viernes, 30 de mayo de 2014

LA POESÍA Y LA MÚSICA EN GRANADA




La poesía y la música en la Granada de ayer (1.940 / 1.960)

Sonaban las campanas en las iglesias repartidas por la ciudad. Era la hora de los maitines (llamada al rezo antes del amanecer). Volvian a sonar, eran las ocho, primera misa de la mañana.
“¡Aquí, Radio Granada! Noticias”. Eran los primeros sonidos del día de aquella Granada que se despertaba lentamente. Luego, el trasiego del día a día. El ir y venir de los carros que entraban en la ciudad por la Avd. Calvo Sotelo, recorriendo parte de San Juan de Dios, Santísimo y Santa Paula para llegar al mercado de San Agustín (casi todas las calles tenían -siguen teniendo- nombre de santo o santa).


Este hecho siempre me llamó la atención. Quizás las mercancías eran protegidas de malhechores, así, pasando por estas calles, pues la verdad es que no había demasiado que llevar al hogar. Comenzamos a ver, por otra parte, cada vez más coches que con su mala combustión casi te ahogaban.


Los domingos era otra cosa, el silencio duraba, al menos, hasta las nueve. Todo el mundo se aseaba y se bañaba como podía. Había que prepararse para la misa dominical, temida por muchos, por los insufribles sermones y deseada por otros, aunque ambos tenían, creo yo, la misma intención, después del “podemos ir en paz”: Todo el mundo iba en busca del vermut. Eso sí, con gran parsimonia, sin bullas. Alguno que otro más desahogado económicamente aprovechaba para pararse en mitad de la calle donde requería al limpiabotas.


La Granada intelectual pisaba otros lugares y se despertaba más tarde (se había trasnochado en la tertulia, arreglando el país mientras se agotaba el liquido espirituoso poco a poco) El Centro Artístico era el santuario y la Cafetería Granada una de sus sucursales: Federico por aquí, Federico por allá. Era el poeta, el escritor y era “granaino”. Se podría decir que no importaba realmente el final que este alma de Dios había tenido, todo lo contrario, su fama fue en aumento día a día y esto para nuestra intelectualidad era el “no va más”.
Pero la vida seguía, la juventud (o sea, nosotros) continuábamos haciendo lo que se nos permitía a la vista y lo que no se nos permitía también pero sin que nos vieran. Teníamos a la “radio” de nuestro lado asistiendo al paso de Concha Piquer al Dúo Dinámico, sin apenas darnos cuenta. Nuestros padres asistieron entre atónitos y aterrados al ver la forma en que nos movíamos con los recién llegados bailes, el Twist, la Yenka, el Rock.


Sí, la vida seguía, en otros ambientes, en los barrios, en los pueblos, seguía habiendo verbenas. Allí estaba Paquito Rodríguez. En la capital Gelu o Miquel Ríos hacían estragos.
Eran otros tiempos, simplemente eso, otros tiempos. Hoy, en este encuentro, vamos a dar algunas pinceladas a ese cuadro que representó el paso de la niñez a la pubertad.


Ahora nos toca a nosotros pintar otro cuadro, el de los “mayores”; para mí es el de la edad activa porque no hay quien nos pare.

Casi todos los que en estos momentos nos encontramos esbozando ese cuadro, estamos sin saberlo, en la certeza de que éste puede ser si no el definitivo, sí el más interesante.



JUAN GÓMEZ

jueves, 15 de mayo de 2014

LA CASA DEL AMERICANO


A modo de sinopsis.-  El personaje y su obra: “El Americano”.

 Cuando en marzo de 1910 Juan Jiménez Guerrero compró varios solares para construir un nuevo edificio al comienzo de la calle, entregó un cheque por 120.000 pesetas.
Entonces nada hacía pensar en la construcción que hoy se levanta entre la avenida Constitución y la Gran Vía, sería una de los monumentos más emblemáticos de la ciudad.

