domingo, 29 de julio de 2012

MI VELACHERO DEL SIGLO XIX



"Si ambas luces de un vapor,
por la proa has avistado,
debes caer a estribor,
dejando ver tu encarnado".


Todos los niños, cuando fantasean con aventuras marinas, sueñan con un galeón o barco fantástico que llene sus juegos. Con el paso del tiempo, y ayudados por las lecturas de Salgari, Stevenson o de Julio Verne, estos sueños mudaban a rápidas fragatas o maniobrables goletas.

En mi caso particular alguién se saltó este aserto. Si hay un barco velero que marcara mi niñez diría –sin lugar a dudas- que fue el velachero. Pero no un velachero cualquiera: ¡Había de ser un Velachero del S. XIX…!
Y todo por mor de mi padre, gran fabulador y aventurero mental, que llenó mi mundo infantil con tales enredos.
Un día me obsequió con un tosco "velachero" (¡?!), hecho por él durante aquellos aburridos e interminables servicios de guardia en la Base de Hidros de Atalayón (Nador), tallado en un bloque de corcho proveniente de un viejo salvavidas, provisto de un solo mástil con una vela de un trozo de camisa vieja sobre la que escribió con boli rojo el enigmático nombre de “Jafamet”. Por supuesto que el engendro parecía más un pecio de náufrago que  a un verdadero velachero, del que ni mi padre ni yo, teníamos idea. Con el tiempo, y en sucesivos modelos mejorados, su aspecto se asemejaba más a una tartana levantina. 

Ese mismo día fuimos a botarlo a La Mar Chica de Melilla. No se portó bien en la primera prueba de mar: Lanzado desde el pequeño malecón, se atravesaba al viento y volcaba con facilidad. Poco a poco lo fuimos mejorando hasta conseguir que no volcara, para lo que fue preciso dotarlo de una antiestética quilla lastrada con plomo. Luego vino lo del timón “automático” de viento o artimón y mi berrinche y lloriquera, pues “aquello” se parecía más a una mariposa que a un velero, hasta que comprendí que con aquella veleta, mi Jafamet mantenía el rumbo prefijado y tan veloz, que ganaba la orilla opuesta antes que yo llegara corriendo a ella. ¿Se imaginan a un niño de cuatro o cinco años manejando tales términos y técnicas marineras…?


Luego vendrían otros velacheros más perfeccionados estéticamente y más navegables, pero siempre bajo la atenta dirección de mi padre.
Durante las “necesarias horas de taller” para mejorarlo y arreglar averías, después de hechos los deberes y mientras venía la cena, mi padre nos relataba las aventuras de “Jafamet”, temible joven pirata berberisco, con su rápido “velachero”. Mi progenitor tuvo que poner a prueba su paciencia ante el chaparrón de preguntas que le caían todos los días. Pero para que se sepa: “Jafamet” era un pirarta bueno, que ayudaba a los necesitados y no como aquel otro “perro yaur” de Abul-Seif de mis pesadillas.

Acuarela de la Tartana levantina "Rafael Verdera"

Cuando me emancipé de “su astillero”, (ya en aguas del Mar Menor), me construí uno con una penca de palmera, material formidable que se dejaba modelar casi con las manos y con una flotabilidad total en el que, por primera vez, utilicé para las velas el plástico: Ya no importaban los rociones del agua…
Dibujo del Velachero "Cap de Pera" matricula de Palma

Derivado del vinco genovés, el velachero era uno de los más espectaculares entre todos los navíos tradicionales que navegaban a vela por el Mediterráneo. La elevada popa y la curvatura de su casco eran similares al jabeque argelino, en tanto que el velamen y los aparejos resultaba una evidente combinación de los tipos mediterráneos y del norte de Europa. El mástil de proa cargaba tres velas cuadras con sus vergas, así como un foque, un petifoque y un trinquete unidos a un largo bauprés. El mástil de la mayor y el de mesana aparejaban las tradicionales velas latinas del Mediterráneo. Muy veloz, fácil de manejar, y con una respetable capacidad de carga, lo hacían imbatible al competir en el precio de los fletes con otros navíos.
Plano del Velachero de la casa Constructo

