sábado, 31 de enero de 2015

TRAGEDIA EN LOS PEÑONES DE SAN FRANCISCO

Una Iberavia  española luce en La Ferté Alé (Paris)

Cuando se van a cumplir casi  los cincuenta años de aquel trágico suceso que paralizó a la sociedad granadina y que liga el extraño destino de algunos aviones a Sierra Nevada, La Murga quiere rendir un tributo inolvidable al que fuera uno de los más destacados deportistas, pionero del esquí granadino y entusiasta de la aviación: Demetrio Spínola Ortega.

 Nos narra Michel Lozares Sánchez en su libro “Los aviones de Sierra Nevada” que el día 6 de marzo de 1966, la avioneta Iberavia AISA  I-11B con matrícula L.8C-69 despegó, para efectuar un vuelo local, de la Base de Armilla a las 13:00 horas.
A los mandos se encontraba Demetrio Spínola Ortega, que llevaba como pasajero a Antonio Molinero. Era la segunda vez en aquella jornada  que el señor Spínola se ponía a los mandos de esta avioneta.

Iberavia AISA mostrando su liviana construcción: Madera y tela

Tras la salida, la avioneta puso rumbo a la sierra. El día aparecía claro en casi toda la zona de vuelo, con algunos cúmulos a 2.500 metros y bancos de niebla en los valles.
Tras alcanzar la zona de las pistas de esquí, la avioneta estuvo sobrevolando la estación, realizando repetidas veces vuelo rasante –pasadas- sobre los paradores y pistas. Se dio la circunstancia  de que entre los numerosos esquiadores que se encontraban en la zona, estaban los hijos del señor Spínola. Su padre los saludada desde la avioneta y ellos le correspondían, pues sabían de quién se trataba.
Entre las 13:45 y 14:00 horas, a la salida de una pasada, la AISSA se metió en un banco de niebla muy próximo al terreno, seguramente el piloto no se dio cuenta o no lo pudo evitar; acto seguido se escuchó un fuerte golpe. La avioneta se había estrellado frontal y violentamente contra los Peñones de San Francisco. A escasos 600 metros del Albergue Universitario y a 2.500 metros de altura.


Otro ejemplar recién salido de la fábrica aún sin matrícula

Sus dos tripulantes murieron en el acto. El señor Spínola contaba con 675 horas de vuelo (212 de las cuales en el modelo de avioneta accidentada). Se da la circunstancia  de que años antes de este accidente mortal, el 7 de abril de 1959, tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Salobreña cuando pilotaba la avioneta Bücker  BU-131.
Aparte de su gran afición a la aviación, el señor Spínola  fue un conocido montañero y esquiador, pionero de Sierra Nevada y socio fundador de la Sociedad Sierra Nevada.
Grupos de montañeros en colaboración con la Guardia Civil y soldados del Servicio de Enlace Radiofónico se dirigieron inmediatamente al lugar del accidente, donde realizaron los trabajos de rescate de las víctimas.


La causa del accidente,  y según el informe de investigación del  mismo (Archivo General e Histórico del Ejército del Aire. Exp. 1102/23), firmado por el coronel Fernando Querol Müller, de la Base Aérea de Granada, quedaron bien claras:
“Es parecer del Jefe que suscribe, que el accidente se produjo como consecuencia de la infracción, por parte del piloto, del Reglamento de Disciplina de Vuelo, al efectuar repetidas pasadas en vuelo rasante en el lugar de la Sierra que sobrevolaba , metiéndose en niebla cuando ejecutaba una de ellas que le produjo la falta de visibilidad que le impidió ver los Peñones de San Francisco, contra los que se estrelló”.

Los restos de la avioneta son recogidos por montañeros
La avioneta
Fue construida por AISSA (Aeronáutica Industrial, S.A.) en sus talleres de Carabanchel (Madrid). Su número de fábrica era el 154.
Causó alta en el ejército del Aire el 7 de Junio de 1957 y recibió la matrícula  L.8C-69
Aunque  en el, momento del accidente había sido cedida  por EdA al RACE –en total se le cedieron110 avionetas de este modelo-, aún no había recibido ninguna matrícula civil.
Había realizado un total de 1.250 horas y 35 minutos de vuelo, y desde la última revisión (IRAN) 47:20 h. El motor tenía, en total, 73:53 h. de funcionamiento.

Comunicado oficial a  la Subsecretaría de Aviación Civil

Con anterioridad, el 3 de Octubre de 1958 había sufrido otro accidente, aunque esta vez con más suerte. Por entonces estaba destinada en Torrejón de Ardoz. Tuvo que realizar una toma de emergencia en el lecho de río Andarax, en terrenos de Gádor (Almería), con mala meteorología  y ya aproximándose la noche, porque el piloto (sargento Víctor Manuel Álvarez Gálvez) se despistó y se perdió. Estaba haciendo prácticas de navegación en viaje de Torrejón a Albacete y Sevilla y regreso. Llevaba como pasajero al sargento armero Miguel Simón García. Los tripulantes resultaron ilesos y los daños del avión fueron mínimos.

