jueves, 29 de diciembre de 2011

LA SÉPTIMA ÉPOCA MURGUERA

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EMPANADA DE SALMÓN.-
Cavilaba cómo celebrar el séptimo año del nacimiento de esta Murga, cuando aburrido y sin muchas ideas me metí entre fogones. Allí encontré la solución: Incordiando lo que pude me facilitaron el material y me hicieron acomodo. Con consejos y avisos se remató la faena. La decoración, improvisada en el último momento, quedó escasa y pobre: En ella, lector de buena voluntad, se intuye una M (por lo de Murga) y debajo de ella se insinúa un chamuscado siete.

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PROCESO.-
Temiendo que en mi retorcido poema no se atine fácilmente con el proceso, paso a explicar éste paso a paso:
Extiendo una lámina muy fina de hojaldre, la pincho varias veces con un tenedor para que no suba en exceso. La horneo ligeramente a 180º  unos 10, 15 minutos.
Una vez fuera, pongo sobre ella el salmón troceado, las gambas y  los huevos duros picados o en rodajas. Sólo resta cubrir con el queso rallado que más te guste y colocar encima la otra tapa de hojaldre a la que decorarás y pintarás con el huevo batido. Meter en el horno hasta dorar.

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INGREDIENTES.-
- Paquete de hojaldre.
- 2 Filetes de salmón fresco.
- 150 gr. de gambas peladas.
- 5 Huevos duros.
- 1 paquete de queso rallado.
- 1 huevo batido para pintar.

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EL POEMA.-
Queriendo menda celebrar con esmero,
(y con cierto punto de sibaritismo refinado),
la Séptima Etapa de este blog murguero,
una empanada de salmón de rico hojaldre
con diligencia atrevime solito a cocinar...
Primero yo horneo, con mucha vista,
una lámina de delicado y fino hojaldre,
picada con tenedor o punzón fiero.
El salmón troceado y gambas coloco presto
al que cubrimos con rodajas de huevo.
Sólo queda espolvorear el cremoso queso
y tapar, abrochando, con la otra lámina.
Con donaire pinto ésta de batido huevo;
decoro y remato horneando la faena.

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NITO
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sábado, 24 de diciembre de 2011

ESTAMOS EN NAVIDAD

Queridos amigos: En este día tan especial y puñetero,
La Murga quisiera estar en todas y cada una de vuestras casas,
como quisiera estar en todos y cada uno de vuestros corazones
y daros un fuerte y sentido apretón que demostrara el calor
y la ilusión que por aquí gastamos, a la par que brindaría con  lo
que tengáis descorchado y  más a mano, por esa ilusión
que me suponéis todos vosotros en  esta tarea de entreteneros.
¡Por todos vosotros, componentes de La Murga!

NITO

viernes, 16 de diciembre de 2011

IDEAS PARA UN ENIGMA MURGUERO

 

Dime, murguero: -¿Por qué demonios Eratóstenes, un señor que ya fumaba en pipa  276  años antes de Cristo, director –entre otras muchas cosas- de la Biblioteca de Alejandría, pudo ver y escribir sobre la Cruz del Sur (sin salir de su jardín), y yo que vivo en una Latitud semejante a la del sabio, no puedo verla?



Sabemos que muchos pueblos antiguos mediterráneos y de oriente próximo, vieron, disfrutaron y divulgaron la existencia de la Cruz del Sur, como así consta en los tratados de astronomía que se conservan. Así, en el Siglo XI d. Cristo, el astrólogo árabe Al-Biruni descubrió que desde 30º latitud norte en la India se podía ver una configuración estelar del sur, conocida como Sula: “La viga de la Crucifixión”.

Constelaciones Lupus, Centauro y, a sus pies, Crux.