En el Mediterráneo hubo una gran variedad de veleros, siendo muy difícil sintetizarlos, sobre todo si se tiene en cuenta las variedades de tipos en la zona oriental. Sin embargo en líneas generales, puede decirse que los veleros medievales fueron sustituidos primeramente por los jabeques. Luego aparecieron los pingues, bombardas y polacras, que perduraron hasta el S. XIX. El jabeque en particular, con sus dos o tres palos y velas latinas, fue un descendiente directo de la galera y alcanzó gran difusión en el mediterráneo central y occidental. Con su elevada velocidad y facilidad de maniobra, no sólo servía como nave de carga sino también de guerra, y de hecho era el tipo usado por los corsarios y piratas berberiscos en sus correrías por las costas cristianas.
Otro tipo de nave mediterránea era el pingue, y, por antonomasia, el pingue genovés. Este velero tenía una popa muy elevada, aparejo muy particular: Trinquete con tres o cuatro velas cuadras, mientras que en los palos mayor y mesana largaba velas latinas.
A finales del XVII aparecieron el falucho, con dos palos y aparejo latino, y la tartana, con un solo palo dispuesto en candela. Una variante de todos estos tipos fue el laúd, que todavía subsiste en algunos lugares. Todos estos tipos citados formaron la marina de cabotaje del Mediterráneo, y en general eran naves muy ligeras y veloces, muchas de las cuales fueron armadas en corso contra los ingleses durante las guerras napoleónicas.
Pues bien, imaginemos un pingue genovés, pero algo más pequeño y evolucionado en las modernas técnicas veleras del siglo XIX y estaremos ante mi velachero: El velachero de mis sueños y el que reproduje a escala, en cuanto pude hacerme de unos modestos planos.
NITO

jueves, 19 de julio de 2012

A JEAN NOËL IN MEMORIAM




“ET IN ARCADIA EGO”
Vendôme (Francia), 17 de Julio de 2012
Hoy, 17 de Julio, muy temprano, te fuiste para siempre, mi querido Jean Noël, despacio, en silencio, discretamente, como discreta había sido siempre tu vida y tus actos.
Ahora nos corresponde a nosotros, tus amigos, tratar de llenar el inmenso hueco que dejas en nuestras almas.
Y lo llenaremos con el recuerdo del hombre más bueno, gentil y generoso que jamás he conocido. Anfitrión espléndido. Enamorado de Granada, a la que acudías siempre que podías.
Pero yo me quedaré, con tu imagen paseando por el Albaicín granadino, detectando olores sabores y enfoques. Sobre todo, con tu mirada incrédula de niño grande ante lo que se te mostraba, paladeando los placeres sencillos de la vida, sibarita, viajero sin fronteras... Descansa en paz murguero excelso, descansa en paz amigo del alma.

“ Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y tu infortunio
y siento más tu muerte que mi vida…”
(Miguel Hernández –1936-



NITO
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sábado, 14 de julio de 2012

LA TORRE DE PLAYA GALERA



Google Earth lo ve así
Este verano visitamos y estudiamos este simbólico fortín, que se sumará a la serie de los ya aquí tratados: “Vigías de la costa”, de 17 Nov. de 2009 y “Castillo de la Herradura” de 19 de Junio de 2011, todos pertenecientes a la línea costera de defensa granadina y que tenemos (puesto que de guerrear hablamos), casi a tiro de piedra.

Del modelo propuesto hoy, existen en nuestra costa dos ejemplares casi idénticos, y en la costa almeriense y malagueña, otros tantos.

La torre de defensa de Galera, también conocida como Torre del Conde de Guadiana, se encuentra en el término de Almuñécar, en la provincia de Granada, en la zona llamada Taramay, en la punta de Jesús, al lado de la playa del Tesorillo. Su enlace a poniente, en el sistema defensivo, ahora es la Torre de Velilla, debido a la desaparición de la Torre del Granizo, y a levante con la Torre de los Diablos. Se accede a ella en el punto kilométrico 333 de la nacional 340.



Historia

No se sabe el año de construcción pero se adivina que fue a partir de 1764. Su función era la de defender con fuego rasante el puerto y las calas adyacentes de levante y la playa de poniente hasta la punta de Velilla. Llegó a tener dos cañones que se llevaron los ingleses, aliados de España en la guerra contra los franceses. Su guarnición era de 1 cabo de torres y tres torreros. Nunca llegó a tener artilleros, además de los torreros. Por último desde 1839 fue ocupada por los carabineros para sus misiones.



