, por Dios! gritó el gallo. Yo no pido que tengáis la ideología de don Alhambro; también yo he cambiado de parecer, pero no me rechacéis por mi historia. Eso no lo puedo resistir. Aquí no se puede hacer nada sin contar con la historia. Soy bello. Anuncio la madrugada y como lema seré siempre insustituible

 

Hubo una discusión violentísima, en la que el gallo suplicaba de manera tierna.

 

- Basta, amigos míos, dije enérgicamente. Bajo mi responsabilidad. ¡Sube al título!

 

Abrimos el balcón y el gallo ascendió al título con todas sus plumas encendidas. Ya en la caña del título, nos saludó a todos de manera inefable. Manera de agua y jacinto. Poema de quien rompe una guitarra sobre el mar del amanecer. Dalia en el olivo y bosque en mano. Juego y mentira.

 

Hemos celebrado la ascensión del gallo al título de esta revista haciéndole bordar cuatro gallinas de seda rutilantes, para que su pico guste ardiente fruta de zigzag en la evocadora madrugada oscura de la imprenta. Mientras mis amigos aplaudían, yo escuchaba emocionado la sonrisa de don Alhambro, que me llegaba envuelta en el denso algodón en tronco de la sepultura.

 

- Canta, gallo, regallo y contragallo.

 

Canta seguro bajo tu sombrerito de llamas, porque una de tus gallinas puede ser muy bien la gallina de los huevos de oro.






Transcrito por NITO

lunes, 31 de marzo de 2025

LA EMPERATRIZ OLVIDADA

 


A comienzos del siglo XX era frecuente ver paseando por el madrileño parque del Oeste a una anciana menuda y frágil, pero altiva y elegante. Residía en Inglaterra, pero cuando arreciaba el frío del invierno británico viajaba a España y se instalaba en el palacio de Liria junto a sus sobrinos los duques de Alba. Los viandantes la miraban con admiración y una cierta lástima. Sabían que lo había tenido todo y que todo lo había perdido. Se llamaba Eugenia de Palafox y Portocarrero, y fue la última emperatriz de Francia.


LA EMPERATRIZ OLVIDADA

Por los periódicos granadinos del 10 de julio de 1919, se enteró la ciudad de la muerte en Madrid, en el palacio de Liria, propiedad del duque de Alba, su familia más cercana, de la que había sido Emperatriz de los franceses, Eugenia de Montijo.

Granada, donde había nacido el 5 de mayo de 1826, la había olvidado hacía tiempo. El mundo también. Habían pasado tantas cosas y tantos años desde que esta granadina hermosa y fría se había casado, en 1853, con el Emperador Napoleón III, ocupando con él el trono imperial de Francia durante diecisiete años. Ya sólo los muy viejos recordaban aquel cuento de hadas.

Una guerra humillante para Francia había destronado, en 1870, al matrimonio, empezando el largo peregrinar de esta mujer, que, sin duda, vivió una de las vidas más intensas en su época de esplendor, para pasar después, viuda y muerto el hijo, casi cincuenta años, siempre sola, entre recuerdos.

A Granada había venido en contadas ocasiones a lo largo de tanto tiempo y eso que la ex-emperatriz viajaba continuamente. Casi siempre en su yate "I´Aiglon'' (El Águila), con el que paseaba a menudo por el Mediterráneo. Recalando en Málaga y Gibraltar con frecuencia, dos veces la granadina quiso volver a su tierra. De la primera de estas visitas hay constancia en el libro de honor de visitantes de la Alhambra, donde aparece su firma como condesa de Pierrefonds. 


Era en mayo de 1877 y aún vivía su hijo, que moriría en África, dos años después acribillado por las flechas de los zulúes, en la guerra que allí sostenía Inglaterra. Diecinueve años tardaría en volver. Esta vez, en 1896, se había hospedado en el hotel Siete Suelos y había querido visitar la casa donde había nacido, el número 12 de la calle de Gracia, setenta años antes. Allí pudo leer —hoy le resultaría casi imposible— la lápida colocada para recordar el hecho:

 “En esta casa nació la ilustre señora Dª. Eugenia de Guzmán y Portocarrero, actual Emperatriz de los franceses. El Ayuntamiento de Granada, al colocar esta lápida, se honra con el recuerdo de su noble compatriota. Año 1867”. 

Todo muy acorde con el lenguaje altisonante del S. XIX.