El erudito victoriano R. H. Allen sugiere  este otro dato para darnos la clave e  interpretar una referencia contenida en la Divina Comedia de Dante (principios del siglo XIV). Dante, que ya sospecha la “nueva” ubicación de La Cruz del Sur, cuando entra en el Purgatorio por la entrada que se abre al hemisferio sur,  declara que:

“… dispuesto a espiar
este extraño polo, recuerdo cuatro estrellas
 las mismas que vieron los primeros hombres, (*)
y que desde entonces ningún hombre vivo a vuelto a ver.”
(Purgatorio, Canto 1:22-4).



Que esta constelación, por tanto, se fue borrando en el cielo y los hombres terminaron por olvidarla hasta el punto de no aparecer en los nuevos tratados de Astronomía.
Que Cristóbal Colón no la pudo ver en sus cuatro viajes (ni falta que le hizo). Que navegantes portugueses, como Magallanes la redescubrieron en el S. XV en el Hemisferio Sur y que si hoy quieres verla, no te cabe otra que hacer lo mismo que el murguero Antonio Pérez.


Y ahora viene el enigma, la pelea y la pregunta: ¿A qué demonios pudo deberse esto…? (**)



(*) Los primeros hombres son los primeros cristianos, porque la Cruz del Sur era visible desde  Jerusalén en la época de Cristo.
(**) Lo del demonio era un decir de mi agüela, cuando no entendía los problemas de la Ciencia.

PISTAS AL ENIGMA

¡Oh Cruz del Sur, oh trébol de fósforo fragante!
Con cuatro besos hoy penetró tu hermosura
y atravesó la sombra fría y mi sombrero.
Dile al viejo Mediterráneo, pues a mí no me cree,
que será nuevamente bendecido, si paciente espera
26.000 años, con tu mágica luz sideral perdida.

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No valen como respuesta, ni mucho menos es solución,
 lo de volteretas, cataclismos, brincos o repullos
que la Tierra diera. Sí se aproxima algo, lo de bamboleos
 del torcido eje en el telúrico caminar del viejo Planeta.
Pero dímelo fino, por Dios, y con su nombre cabal:
Mira que, en estos ambientes, por tu elegancia te medirán.

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NITO

PISTAS.

viernes, 9 de diciembre de 2011

EL PROBLEMA DE LA LONGITUD





Deformaciones en el trazo de Cartas: Desconocimiento de la Longitud
Tal parece como si la responsabilidad de llevar a buen puerto el crucero “Música”, en el que va nuestro murguero Antonio, fuese solo mía: Hago más horas de puente de las reglamentarias todas las noches y vigilo su senda.
Además le sigo buscando cosas del mar que le distraigan y le hagan corta la travesía, como las curiosidades esas de La Cruz del Sur.
Y así, previendo que ya mismo la nave entra en la Latitud Cero, es decir, corta la línea ecuatorial, me acordé, y me dio por pensar, en aquel viejo y difícil problema del cálculo de La Longitud.



"La Murga" tenía ya su cronómetro: Le faltaba el barco
.
Parece increíble, pero hasta que el hombre no dispuso de un par de cronómetros mecánicos de resorte fiables a bordo, no se pudo hacer el cálculo exacto y al instante de la Longitud geográfica ni elaborar mapas o cartas náuticas con rigor.
Ya de por sí, el solo hecho de descubrir que el control del tiempo podía ser la solución al problema de la longitud geográfica, fue un gran logro del hombre. El caso es que La Bóveda Celeste, con sus estrellas, planetas y satélites, con sus movimientos sincrónicos, rapidísimos y regulares, estaba lleno de “relojes”. Piénsese en las cuatro “lunas galileas” de Júpiter, ejemplo de cronómetro de regularidad infinita y sin pilas.
El problema estaba, sin embargo, en que este y otros ejemplos, eran adecuados en tierra firme, con cielo despejado y todo el tiempo del mundo para realizar los pesados cálculos matemáticos, pero… ¡y en mitad de una borrasca, lloviendo a mares y con mar arbolada…! -¿Quién es el guapo que planta un pesado telescopio en una oscilante y peligrosa cubierta?