  
Granada y Huétor de Santillán dedican sendas calles a su memoria

Especificaciones técnicas
Tipo: Entrenamiento y enlace.
Planta motriz: Un motor Continental C-90
Velocidad máxima: 188 k/h
Autonomía: 650 k.
Envergadura: 9,34 m.
Longitud: 6,47 m.


Los Peñones de San Francisco 

El lugar del accidente
Como se ha mencionado, la L.8C-69 se estrelló a escasos metros del Albergue Universitario, contra las rocas de los Peñones de San Francisco próximos al collado que separa aquel albergue y el actual Albergue Militar, y en la vertiente que da cara a la Hoya de la Mora. Por tan solo 3 metros de altura, la avioneta habría salvado las rocas. Las coordenadas  del lugar son: N 37º 06´ 04´´, W 3º 22´53´´.
Los restos de aparato fueron recuperados manualmente, y en la actualidad, de existir algún vestigio del mismo, su identificación se hace francamente difícil, debido a la gran cantidad de desechos que, lamentablemente, se encuentran en esta zona.



NITO

miércoles, 14 de enero de 2015

LA POSADA DE LAS IMÁGENES



La Posada de las Imágenes, adosada al antiguo Hotel Victoria

"Cambia la ciudad sin que los ciudadanos nos demos cabal cuenta de ello".

Lo decía Marino Antequera en IDEAL allá por el año 1955 refiriéndose al decreto del Ayuntamiento de la demolición, por ruinoso, del viejo edificio que acogía la posada de las Tablas, el único inmueble antiguo que quedaba en la Trinidad. Precisamente el año que nació el cronista, 1897, el solar que había ocupado el antiguo convento de Trinitarios Descalzos fue declarado de utilidad pública y sobre él se construyó la plaza. Esa zona había cambiado mucho en poco tiempo. La calle Tablas, que empezaba al final de Mesones y terminaba en las afueras, donde el Palacio del Conde de Luque, era una vía muy transitada. La mayoría de las casas de la calle eran antiguas viviendas solariegas "...con escudo heráldico en la fachada, portal empedrado, portón de clavos dorados, amplios patios y pilar con dos caños de agua corriente y hornacina con imagen", según la describe Eduardo Hernández Gómez en el artículo "De la Granada que fue", publicado en IDEAL el 14 de abril de 1948.

                   
Posada del Sol

Viajeros del siglo XIX
Precisamente, de posadas y hornacinas, quisiéramos tratar hoy. Construidas en puntos estratégicos de la ciudad, atendían al tráfico de viajeros y primeros turistas, "con la obligada baraúnda de recuas, arrieros, carreteros y trajinantes de toda laya", como la definía don Marino.
Miguel Lafuente y Alcántara, en su "Libro del Viajero en Granada", una completa "Guía del Trotamundos" para el turista de 1843, describe muy bien cómo eran los tipos de hospedaje que podía elegir el visitante del siglo XIX en la capital.

El enclave de la Posada de las Imágenes

Lafuente aconsejaba a todo viajero con recursos alojarse en fondas, que eran muy cómodas y solían estar bien atendidas. Para él, la mejor era la fonda Minerva, parada de la compañía de Diligencias generales, que estaba en la placeta de los Lobos.
La Antigua en la plaza de Bailén, parador de Diligencias peninsulares, también era de buena calidad, seguida por la del Campillo.
Otras fondas conocidas eran las del Suizo, en la esquina de la calle Milagro, la de San Francisco, en la Alhambra, o la de San Fernando, en la plaza del Matadero Viejo.

El viajero que contaba con menos recursos solía acomodarse en casas de huéspedes, que acogían a estudiantes, militares o a familias de los pueblos de alrededor que venían a pasar las fiestas del Corpus o Semana Santa a la capital.

Antaño

Las típicas posadas
Si definitivamente estaba en las últimas, entonces, y solo entonces, la posada era una buena opción. Lafuente escribe que entre su clientela se encontraban "carromateros, arrieros, soldados, personas desacomodadas, aunque laboriosas y útiles", capaces de tolerar el calor sofocante del verano y el frío glacial en el invierno: "Insectos, desapacible ruido y disonantes palabras en todas las estaciones". Y advierte: "Es triste, pero necesario decirlo: por muchas y muy gratas ilusiones que el forastero conciba al visitar la ciudad, sus maravillosos monumentos y recorrer sus magníficos paseos, su permanencia en una posada contribuirá mucho a rebajar su entusiasmo".

 Hogaño  

En Granada había 35 posadas a finales del siglo XIX. Las mejores eran las de San Rafael, en la calle Matadero; la del Sol y la de Espada, en la placeta de la Alhóndiga; la de las Imágenes, popular por las hornacinas que decoraban su fachada, que estaba en Puerta Real; la de Patazas, demolida en la ampliación de la calle Recogidas; la del Pilar del Toro, en la calle Elvira; la del Triunfo, junto a la plaza de toros; la de las Angustias y la de la Estrella, en la calle Mesones.
Antequera recuerda que, si bien podían ser sitios no recomendables para dormir cómodamente, en ninguna pensión se comía tan bien y tan barato. "El almuerzo de ocho reales constaba de una sopa, un plato de huevos con jamón, un guisado, una menestra, una ensalada, dos postres una copa de aguardiente y pan y vino a discreción". En la posada de las Tablas no se servían almuerzos, pero sus clientes solían acudir a una casa de comidas que había en la calle Alhóndiga, conocida por sus raciones de choto al ajillo a dos reales.
Viejas estampas de una ciudad han desaparecido poco a poco.