Casa natal y placa conmemorativa  de Eugenia de Montijo 

La ex-emperatriz no había vuelto más. Sobrevivió hasta una edad muy avanzada. Era un verdadero prodigio de vigor en una época en que no era frecuente sobrepasar los 70 años. Ella llegó a los noventa y tres, longevidad excepcional entonces. Incluso un año antes de morir, el Dr. Barraquer la había operado de cataratas en Barcelona y había vuelto a leer como si nada.

La historia la trató, como siempre, de manera desigual. Desde sus adictos, que resaltaban sus iniciativas y su clara inteligencia, a los detractores que la culparon de la derrota francesa de 1870 frente a Prusia, a causa del entrometimiento de la Emperatriz en los asuntos de Estado. En 1919, a su muerte, los periódicos granadinos no fueron excesivamente extensos sobre el  trema. Igual que los del resto del mundo. La mayoría de la gente, en realidad, ya creía muerto el personaje.


Se encontraba en Madrid preparando su regreso a Inglaterra, cuando un atardecer del 10 de julio de 1919, se sintió repentinamente indispuesta. No pensaba, al acostarse, que hubiera llegado la estación terminal de su largo trayecto de 93 años. Su cuerpo fue transportado a Farnborough.

La azarosa vida de esta mujer española que fue emperatriz de Francia, su figura tan popular por la aureola romántica y legendaria que la envolviera siempre, las horas felices, cuando el Imperio estaba en el cenit; los días amargos del exilio, de la muerte del hijo; su temperamento apasionado y su entereza ejemplar la convirtieron en un mito. En el pueblo aún pervive su recuerdo cantado en coplas de gran belleza literaria:

«Eugenia de Montijo,

qué pena, pena,

que te vayas de España

para ser reina.

Por las lises de Francia

Granada dejas

y las aguas del Darro

por las del Sena.

Eugenia de Montijo,

qué pena, pena...».

 



NITO

viernes, 28 de febrero de 2025

AQUELLA GRANADA DE NUESTROS ABUELOS (2)

 


COMIENZA  EL CAMBIO 

Las condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población, la clase trabajadora, eran ciertamente penosas. Familias acumuladas en viviendas de escasos metros, sin apenas ventilación, ni higiene, ni nada que se le pareciera; mal alimentadas, en paro casi permanente o con jornales de miseria. Aunque algo empezaba a cambiar en aquella desesperanza general. Ya había sociedades obreras de diversos oficios, hasta entonces absolutamente desprotegidos. Funcionaban sociedades de sombrereros, de planchadoras, de albañiles, de carpinteros, de pintores decoradores. Ya se agrupaban los trabajadores en sociedades de las que recibir, en situaciones de necesidad –casi continuas– no sólo apoyo en la defensa de sus intereses laborales, sino también pequeñas ayudas para medicinas o alimentos. 

El tranvía de cremallera en los bosques de la Alhambra

Aún así, es inevitable entristecerse al recordar la inhumana situación social de la mayoría de los granadinos en aquel tiempo, en situaciones de miseria muchísimos de ellos, con sueldos de cincuenta céntimos diarios y jornales de una peseta para contados operarios. Una reducidísima elite, apenas 1.000 elegidos, quizá menos, venía a constituir – a juicio de ellos mismos, naturalmente -, lo único importante, lo único que contaba en la vida de la ciudad. El resto de la población, sesenta y tantos mil, la inmensa mayoría de gorra y alpargata, de jornal mísero y vivienda lóbrega, no importaba ni poco ni mucho. Para las clases altas, las dirigentes, la vida no podía ser más placentera. 

Estaban, recién llegados, unos inventos llamados a mejorar sus ociosas existencias. De los primeros en llegar, y de los más trascendentes, el de la electricidad. Precisamente el años que nos ocupa, se constituyen dos compañías eléctricas granadinas: “Electra de Órgiva” y “Eléctrica de la Vega granadina”. Hasta entonces, el alumbrado de las casas acomodadas había sido por gas. También el de la calles era por gas desde 1866. Lo tenía a su cargo la empresa “Eugenio Lebón y Cía”, que repartía el suministro para un total de 2.000 farolas distribuidas por la ciudad. La misma compañía también suministraba un incipiente alumbrado eléctrico urbano y, en 1902, ya tenía instalados medio centenar de focos callejeros, casi todos por el centro. A la compañía Lebón le había surgido una seria competidora en 1892, una empresa fundada con capital granadino, la “Compañía General de Electricidad”, que pronto construyó diversas centrales hidráulicas aprovechando las corrientes de los ríos Genil, Maitena, Monachil y Cubillas. Claro que, como a menudo ha sucedido y sucede entre nosotros, las nuevas ideas son acogidas con suspicacia y se les vaticina poca duración. Y eso le ocurrió a la electricidad. A pesar de sus obvias ventajas, más sencilla, más barata, más rápida, menos peligrosa, mejor luz, etc., el color mortecino de aquella primera luz eléctrica no acababa de convencer a mucha gente, que siguió alumbrándose con gas cierto tiempo. Aquella electricidad recién llegada, era neblinosa y sorprendente. Y en las calles, los padres se detenían con sus hijos de corta edad y señalándoles los delgados cables eléctricos les decían: “Mira, hijo, aunque no lo parezca, por ahí viene la luz”.