Descripción:

Es una torre de planta clásica de herradura o pezuña de las que en nuestro litoral tenemos algunos ejemplares. La parte delantera es semicircular. Las alas se prolongan hacia atrás uniéndose por medio de una cortina. Es un modelo de torre que se repitió en muchos sitios a partir de 1764, tanto en sus dimensiones como en su estructura. Presenta dos pisos y una plataforma con parapeto. El acceso a la torre se realizaba por medio de una escala de cuerda, a través de una puerta ventana que está a seis metros de altura, situada en la parte derecha de la zona trasera. La entrada está protegida por dos aspilleros. De aquí se bajaba a la sala principal por una escalera. La sala inferior era más pequeña y no tenia ventanas al exterior, la iluminación le venía del hueco de la bóveda.

Grabado del S. XVI, con Castell y Sierra de Lújar al fondo

Materiales:

Está hecha de mampostería de piedra caliza y mortero de cal. El ladrillo aparece en las esquinas y en las jambas de las ventanas.

Toda la construcción es en talud, con un parapeto marcado por una cornisa de ladrillo.

Durante el S. XX se le abrieron huecos para convertirla en vivienda, ya que se trata de una propiedad privada.


El informe Bucarelli, de 1762 aconsejaba su construcción: “De Almuñécar al castillo de Salobreña es todo terreno quebrado, de difícil acceso, sería conveniente no obstante construir una torre en la ensenada de de la Galera capaz de dos cañones de a veinticuatro, porque tiene fondo y abrigo de levante y poniente, donde se acogen muchas embarcaciones, y donde han sido no pocas veces sorprendidas”.

Por tratarse de una fortificación militar moderna notamos que sigue los tres principios básicos de Vitrubio: “Firmitas, utilitas y venustas”, es decir, sólido, útil y bello…



NITO

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sábado, 7 de julio de 2012

LOS AVIONES DE SIERRA NEVADA

La Aisa
Leyendo el libro de de Michel Lozares Sánchez, “Los aviones de Sierra Nevada”, he descubierto el lado más oculto de Sierra Nevada:
En Sierra Nevada, la Yabal Sulary (Monte del Sol) como la denominaban los árabes, los restos de una docena de aeronaves militares y civiles se encuentran entremezclados con las rocas metamórficas que forman esta cadena montañosa, que se precia de tener entre sus cimas el relieve más alto de la Península Ibérica, el Pico Mulhacén, con 3.478 metros. Aviones deportivos y de entrenamiento, aviones de pasajeros y carga, helicópteros e incluso un bombardero, “aterrizaron” por última vez aquí, a 3.000 metros de altura. En algunos casos fueron accidentes realmente trágicos, con una elevada pérdida de vidas humanas; en otros, estos pueden tratarse, sencillamente, como de milagro.

 La Bücker Bu-131

Un rosario de aerodinos ligados a una topografía difícil y ya mítica:
La Bücker del Collado de las Sabinas; El Sparviero del Tocón de Quéntar; La Miles de Cáñar; La “Monda” de la Dehesa de los Llanos; El Skimaster del Picón de Jérez; El DC-6 de La Alcazaba; El Globemester II del Mulhacén; La Aisa de Los Peñones de San Francisco; La Aisa de Cumbres Verdes; La Bonanza de Peñamadura; El Ecureuil del Veleta; El Bell de Lenteira…
Quizás, en otro momento, me atreveré a relatar alguno de estos accidentes. Serán los más cercanos a mis propias vivencias y los que más huella me dejaron.
Se han investigado las causas de los mismos, la historia del vuelo previo al momento del accidente y los historiales de las aeronaves, se han visitado los lugares donde cayeron y se han buscado sus vestigios. Todo ello documentado hasta la saciedad.

El Savoia "Sparviero"
Estos accidentes de aviación dejaron un recuerdo grabado a fuego en la memoria de los lugareños que participaron en las tareas de rescate de las víctimas y supervivientes; hayan pasado 20, 30 ó 50 años.
Durante las décadas en las cuales tuvieron lugar los accidentes más relevantes, años 50 y 60 del siglo pasado, las labores de búsqueda y recate se realizaban a pulso, con coraje, a veces poniendo en peligro la vida misma de los que participaban en ellas y, en algunos casos, con un soporte de medios que hoy día sería sencillamente irrisorio.
Este libro no es, pues, un libro de Aviación: Es un libro de infortunios (muchas veces por imprudencias), que ligan íntimamente a los aviones con Sierra Nevada. ¡Nuestros dos amores más íntimos, qué le vamos a hacer…!
Bonanzas

NITO