Barrios Rozúa, en su "Guía de la Granada desaparecida", nos habla de esta singular posada:
"La casa de las Imágenes fue edificada en el siglo XVII en el punto de encuentro de la calle recogidas con el Darro. La ampliación del puente de la Paja en 1701, embrión del embovedado del río, causó algunos perjuicios  a la casa de las Imágenes, cuyo propietario se embarcó en un pleito. Sin embargo, a la larga, le beneficiaría, porque contribuyó a realzar la importancia del lugar. La creciente demanda de alojamiento en la zona impuso la reconversión de lo que hasta ese momento había sido una pastelería en posada. A partir de entonces sería residencia habitual de comediantes del Coliseo.

La Posada de las Imágenes, un sencillo ejemplo de arquitectura granadina, tenía tres cuerpos de alzada. En la planta baja  se abrían varias puertas de ancho vano sobre las que se ubicaban los espaciosos balcones del piso principal. En el tercer cuerpo los muros estaban rehundidos levemente y hacían sobresalir las pilastras. Las habitaciones se distribuían en torno a un patio.

Durante la primera mitad del siglo XIX la posada de las imágenes fue albergue de numerosos viajeros románticos que en algunos de sus relatos la citan. Los comentarios de los viajeros sobre la hostelería granadina son en general negativos por la poca calidad de sus servicios, y esta posada no es la excepción.
La construcción a su lado del moderno hotel Victoria marca la decadencia definitiva de la histórica posada. Pero lo que determinará su destrucción será el deseo municipal de ampliar aquel espacio urbano, ya que la posada provoca  un estrechamiento en la conexión  de la calle Recogidas  con la moderna calle Reyes Católicos. El Ayuntamiento entabla negociaciones  con el propietario en 1896 y el edificio es demolido poco después tras  la correspondiente indemnización. La parte de su solar que no se utilice para ensanchar la calle servirá para ampliar el hotel Victoria y dotarlo de la bella torre con cúpula que hoy tiene".


Hospedajes poco recomendables, sus paredes ocultaban historias de la picaresca local...

Otro testimonio imprescindible sobre el inmueble, nos lo presenta el cronista de la ciudad Juan Bustos en su "Laberinto de  Imágenes":  
"La posada de las Imágenes, -que podemos ver en la viejísima fotografía de Torres Molina, con el edificio frontero a la misma ocupado por el primitivo “Gran Hotel Victoria”-, fue durante mucho tiempo, en la Puerta Real, antes de la remodelación urbanística de este lugar, uno de los hospedajes más frecuentados de la ciudad. Miguel Lafuente Alcántara, en su “Libro del Viajero en Granada”, editado 1850, la menciona entre las mejores de su época. El autor no se andaba con rodeos y decía: “Aunque conocemos las incomodidades y lamentable atraso  de nuestras posadas, no podemos prescindir de recomendarlas a las personas de escasos medios; en ellas se observa una fidelidad a toda prueba, y se ofrece una económica, franca, aunque no muy elegante hospitalidad”. O sea, que nadie debía llamarse a engaño y pedir lo imposible.
Posada del Pilar del Toro

En la Granada de este cliché no había buenas posadas. Apenas media docena. Las restantes eran viejos caserones desprovistos de cualquier asomo de  de comodidad  en sus habitaciones. En bastantes de estas posadas no se daba comida alguna a los huéspedes; el local más bien servía para guardar carros y caballerías, a las que se les daba el pienso correspondiente. El cliente tenía que contentarse con las viandas propias que traían en sus alforjas, cuando no se iban a comer a cualquier bodegón de las cercanías.
En todos los patios de las posadas, aprovechando el arco de entrada al mismo, o el  medio punto de la puerta que conducía a las escaleras, había una imagen o varias, bien en su hornacina, bien en una tabla sustentada por unas palomillas clavadas a la pared. Las mujeres rezaban ante ellas en casos graves y, en todo momento, al pasar por delante, se santiguaban o se persignaban devotamente.
La “Posada de las Imágenes”, asentada en el edificio de tan fuerte sabor provinciano, sin duda fue hasta su final, digna heredera de aquellas posadas que cantaron Tirso, Calderón, Cervantes o Bretón de los Herreros. “Aquellas posadas donde se encerraban desde el más bueno al más malo, donde el más noble al más villano; donde el de arriba ocultaba su prosapia  para mejor cumplir su deseo, y donde el de abajo se crecía para dar más valimiento a su persona; donde el más sabio y el más necio compartían habitación.

Posada del Potro

NITO




BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA.-

Amanda Martínez
Juan Manuel Barrios Rozúa
Juan Bustos Rodríguez