Vendedora de pavos en Plaza Birrambla

OTRA NOVEDAD En 1902, con el teléfono venía a suceder lo mismo y buen número de granadinos – de clase acomodada, naturalmente, los únicos particulares que podían permitírselo – casi ni lo tomaban en serio. Una novedad curiosa, quizá, y poco más. Pero desde 1890, o sea, catorce años después de que Graham Bell hubiera conseguido la transmisión a distancia de la voz humana, ya había en Granada dos compañías telefónicas: la “Peninsular” , con oficinas en el número 46 del Zacatín, que atendía las comunicaciones con el resto de España; y la “Sociedad Telefónica de Granada”, encargada de las necesidades del servicio urbano, que tenía su sede en el piso tercero del edificio que entonces ocupaba en sus bajos el popular café del Callejón, entre las calles Mesones e Hileras. Los primeros en usar el teléfono habían sido, como en todas partes, los organismos públicos y las redacciones de los periódicos. Luego llegaron a usarlo también los particulares, pero más despacio. En 1902, en Granada, había instalados unos 200 teléfonos. El número 1 era el del Arzobispo; el gobernador tenía el número 6 en su despacho; y el rector el número 143, en la Universidad. Las instrucciones que las compañías daban a los usuarios del nuevo invento, eran de lo más pormenorizadas. Y así se les advertía: “El abonado, después de aplicarse el teléfono al oído, deberá empezar diciendo siempre: ¿Quién llama?”… Como sucedió con otros artilugios técnicos, el teléfono despertó en sus comienzos no poco recelos. Sobre todo en las señoras, porque las pobres pensaron que el teléfono podría acabar con el placer de las visitas. 

Torre de Los Picos

Y es que, entonces, las familias de posición social se visitaban. En un curioso manual de urbanidad de la época, se hacían recomendaciones inefables como éstas: “Las visitas no deben hacerse por las mañanas, ni a las horas de almorzar o cenar; no se deben llevar animales domésticos o niños revoltosos, sin pedir disculpas previas; es elegante llevar algún pequeño obsequio, por ejemplo, alguna golosina para merendar”. Y aún se añadían más detalles de etiqueta: “El que hace la visita es el que inicia la maniobra que la da por finalizada. Por lo general conviene realizarla en dos etapas. Primero se insinúa que conviene retirarse. Los anfitriones hacen un mohín de desagrado. Pasado otro ratito, se aceptará ya la decisión de levantarse” por cierto que este manual de urbanidad lo había escrito el más célebre cronista de sociedad de la época – se firmaba “Montecristo” en las página de la revista “Blanco y Negro” -, que era gran amigo de la marquesa de Esquilache, a la que solía acompañar cuando esta señora venía a descansar a su hermosa finca de Motril. No está de más precisar que Motril, en 1902, atravesaba una situación social tan injusta y dolorosa como la de la capital. Precisamente un año antes, en 1901, dos mil trabajadores desesperados incendiaron la fábrica azucarera motrileña “Santa María”, de la familia Larios, en protesta por los precios miserables a que se pagaba la caña a los campesinos.

El ciego "Paniolla"

NITO

BIBLIOGRAFIA,-

Prensa local: 
Cronista Juan Bustos Rodríguez
Revista Blanco y Negro
El Defensor de Granada
Diario Universal



domingo, 2 de febrero de 2025

AQUELLA GRANADA DE NUESTROS ABUELOS (I)



UNA MIRADA A LA GRANADA DE 1902 

 En el corazón de África había terminado la guerra de los “bóers”, que había tenido a raya el inmenso poderío militar y económico de Inglaterra durante algún tiempo.

En América, los Estados Unidos habían dado una primera muestra de sus verdaderas fuerzas y de sus verdaderas intenciones, haciéndose con Cuba después de habérsela arrebatado a España en el aciago 1898. Pero Europa todavía seguía siendo protagonista de la marcha del mundo y Europa, afortunadamente, vivía años de paz.

Francia, Inglaterra y Rusia, de un lado, Alemania y Austro Hungría, de otro, se enseñaban los dientes, pero aún eran sonrisas más que amenazas.