Las lunas de Júpiter: Cronómetros perfectos 

En busca de la Longitud
De las dos coordenadas geográficas necesarias para poder orientarse en alta mar, el cálculo de la longitud resultó ser una tarea ardua y complicada, cuya resolución no tuvo lugar hasta bien entrado el siglo XVIII con la invención de un reloj lo suficientemente preciso, que determinara tanto la hora del puerto de salida como la de cualquier punto en el planeta.
Y no es que antes del siglo XVIII se prescindiera de la longitud. En mapas antiguos se ven establecidos meridianos que dividen el planeta. El problema era establecer las coordenadas. Mientras que la latitud se puede establecer a base de observar el firmamento y conocer la hora solar, la longitud no se conseguía hallar con exactitud porque no existía ningún instrumento lo suficientemente preciso para conocer el transcurso del tiempo, que es el que determina la longitud hacia el este o hacia el oeste de un punto concreto. En el siglo XV y XVI, lo más usual era navegar estableciendo un punto de latitud determinado, como meridiano cero. Colón, por ejemplo, eligió las Islas Canarias, y “montándose” en ese paralelo referencial, a modo de rail, viajar hacia el oeste hasta encontrar tierra sin “apearse” de él.
Queremos decir con esto que el Almirante de la Mar Oceana (como todos los navegantes de su tiempo), siempre supo su altura –su latitud-, pero no sabía a qué distancia se encontraba de su puerto de salida (en realidad, cuánto había navegado, salvo valores aproximados que daba la experiencia).
Para hallar la longitud es necesario medir el tiempo a la vez, en dos puntos de la Tierra. Es necesario conocer la hora en el puerto base y la hora en el barco –situación en el mar-. Los dos tiempos reales permiten al navegante convertir la diferencia entre ambos en separación geográfica. Una hora equivale a 15º de rotación terrestre. Cada hora de diferencia entre el barco y el punto de partida supone un avance de 15º hacia el este o hacia el oeste. Para que esta medición sea verdaderamente efectiva es necesario que el reloj que mide el tiempo sea de una precisión altísima con apenas error, y esto no se consiguió hasta 1768, momento en el que se dio por válido el primer prototipo de cronómetro marino.

El cronómetro marino
Los relojes en los barcos no eran precisos en absoluto: Se atrasaban, se paraban, se averiaban; a consecuencia de las condiciones de humedad altísima en el mar que oxidaban los mecanismos, los movimientos del barco desajustaban los péndulos de los relojes, los golpes y caídas en cualquier movimiento brusco, los terribles cambios de presión atmosférica en función de las distintas latitudes y que incidían sobre los materiales del mecanismo interno del reloj… La búsqueda por inventar un artefacto que consiguiera solventar todos estos problemas se convirtió en la obsesión de un relojero inglés a comienzos del siglo XVIII, y esta tarea le ocupó toda su vida.
El desastre del 22 de octubre de 1707, cuando cuatro buques de guerra ingleses naufragaron junto a las costas de las Islas Sorlingas al sur de Inglaterra a consecuencia de un error de cálculo en la estima de la longitud, en el que murieron casi 2.000 hombres, supuso la espoleta definitiva para crear en 1714 El Consejo de Longitud, cuya misión era la de inspeccionar cualquier avance o invento que estuviese relacionado con el cálculo de las longitudes.
En el plano científico, desde Galileo a Newton, científicos y astrónomos seguían empeñados y defendieron que, con la observación previa de la luna y el control del tiempo que tardaba en moverse a lo largo de una noche, es decir, el método de las distancias lunares, se podía hallar la longitud en el mar.
El caso llegó a tales extremos que en varios países se habían ofrecido incentivos económicos para motivar a la gente en la búsqueda de un método eficaz que solucionara el problema. Tanto la Corona española como la francesa habían ofrecido premios para aquellos que consiguiesen resolver esta cuestión. En aquella época, la determinación de la longitud era tan importante como serían muchos años más tarde la bomba atómica o el genoma humano, y los países más importantes pretendían ser los primeros en resolver este asunto. Pero fue Inglaterra, isla y potencia marítima de creciente importancia, la que se llevó el gato al agua.
En 1714, el Gobierno Inglés ofreció, mediante un Decreto del Parlamento, 20.000 libras a quien pudiera determinar la longitud con un error de medio grado (que equivale a 2 minutos de tiempo). Hay que tener en cuenta que 4 segundos equivalen a 1 milla náutica: Llegar a buen puerto o irse contra las rocas. El método propuesto tenía que probarse en un barco en navegación.
El decreto establecía que “sobre el Océano, desde Gran Bretaña hasta cualquier puerto en las Indias Occidentales señalado por el Comité... sin perder la longitud por encima de los límites establecidos”. El método tenía que ser probado y ser útil en el Mar.
El Comité de la Longitud juzgaría y adjudicaría el Premio de la Longitud. Recibieron unas cuantas proposiciones extrañas y maravillosas, como la cuadratura del círculo o la invención de una máquina de movimiento perpetuo. La frase “determinar la longitud” pasó a ser sinónimo de lunático o de loco. Casi todo el mundo pensó que era imposible determinar la longitud.
El problema fue eventualmente resuelto por un carpintero de Lincolnshire con muy poca formación: John Harrison supero a la comunidad científica y académica de su época y ganó el premio de la Longitud a base de esfuerzo personal y de un talento y conocimiento técnico extraordinario. Harrison había nacido en 1693 y siguió los pasos de su padre que había sido carpintero. Para resolver el problema de la longitud Harrison diseñaría un reloj portátil que tuviese la misma precisión que los mejores relojes de pie de su época, y la respuesta al problema fue el reloj H4.


