martes, 15 de julio de 2014

EL DUENDE DE DÍLAR



Hoy nos refrescamos con una serie de cuentecillos y leyendas populares granadinos. Muchos de ellos narrados por nuestros propios abuelos hasta la saciedad y que llenaban aquellos huecos de nuestro ocio en los largos inviernos.
La siguiente Leyenda está extraída del libro “Las leyendas de nuestros pueblos” de José Manuel Fernández. Tiene para mí el interés añadido de que en uno de esos molinos que narra el autor, vivió mi abuelo materno, capataz de las obras de la Central Eléctrica de Dílar que allí se construía, hasta que éstas finalizaron. Ningún molino, para entonces, estaba operativo. La misma “Fábrica de la luz” se encargó de “darles la puntilla”: El agua ya no era competitiva frente al watio.


El relato.

“El municipio de Dílar está situado dentro de lo que se conocía como pueblo del entorno de “La Campana de Granada” (hasta donde dicen que llegaba el sonido de la campanas de la Torre de la Vela de la Alhambra: ¡Aquello sí que era un mundo sin ruidos, sin contaminación acústica!).

Es un pueblo que puede presumir de una gran riqueza natural y de su abundante y pura agua venida directamente en las cumbres de Sierra Nevada. Las acequias y el rio que rodean los valles de Dílar dotan a esta comarca de una belleza singular. Antiguamente la ribera del río estaba poblada de molinos que aprovecharon el agua para moler el trigo, aceitunas, etc. Y es uno de estos molinos donde comienza esta leyenda que les voy a contar…
En el centro de Dílar se encuentra la calle más estrecha que existe en el municipio con apenas un metro de ancha y de nombre “La Paz”. No es de las más bonitas que posee Dílar, pero en cambio tiene ese encanto de lo mágico y desconocido.



La calle posee un sobrenombre que los dilareños conocen como “la calle del duende”. Cuenta la leyenda que una familia de molineros que habitaban en uno de los molinos del río Dílar sufría desde hacía tiempo, retrasos en la entrega del material y no por ser malos trabajadores, sí no porque las herramientas nunca estaban donde debían estar, esto hacía que se perdiera el tiempo buscando la palanca, el martillo, la criba o el cenacho. Nunca estaban donde se dejaba y esto traía de cabeza al molinero que le echaba la culpa a su mujer.

-¿Dónde has puesto  el martillo, Isabel? - ¡Lo dejé ayer encima de la piedra y ya no está…!
-¡Pedro, yo no lo he cogido! –Debe de estar donde los dejaras… Que iba hacer yo con el martillo… -¿lavar la ropa con él…?
Así un día tras otro el molinero no sabía por qué las cosas de lugar. El pobre desesperado habló con su señora muy preocupado porque su memoria estaba empezando a fallar y aún era joven.