En España hay un nuevo rey: Alfonso XIII, jovencísimo, de dieciséis años, apuesto, simpático. Y ya se sabe: un rey nuevo es siempre una esperanza. Falta le hace la esperanza al pobre y padecido pueblo español de 1902, aún acongojado por el desastre de la pérdida de las últimas colonias, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, tan solo cuatro años antes.

 En 1902 se registra una novedad en los teatros: las luces de la sala se apagan durante la representación y sólo se mantienen encendidas las luces de la batería. Así, la concentración de los espectadores se concentra en la escena. Ha sido una feliz iniciativa de la eminente actriz María Guerrero. Es el mismo año, en que los gobernadores civiles imparten un decreto, por el cual, las señoras tendrán que despojarse de sus sombreros en los patios de butacas, para no impedir la visión del escenario de los espectadores que están sentados detrás. Hasta ahí ha llegado la voluminosidad de los sombreros de las damas de la época.


NUESTRAS EXPECTATIVAS 

Pero¿cómo era Granada entonces, cómo era aquella sociedad granadina de nuestros abuelos? 

En 1902 – según el censo de 1900 – la capital granadina tenía 75.522 habitantes de derecho y 75.807 de hecho, y la provincia 494.449 y 492.460, respectivamente. No era de las ciudades demasiado populosas, como empezaban a serlo ya Oviedo, Bilbao o Zaragoza, pero tampoco de las extremadamente pequeñas, como Jaén, Badajoz o Burgos. El ayuntamiento no podía hacer milagros con un presupuesto de 2.440.142,14  pesetas anuales, de las que la nómina de los empleados suponía 91.388 pesetas. Como detalle, digamos que los gastos de representación asignados al alcalde, eran de 5.000 pesetas al año. A aquel Ayuntamiento  -como a todos -  ya le llovían las protestas ciudadanas, sobre todo por el mal estado de las calles. “Si el Ayuntamiento cuidara las calles – denunciaba el periódico “La Publicidad”– las calles estarían adoquinadas y limpias, y se podría circular por ellas sin ser atropellados por carruajes a demasiada velocidad o por mozos de cuerda caminando cargados por las aceras, sorteando los grupos de gente parada y los vecinos sentados a las puertas”.

 La verdad es que ya entonces – tal como desgraciadamente sigue sucediendo ahora -, hacían caso omiso de la ordenanzas municipales. Se dictaba aquel año, precisamente, una que exhortaba a las mujeres a no sacudir las alfombras sobre la calle cuando pasara alguien, y en la revista “El Triunfo” aparecía un chiste donde un transeúnte iracundo increpaba a la del balcón con estas palabras: “¡Ya podría usted mirar donde sacude y no hacerlo cuando paso por debajo!”. Y la mujer respondía: “¡Pues ya podría usted no pasar cuando ve que voy a sacudir la alfombra!” 

En aquella Granada había poco más de 600 calles, comprendiendo las callejuelas y los callejones; y casi un centenar de plazas y placetas, de estas últimas la mayoría repartidas por el barrio del Albaicín. No existían entonces las “Páginas Amarillas” de las “Guías Telefónicas”, pero sí, en cambio, los inestimables “Anuarios” que publicaba Luis Seco de Lucena, fundador y director del periódico “El Defensor de Granada”, con la relación de comerciantes y profesionales de la población. Por ellos sabemos que, en el año 1902, había en Granada capital ocho notarios en ejercicio, veintidós procuradores, otros tantos farmacéuticos, sesenta y nueve médicos colegiados, cuarenta y un catedráticos titulares de Universidad, tres dentista, cuatro libreros, … En aquella reducida sociedad, qué duda cabe que se conocían todos en mayor o menor grado. Pero se conocían también igual los trabajadores de los distintos oficios: abaniqueros, alpargateros, bastoneros, guanteros, botineros, camiseros, cocheros, sombrereros, tintoreros. Hoy son oficios desaparecidos, pero entonces reunían en su conjunto un censo laboral anónimo nada desdeñable, si bien mucho menor que los albañiles, los camareros, los campesinos y los dependientes de comercio, que formaban, sobre todos, los núcleos más considerables de trabajadores.




