LA CAPILLA “PICHINA”
Si Barcelona tiene la
Sagrada Familia, Madrid la Puerta de Alcalá, Londres el Big Ben y París la
Torre Eiffel, Granada tiene la Alhambra. Pero no sólo de monumentos
emblemáticos vive el turista, y mucho menos el residente, que sabe que su
ciudad esconde muchos, muchos más tesoros de los que muestra al visitante
convencional.
Con ese convencimiento se publicó en 2015 Granada
insólita y secreta, una guía de la ciudad que muestra numerosos
rincones y detalles en los que no reparan sus residentes y que nunca conocerían
los visitantes si no fuera por publicaciones como ésta.
El escritor y periodista César Requeséns es el autor
de esta joya cien por cien granadina, a la que ha dedicado varios años, plagada
de imágenes, datos, anécdotas y curiosidades. Esta guía, editada por la
francesa Jonglez, que ya ha publicado obras similares de otras ciudades
europeas como París, Londres, Lisboa, Milán, Ámsterdam, Bruselas o Florencia,
además de Madrid y Barcelona, mantiene la idea de las antiguas guías
literarias, según explica su autor, que "pretenden transmitir el encanto
del lugar".
Requeséns, que fue quien propuso a la editorial la ciudad de Granada para ser "protagonista" de una de sus publicaciones, explica que durante este tiempo ha acumulado tantos "secretos" granadinos, que podría escribir ya una segunda parte, lo que espera que se produzca por que la ciudad "está plagada" de lugares dignos de conocer.
En los años 70 una tertulia de incipientes artistas granadinos, hoy consagrados, plasmó en las paredes del edificio del Carmen de los Patos unos frescos muy picantes, que con sorna dieron en llamar ´Capilla Pichina’ (‘picha’ es sinónimo de pene en el argot granadino). Como las paredes lucían blancas como lienzos, los propios artistas emprendieron la tarea de plasmar en ellas su desbordante imaginación. La abrumadora mayoría de artistas del sexo masculino motivó que el elemento fálico fuera la temática dominante en todos los frescos, de ahí que todos los cuadros incluyan algún miembro, algunos de ellos de descomunales proporciones.
Mariano Cruz, propietario del edificio y del restaurante el Mirador de Morayma, fue quien promovió a finales del franquismo las reuniones en la bodega de su propia casa. Artistas, escritores, bohemios y curiosos protegidos bajo el velo de la inocua gastronomía– daban rienda suelta a sus ideas artísticas. El poeta Rafael Guillén, premio Nacional de Poesía, el escritor Francisco Izquierdo o el escultor Cayetano Aníbal fueron algunos de los habituales de aquellas charlas interminables en las que el vino y las buenas viandas animaban el intercambio de ideas y pareceres.
Aquellas reuniones seguían celebrándose de vez en cuando pero en un lugar más confortable y a ras de tierra, es decir, en el propio restaurante. Abajo, en la bodega donde ahora duermen los caldos que esperan a ser servidos en las mesas, descansan los frescos, recuerdo de aquellas noches de vino y arte.
NITO
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