La "Fábrica de la Luz", funcionando  desde 1923

Y la mujer muy nerviosa le contó que a ella también los útiles de la cocina desaparecían y los encontraba en otro lugar, así pues o a los dos les fallaba la memoria o tenía que haber otra explicación…
Un día en el mercado del pueblo la mujer del molinero estaba haciendo la compra cuando una de sus amigas al verla le dijo: -Isabel qué mala cara tienes, parece que no has dormido en días.
-Una semana llevo sin dormir. –Le contestó. -Todas las noches las paso en vela y por la mañana estoy que no me aguanto de pié.
-¿Y eso por qué? -Preguntó a la amiga.
Isabel cogió del brazo a su amiga y la atrajo a un callejón menos concurrido y hablándole en voz baja le comentó todo lo que le ocurría desde hacía algún tiempo a ella y a su marido dentro de la casa del molino.
-Juana, temo que nos tomen por locos la gente del pueblo.
Mujer, lo que me cuentas es un poco raro pero sí hay alguien que te puede ayudar es la curandera Antonia quien vive cerca de la Ermita de la Virgen de las Nieves, ella sabe de esas cosas raras. Si quieres yo te acompaño.
Y las dos mujeres se dirigieron a casa de Antonia y le expusieron el problema.
-Isabel, el problema que tienes en la casa viene dado por la atracción que posee el agua para todo lo misterioso y mágico, al estar tu casa y el molino a la orilla del río Dílar no es de extrañar que se haya colado algún duende dentro de la casa y él sea el responsable de todo el lío que os trae de cabeza a tu marido y a ti. Te advierto que son muy juguetones y bromistas los duendes del agua.
-¿Pero qué puedo hacer? –Cada día perdemos varias horas buscando lo que el duende nos esconde y mi marido está desesperado.
La única solución que yo veo a vuestro problema es que cambiéis de casa y dejéis la del molino cerrada con el duende dentro, de esta manera podréis comenzar de nuevo sin inquilinos que os molesten.
-Por intentarlo no perdemos nada, de todas maneras mi marido posee una casa en el pueblo heredado de su padre, así que esta noche lo hablaré con él.
La conversación fue corta ya que el molinero no creía en esas cosas de magia y espíritus así que recriminó a su mujer que ya era mayorcita para creer en duendes, pero la mujer no se dio por vencida y esa misma noche antes de acostarse en vertió un poco de harina por el suelo de la cocina dejando un manto blanco. A la mañana siguiente antes de que su marido se despertase corrió a ver el suelo de la cocina y… Efectivamente sus sospechas eran ciertas y un montón de pequeñas pisadas recorrían el cuarto de izquierda a derecha, de arriba abajo, estando todo desordenado y cambiado de sitio.
La molinera despertó a su marido y le enseñó la cocina explicándole lo que había preparado la noche anterior para comprobar lo que Antonia la curandera le había dicho.
Los ojos del molinero no podían dar crédito a lo que estaba viendo y sin decir palabra empezó a preparar la mudanza a la casa de su padre en el pueblo.



Los siguientes días fueron de infarto y gracias a que los vecinos que ayudaron a recoger y trasladar los enseres a su nueva casa. Todavía el molinero tenía que dar un último viaje al molino para terminar de recoger las últimas herramientas y cerrar a cal y canto las puertas de su viejo molino. Isabel mientras tanto estaba en plena faena colocando todas las piezas en la nueva cocina, aquí los cuchillos, allí las sartenes, en esa otra alacena los pucheros, y en la estantería de arriba los cazos…
-Humm, creo que se me olvidó el lebrillo de cerámica para fregar los platos.
– ¡”No te preocupes que ese te lo he traído yo”! -Escucho una vocecita detrás de ella y al girarse para ver quién era no pudo aguantar el grito que se le escapó de su garganta al contemplar a un hombrecito verde con las orejas de punta y risa picarona. Al parecer el “duende” había decidido también trasladarse a la nueva casa.

Desde entonces a esa calle del Dílar le llaman del Duende y si no me creen pregunten a los vecinos”.


Modernas turbinas suizas de 2000 CV para el río Dílar


NITO

martes, 1 de julio de 2014

LA CARRETERA MÁS ALTA Y LA MUERTE MÁS BAJA



Recordando al Ingeniero Santa Cruz
Hay en el Zaidín una callecita que lleva el nombre de Ingeniero Santa Cruz; su biografía ha sido mil veces referida, pero no está mal recordar algunos curiosos y dramáticos sucesos de su vida a punto de inaugurarse la nueva temporada de esquí en Sierra Nevada. Protocolo de actuación, cañones de innivación, balizadores y pisteros aplanando, remontes, seguridades, aparcamientos y botiquines. Muy pocos de los que componen ese multitudinario desfile anual a nuestra Sierra sabrán que fue el ingeniero Santa Cruz el que hizo posible que se pudiera llegar hasta el Veleta en coche, trazando la carretera más alta de Europa. Lamentablemente poco queda ya de ese primer trazado histórico pero el hecho ingenioso, atrevido y heroico nunca debiera ser olvidado.


Sus méritos
Hizo posible que se pudiera llegar hasta el Veleta en coche, trazando la carretera más alta de Europa. Lamentablemente poco queda de ese primer trazado histórico, pero el hecho no debiera olvidarse Juan José Santa Cruz, Marqués del V granadinos, sus envidias y sus celos. Casado con una gitana canastera y fusilado en el 36.