El fabuloso reloj H-4 de Harrison: Fin de un problema

El H4 fue completamente distinto a los anteriores que había ideado: H1, H2, y H3. Medía solo 13 cm. de diámetro y pesaba 1,45 Kg. Era como un reloj de bolsillo grande. El 18 de Noviembre de 1761 el hijo de Harrison, William, partió hacia las Indias Occidentales en el barco Deptford con el reloj H4. Llegaron a Jamaica el 19 de Junio de 1762; al comprobar la hora que marcaba el reloj, empleando medidas astronómicas, comprobaron que solo había atrasado 5.1 segundos. Era un logro impresionante pero aún pasó tiempo hasta que el Comité de la Longitud decidió darle el premio a Harrison.
Sin embargo, el Comité, pidió que Harrison construyese más relojes y que desvelara sus secretos. Se le pagarían 10.000 libras. El resto sería pagado cuando entregase más relojes que permitiesen calcular la longitud con un error no superior a las 30 millas.


John Harrison y su cronómetro marino de alta precisión

En Agosto de 1765 se le pagó la mitad del premio pero se quedó sin sus cuatro relojes (H1, H2, H3 y H4). Para conseguir la otra mitad tenía que construir al menos otros dos relojes. Además, el H4 original tenía que estar depositado en el Observatorio, con lo cual tenía que construir su copia siguiendo sus planos y su memoria. Nevil Maskelyne, que había sido nombrado astrónomo real, seguía abrigando serias dudas sobre los relojes y estaba convencido de que el único método seguro para calcular la longitud en el mar era el de la distancia lunar.


Estampillas conmemorativas de los 300 años del reloj de Harrison

El Comité había nombrado a Larcum Kendall como relojero conservador de los relojes de Harrison en el Observatorio. Además le habían encargado una copia del H4. En 1769 terminó el K1. John Harrison, que tenía 70 años, y su hijo William terminaron la primera copia: el H5. Pidieron al Comité que considerase el K1 y el H5 como los dos relojes necesarios para cobrar la segunda mitad del premio, la respuesta fue que las dos copias del H4 tenían que ser hechas por Harrison.
Harrison decidió dirigirse directamente al rey Jorge III, al que le entusiasmaba la ciencia, y que al conocer los detalles de cómo había sido tratado Harrison decidió que había que otorgarle el premio. El mismo rey comprobó la precisión de los relojes de Harrison. Pero el Comité siguió terqueando. Harrison apeló al Parlamento quien finalmente admitió que tenía derecho a la otra mitad del premio.
Harrison murió a los 83 años. La tozudez y el ingenio de este carpintero, que acabó siendo relojero, contribuyó, mucho más que los cañones, a que Inglaterra obtuviese el Imperio que hasta hace bien poco se extendía por toda la tierra.