NITO



BIBLIOGRAFIA,-

Prensa local: 
Cronista Juan Bustos Rodríguez
Revista Blanco y Negro
El Defensor de Granada
Diario Universal


martes, 31 de diciembre de 2024

LA CARRERA CICLISTA DEL PAVO EN GRANADA

 


LA CARRERA CICLISTA DEL PAVO EN GRANADA

Fueron muchas las ediciones de esta popular “Carrera del Pavo” que celebraba Granada desde 1945 por Navidades y que tanto entusiasmo generaba entre la alegre muchachada granadina y pueblos limítrofes. La condición principal e imprescindible era que las bicicletas iban sin tracción (sin cadena). Eran otros tiempos y el premio, un suculento pavo, significaba algo más que ganar un trofeo. Eran otros tiempos, como digo.

Así fue la última Carrera del Pavo celebrada en Granada el día 21 de Diciembre de 2014 narrada por “Ahora Granada” y que finalmente fue suspendida. No recuerdo si se habrán celebrado algunas más:

“Este domingo, Granada celebra un año más la Carrera del Pavo, cita que en 1945 tuvo su primera edición y que se ha convertido ya en una tradición dentro del ciclismo de la capital de la Alhambra. Organizada por el C.D. Guad Al Xenil, tendrá en los Jardines del Triunfo (en Avenida Constitución) su centro neurálgico y lugar de llegada, partiendo la cita desde la barriada de El Fargue. Este evento está abierto a ciclistas de las categorías junior, sub 23, sénior, élite, máster 30/40/50/60 y féminas. Se pretende con esta prueba recuperar esta tradición reivindicando a la vez el uso de la bicicleta.

 

La carrera partirá de El Fargue, en la zona alta de Granada, discurriendo durante todo el recorrido de siete kilómetros en bajada de manera continua, primero por la A-4002, luego por Avenida de Murcia, Calle Real de la Cartuja y Avenida del Hospicio, desembocando finalmente en la Avenida de Constitución y llegando a la meta que estará dispuesta en los Jardines del Triunfo. Se harán dos tandas separadas de bicicletas, una para ruta y otra para las bicis de BTT.

Aquellos interesados en participar en esta fiesta del ciclismo pueden hacerlo a través de la web del club organizador hasta el 17 de diciembre. El precio para federados es de siete euros y 17 euros para los que soliciten licencia por un día, no siendo posible la inscripción el día de la carrera. Habrá control de firmas y recogida de dorsal desde las 09.30 horas en los Jardines del Triunfo.

Esta cita congregará a ilustres del ciclismo granadino como Galera, Jiménez Quiles, Camarero, Moleón o Robles. A disposición de los participantes habrá todo tipo de tentempiés de la época (dulces, chocolates), así como regalos y sorpresas. Además, la Carrera del Pavo es a beneficio de la Asociación Española Contra el Cáncer.

Se entregará un pavo al ganador y la ganadora de esta cita y otro al mejor disfraz. Por categorías, un pollo al ganador y dulces al segundo y tercer clasificado”.


Otras localidades siguen manteniendo esta tradición navideña


NITO

 

Nota de Guad Al Xenil

QUERIDOS AMIGOS/AS:

El Club Deportivo Guad al Xenil en la tarde de hoy ha decidido SUSPENDER LA CELEBRACIÓN DE LA CARRERA CICLISTA DEL PAVO, prevista para el próximo domingo, 21 de diciembre de 2014, en Granada, ante la falta de participantes.

Lamentamos tomar esta decisión pero no tenemos estómago, con lo que está cayendo, para que se monte un operativo tanto de Guardia Civil, Policía Local, Protección Civil, Motos Enlaces, Voluntarios, y demás personal de Organización para un corte de tráfico de más de treinta minutos, en Granada, en el recorrido de 7 Kms. entre El Fargue y los Jardines del Triunfo, para que participen unos treinta corredores.

Queremos agradecer el esfuerzo de los patrocinadores y colaboradores con esta carrera, así como el apoyo de la AECC, con la que mantenemos una deuda, y que en las pruebas de 2015, sabremos recompensar con creces.

Hemos hecho todo lo posible para que esta prueba se recuperara tras años sin celebrarse, contando con una larga tradición, pero no podemos poner la materia prima, no manejamos voluntades ni gustos.

A Nuestra Organización, a todos/as los/as que la componen y que estáis dispuestos/as a acudir a trabajar por el deporte, por nuestro ciclismo, y que sólo les llena el trabajo bien hecho y que ese trabajo se refleje en una competición brillante y que al recuperar una prueba de estas dimensiones, Granada, también se vea recompensada, con una prueba peculiar y distinta, donde no es el esfuerzo, sino la técnica, la destreza, la habilidad, la valentía y el coraje, las que triunfan sobre las cualidades habituales en los deportistas.

Nos veremos en la ruta, compañeros y compañeras..., siempre por nuestro ciclismo...