Crónica de Juan José Ruiz Molinero-
Hoy, cuando Sierra Nevada se ha convertido en uno de los puntos más atractivos del turismo en Granada y cuando se cumplen 78 años de su fusilamiento ante las tapias del cementerio tras un burdo juicio sumarísimo, creo imprescindible recurrir a la Memoria de una ciudad para recordar a los pioneros de este magno proyecto: al ingeniero Juan José Santa Cruz, que proyectó la carretera más alta de Europa y al que se le pagó con la muerte más baja al ser fusilado en agosto del 36 en la sublevación militar que escribió lo más negro de la Historia de Granada.
Todo el mundo sabe -o se le debería recordar para que, al menos, nos sirviera de vergonzosa lección- cómo se diezmó a la ciudad arrancándole a su gente más preclara o a infinidad de ciudadanos inocentes que todavía yacen en fosas desconocidas. Que en sólo unos días, con juicios sumarísimos o sin ellos, se asesinara a gente de la talla de Federico García Lorca, a gran parte de los miembros de la Universidad, incluyendo a su rector poco más tarde; del Ayuntamiento, con su alcalde Fernández Montesinos a la cabeza, o de la Diputación, con su presidente, Virgilio Castilla, en el 'lote' de Santa Cruz, y a ilustres personalidades de la vida política y cultural de una ciudad, amén de millares de inocentes ciudadanos, es demasiado bestial y terrible como para pasar la hoja o seguir mirando para otra parte.


Una de aquellas personas fusiladas en las tapias del cementerio, como nos recuerda José Fernández Castro, el más fiel y justo biógrafo de aquellas víctimas y de sus verdugos, era nuestro recordado de hoy, el ingeniero Juan José Santa Cruz, el autor de la carretera de la Sierra, el que ayudó al duque de San Pedro de Galatino en la construcción del tranvía que llevaba al Maitena, ejemplo de la Granada creadora de principios del siglo XX y que por desidia e indiferencia desapareció en 1974. Un ingeniero al que se le deben muchas de las obras públicas de Granada y que, junto al duque, promocionó rutas para el turismo de una ciudad de las que actualmente vive en buena medida. Es curiosa coincidencia que el cadáver del duque llegara a Granada, en donde quería reposar definitivamente, el 17 de julio de 1936 en el mismo tren que trajo a Federico García Lorca.
El 'padre' del turismo moderno granadino, con su hotel Alhambra Palace, la carretera y el tranvía a la Sierra, y el de tantos proyectos realizados con visión de futuro, no pudo ver, para suerte suya, aquella infernal tragedia que devoró, pocas semanas después, a su amigo y colaborador en tantos proyectos ilusionados, Juan José Santa Cruz.



El amor de un intelectual por Granada
Juan José Santa Cruz y Garcés de Marcilla nace en Madrid el 15 de septiembre de 1880, hijo de un ingeniero de caminos descendiente de una familia nobiliaria. El 27 de agosto de 1914 lo trasladan a Granada, de la que no volvió a salir. Declinó, incluso, el cargo de ministro de Obras Públicas, atado a una ciudad que le fascinó. Conoció a la bailaora gitana Antonia Heredia, su pareja sentimental, con la que tuvo una hija, Teresa. Con Antonia se casó en prisión momentos antes de su fusilamiento y tuvo tiempo de escribirle una carta de despedida a su amadísima hija, llena de serenidad.
Presidente de aquel Centro Artístico, Literario y Científico, que integraba lo mejor de la intelectualidad granadina; Diputado en las Cortes Constituyentes de la Segunda República, formando parte de la 'Agrupación de Intelectuales al Servicio de la República', fue nombrado en 1931 Jefe de Obras Públicas, concentrando su trabajo en trazar la carretera más alta de Europa haciendo realidad lo que ya había pedido desde comienzos de siglo el duque de San Pedro de Galatino.
La carretera, todavía falta de muchos detalles, sobre todo su enlace con la Alpujarra, inconcluso aún, se inauguró oficialmente el 15 de septiembre de 1935. Era el verdadero galardón del famoso ingeniero y los desvelos de aquel prócer que fue el duque.