Juan Giménez Guerrero, llamado popularmente ‘El Americano´ por ser uno de los inmigrantes enriquecidos que regresaron a España al terminar la Independencia, dio nombre al edificio que cuenta con tres casas independientes que ocupan toda la manzana.

De estilo cercano al modernismo barcelonés, acogió en su planta baja durante muchos años al café ‘El Americano´, muy frecuentado durante la primera mitad del siglo pasado.



Repasando los escritos del que fuera (para mi gusto) el mejor cronista moderno de la ciudad, Don Juan Bustos, me encuentro con la cónica que hace sobre este popular y bellísimo edificio.
“Este es  el magnífico  edificio de la Gran Vía, que siempre ha sido conocido popularmente como “casa del Americano”, por ser ese el apelativo que los granadinos de principios de siglo dieron al rico propietario de la finca. Se llamaba Juan Giménez Guerrero y -según contaba Manuel Martín Rodríguez en su estudio sobre la polémica calle- había adquirido, en marzo de 1910, por un importe de 120.000 pesetas, los solares necesarios para su construcción.


Son tres casas independientes las que componen este edificio, que ocupa una manzana completa como es sabido. Destacan en él, en su plano estrictamente arquitectónico, los fuertes ritmos contrapuestos de los huecos de balcones verticales, y las barandas con balaustradas horizontales. En la interesante fachada destacan también determinados elementos ornamentales modernistas, con formas vegetales, especialmente en los remates de la balaustrada que corona la casa. Interés especial ofrece, entre los muchos detalles afortunados del edificio, el cierre que ocupa dos plantas, con gran superficie, en el frente curvo de la finca, precisamente donde, en la planta baja, se distinguen los arcos rebajados de cantería. Una gran forma decorativa modernista en la coronación de la esquina. De singular atractivo la cuidada ornamentación con tallas diversas. Una relación visual irreprochable con las restantes construcciones del más próximo entorno completa este breve comentario de las cualidades y méritos de tan notable construcción.



Muy poco sabemos de aquel Juan Giménez Guerrero llamado popularmente el americano. Su compra de estos solares de la Gran Vía en 1910, doce años después de las pérdidas coloniales, hace pensar que pudo ser de los emigrantes enriquecidos que regresaron a España al consumarse la independencia de los últimos territorios del otro lado del Atlántico. Quizá alguno de sus descendientes pudiera aportamos más daros sobre su identidad. Lo cierto, a fin de cuentas, es que el edificio fue así llamado desde el primer momento.



En los bajos de la casa, hubo un café popularísimo, que se montó casi al mismo tiempo que el inmueble se inauguraba. El café se llamó también “el Americano”. Su propietario era un hombre muy conocido entonces: Enrique Carmona, que compartía su trabajo en el mostrador, con sus actividades come jefe de personal de la Plaza de Toros del Triunfo y como conserje de la tristemente célebre “Casa de los locos”, instalada entonces en el Hospital Real. Aquel primitivo café del “Americano”, estuvo siempre muy concurrido, tanto por la calidad de su café, a veinte céntimos en vaso grande, como por la simpatía y buen trato de su dueño, hombre servicial y amable de los que contribuyeron a la buena reputación de estos establecimientos en nuestra ciudad .



POST SCRIPTUM.-

Estaba buscando ángulo, cámara en mano, de la parte trasera del edificio (la que pasa más desapercibida, al no estar al paso cotidiano), cuando me topo con el amigo NINO.
Al  contarle lo que hago por aquí, y “en qué gasto mi tiempo libre”, me hace notar una curiosidad palpable en el edificio y que, desde su lugar de trabajo, viene observando desde hace un par de años: Un moderno ático en construcción, al parecer paralizado -¿interdictado…?-
¿Para qué querrán más habitaciones para la “casa de los cien balcones” (según nota aclaratoria que nos manda  María Belén…)



Vista trasera desde la Puerta Elvira


NITO