El método de las distancias lunares

Ya veis los muchos problemas que aguantó Harrison para que su invento fuese reconocido. Por eso diré siempre que la historia del problema de la Longitud es una historia de soberbias y mezquindades: La cosa es que el método de la distancia lunar unía a científicos de todo el mundo en una empresa internacional a gran escala. Además, su utilización exigía unos conocimientos que en absoluto estaban al alcance de cualquiera. Entonces llega Harrison y dice que él arregla todo el asunto con un aparatito que puede usar el más tonto. No se lo quisieron consentir.
Pero ganó.
NITO

sábado, 3 de diciembre de 2011

ANTIGUA SEDE DE LA CAJA DE AHORROS

Hoy nos parece una calle secundaria, incómoda por lo estrecha para el tráfico rodado, mal ventilada, sin apenas servicios… Sin  embargo antaño fue una arteria muy notable y muy codiciada por los granadinos. Hablamos de la  calle de San Matías que conserva aún, por fortuna, buena parte de los edificios que desde muy antiguo le confieren prestancia y relieve. No puede olvidarse que esta calle abundó en fincas de calidad, puesto que en ella se aposentaron algunos miembros de la nobleza granadina, a la que se unieron luego los representantes de una clase emergente, la burguesía.
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Juan Bustos Rodríguez, el que fuera genial Cronista Oficial de la Ciudad de Granada, nos dice que, entre las edificaciones que definen las rancias estructuras arquitectónicas de esta calle, merece atención sobresaliente la finca Nº 17. Una muestra notable de la arquitectura granadina del siglo XVIII, siglo en que Granada culminó su transformación urbana iniciada en la conquista cristiana. La finca puede considerarse como de gran importancia por su fachada manierista simétrica (*), magníficamente estructurada en pilastras y frontones, con aleros moldurables y excelente portada tallada en piedra que abarca el balcón principal.
(*) Ignoro si el cierre del balcón del piso superior, que le da un gracioso toque asimétrico, fue un elemento añadido o no al inmueble.
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Otros detalles del edificio, todos de calidad singular, son: laterales sencillos de canalero en pico de gorrión y forja carcelera; un amplio patio, con ocho columnas corintias en mármol y galería superior con elementos originales de interés.
La casa fue en su día modelo de las casonas señoriales que, durante más de dos siglos, abundaron en este sector de la ciudad, ocupado con gente de alcurnia. Esta conserva aún su zaguán, su gran patio -actualmente retransformado- al que se abrían las habitaciones secundarias, mientras que las principales lo hacían a la calle. La última planta era la destinada a los servicios y criados.
La fachada principal de la edificación es de lo más representativa. Testimonio del primitivo orden palaciego de la finca son sus los hierros de forja especial, carpintería de cuarterones tallada, artesonados, etc. La misma puerta principal, en madera noble con clavos de bronce, confirma la calidad de vida de los señoriales propietarios.
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Durante un tiempo, y como lo atestigua una lápida conmemorativa, este palacete estuvo ocupado por las dependencias de de la Caja General y Monte de Piedad de Granada. Los granadinos, en todo aquel periodo, conocieron la institución más como “Monte de Piedad” que con su nombre completo.
Aunque quizás convenga aquí advertir que no se trata de la primigenia institución “El Monte de Santa Rita de Casia”, que tuvo su sede inicial en el número 53 de la Carrera del Darro, y que se fundara en 1740, aunque ambas, en cierto modo, son las precursoras de nuestra actual Caja de Ahorros de Granada.
En la actualidad, este edificio es sede del Instituto Andaluz de la Mujer, como con anterioridad, había sido sede del Consejo Escolar de Andalucía.

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NITO
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