La última mirada
Es espantoso para la memoria de una ciudad que lo último que viera Juan José Santa Cruz, desde las tapias traseras del cementerio, fuese la Sierra Nevada que él tanto amó y de la que hizo posible su acceso. Dice Ian Gibson, el primero que investigó la represión en Granada y el asesinato de Federico García Lorca, que al ilustre ingeniero se le acusó, en uno de los dramáticos esperpentos de aquellos días, de querer volar el embovedado, cosa que ni siquiera figura en el burdo juicio sumarísimo que se celebró, durante menos de una hora, la noche del 1 de agosto, junto con los otros acusados. Fernández Castro cuenta que el tribunal estaba integrado por las siguientes personas: "Presidente, Antonio Muñoz Jiménez, coronel de Infantería, junto a sus compañeros Miguel Fortea García, Lorenzo Tamayo Orellana y Julio González Cárdenas, así como el Teniente Coronel de Artillería Luis Medrano Padilla; siendo suplentes, Rafael Lacal Pérez, Coronel de Caballería y Rafael Calderón Durán, comandante. Vocal-Ponente, Francisco de Angulo Montes, juez habilitado, y "Fiscal", Enrique Iturriaga Aravaca, alférez de complemento, Letrado. Entre otros defensores, el de Santa Cruz fue Fernando López Negrera".



Muerte para todos los de este 'lote' -Virgilio Castilla, presidente de la Diputación; Juan José Santa Cruz; José Alcántara, sindicalista de CNT y Antonio Rus Romero, dirigente de UGT-, excepto el gobernador civil, César Torres Martínez, por eximente de obediencia debida, al que se condenaba a reclusión militar perpetua. Añade Fernández Castro que entre los vocales del 'sumarísimo', el teniente coronel de infantería, González Cárdenas, puso reparos en firmar la condena, pero se le amenazó con aplicarle a él la misma receta. A las seis de la mañana siguiente, día dos, tendrían que ser fusilados en las tapias del cementerio, como ocurrió con infinidad de granadinos.
Santa Cruz pidió casarse con la gitana con la que había pasado su vida en Granada -quizá otro elemento añadido de la venganza de la burguesía granadina- y escribió una carta serena de despedida a su amada y bella hija Teresa. Decía así:
"Querida hija, me voy sin verte. Necesito de todo mi valor y al ver que te perdía no podría tenerlo. Sé buena, no hagas daño; ten paciencia con tu madre y respétala. Trabaja en algo, pinta y canta en recuerdo mío. Odia todo lo que represente daño y sangre y acuérdate de quienes te dejan sin padre; no los odies, pero evítalos. Al entrar en la eternidad te besa con todo el cariño que te tuvo tu padre, para quien fuiste todo y que en su último momento se acordará de ti. (2 de agosto de 1936)".
Luego, casi al alba -la hora predilecta de aquellos criminales- uno de los camiones de la muerte le llevó hasta las tapias del cementerio. Quisieron taparle los ojos, pero él se opuso y el nudo de la venda se desató. Su última mirada fue para esa Sierra Nevada tan querida, cuya carretera -la más alta de Europa- abrió rutas al progreso de una ciudad donde se le pagaba de esta manera tan ignominiosa. Ya de mañana, Antonia llevó un ataúd y metió en él sus restos, que enterraron unos pocos amigos que se atrevieron a acercarse al lugar.
Después de aquel atropello, desvalijaron y confiscaron su casa en Santa Ana 2, torturaron y asesinaron a su chófer y mataron hasta a su perro. Su hija tuvo que irse a una casa deshabitada donde llorar a su padre.
Así terminó una historia de amor alto y de muerte baja, una historia más para esta Granada, la bella, convertida en la bestia cuando circunstancias excepcionales y cainitas la hacen rugir y teñirla de sangre y lágrimas. Unas historias dramáticas de las que se cumplen 75 años. Muchas de cuyas víctimas yacen ignoradas, sepultadas entre los trozos de una tierra que todavía no ha sido capaz de restaurar la memoria de tantos inocentes masacrados en un atroz genocidio. Todos eran Federico García Lorca, en sus variadas procedencias e importancia intelectual. Unidos por la muerte a manos de aquellos desalmados criminales de uniforme o de paisano.

Recordando nuestro raid en ciclomotor a las altas cumbres (1989)



NOTA OPORTUNÍSIMA .- Venido este video como piedra en ojo de boticario y remitido por el murguero Pepe Domínguez desde Málaga.
El video es complementario al tema que tratamos sobre "La Carretera más alta de Europa", con el valor añadido de los "Hombres Neveros", el Tranvía de la Sierra ó el oro del Darro, pero sobre todo por el testimonio inestimable de las declaraciones de Teresa, la hija de Don Juan José de Santa Cruz, ya fallecida en 2006.





NITO