jueves, 11 de noviembre de 2010

LA CHANFAINA MURGUERA

La Chanfaina
La última novela histórica “La chanfaina” de nuestro querido amigo el Dr. Gastón Morata , y al margen de su buen trazado argumento en la Granada Napoleónica, me obligó a investigar sobre varias cuestiones: Conocer el sabroso y humilde plato (de recurso culinario desesperado), tan popular en toda España. Luego tratar de localizar y fotografiar en la Catedral al tan traído y llevado cuadro del mismo nombre. Por último, y como suele suceder cuando buceas en internet, vine a topar con una bonita leyenda granadina que desconocía.
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Monumento a Alonso Cano en la Plaza Arzobispal
Antecedentes

La chanfaina es un guisado hecho de bofes o de morcilla. Y el cuadro de la Chanfaina es ‘La Trinidad’ de Alonso Cano. Así se conoce a la obra del artista granadino, desde que éste la donara a un fraile del convento de San Diego a cambio de un plato de chanfaina aderezada por los monjes... Pero la historia, narrada por José Giménez Serrano en 1857 y recogida por Francisco de P. Villareal en ‘El libro de las tradiciones de Granada’ (Ediciones Albaida –Granada, 1990–. Edición facsímil del libro publicado en 1888), tiene su moraleja y su revelación, pues Alonso Cano cedió ‘La Trinidad’ en un exceso de orgullo, toda vez que quien en realidad iba a comprar el cuadro –que no era otro que el padre guardián de La Cartuja de Granada–, se permitió la licencia de regatear el precio que el artista había establecido –dos mil pesos para el autor y cuatrocientos para el aprendiz–, dudando así no sólo de la calidad de la pintura, sino de la dignidad del pintor.

chanfaina murguera

 La leyenda granadina

Allá por el mes de marzo de 1660 caminaban una mañana, un clérigo y un rapazuelo jadeante por el peso de un colosal cuadro, por el carril que conduce al monasterio de la Cartuja granadina.

Este personaje, alto, enjuto, de rostro aguileño y fiera mirada, con un ropaje cuyo color mediaba entre color aceituna de agua y ala de moscarda; parecía un soldado en el porte, elegante andar y una hechura de hombre de actos heroicos. Este conjunto tan extraño, se comprenderá en el momento que se diga el nombre del clérigo, no es otro que Alonso Cano, pintor y escultor famoso dentro y fuera de nuestra patria.

Alonso animaba al rapazuelo que aligerara el paso para llegar al monasterio antes de que el P. Gerónimo probara bocado, porque se ponía intratable al llegar a los postres.

Apretando el paso, llegaron amo y mozo a la portería, donde fueron recibidos por un barbudo donado. Atravesaron el atrio poblado de cipreses y madreselvas, dejando a un lado la iglesia inacabada, penetraron en el claustrillo gótico labrado por los primitivos fundadores. Un monje con rostro demacrado por la abstinencia y el ascetismo más severos, los recibió. Y cogiéndole la mano Alonso, díjole con acento conmovido:

-Bien purgáis, capitán vuestras locuras.

-Morir tenemos -contestó herido por el recuerdo de sus pasadas aventuras.

-Si y encomendadme a Dios que gratas le serán las oraciones de tan arrepentido corazón.

Abrióse la puerta de la celda del P. Gerónimo. Marchose el arrepentido capitán. Alonso Cano penetró en la habitación, y colocó el cuadro a buena luz, descorrió el lienzo que lo cubría, y sin más preámbulos, dijo al reverendo:

-Veamos qué le parece a vuesa merced.

El P: Gerónimo, administraba los bienes de la comunidad y tenía derecho a salir a la ciudad, y a hablar con todos, por el trato o por otras razones, había engordado de tal forma, que más parecía flamenco bebedor que ascético eremita.

-Bien señor racionero, dejadme poner las anteojeras – dijo el padre. Y sacó de una caja de plata, y de ella unos anteojos dorados, que más parecían cedazos de tahona. Se los colocó sobre las abultadas narices y soltando un gruñido, se puso a contemplar el cuadro.

La pintura representaba el misterio de la Trinidad. Nuestro cartujo, miró y remiró el cuadro, y refunfuñando se dirigió a Alonso:

- Bien, phs, bien. Algunos fallos tiene, por ejemplo el Espíritu Santo lo hubiera pintado mayor.

- Si a vuesa merced le gustan grandes las palomas, y sobre todo para la mesa –dijo Cano con aire sarcástico

- Oh, si las aves todas deben ser cebadas.

- ¿Os acomoda? Porque jamás retoco mis obras. – repuso el pintor.

- No se irrite vuesa merced. ¿Y cuanto vale su cuadro?

- Dos mil pesos, y diez ducados que daréis de propina a mi aprendiz.

- Dos mil pesos ¡Voto va…! – y se mordió los labios – y con diez ducados de coleta; pues no cuesta tanto mantener un mes a la comunidad incluidos los jueves que viene el Arzobispo.

- Dígoos, P. Gerónimo – contestó colérico el bilioso pintor - que soy el mayor de los mentecatos cuando sufro que taséis mis obras como si fueran jamones alpujarreños. Juro que si no estuvierais ordenado, pagaríais cara tal demasía. Encubre, Juan, la pintura y vamos a casa, que no es digno de ella, quien tan mal comprende.

- Sosiéguese el señor racionero, que le daré hasta mil y quinientos pesos, y un ducado para el porteador con tal que no se vaya usarced descontento: pues algo ha de quedar para el pintor del convento, más que os pese, le dará un toquecito rojo a esas nubes.

Al oír tal sacrilegio artístico, se revolvió Alonso Cano como un león hacia el cartujo, más contúvose y contentose con una tremenda mirada hacía aquella mole de carne, que se embebió en el sillón, con la misma nitidez que si hubiese sentido venir sobre su pecho dos furiosas puñaladas.

La dulzura con que le habló el fraile guardián que allí casual se hallaba, calmó los ánimos, y repúsole con cariño:

- Perdonad, reverendísimo; pero hay cosas que más debieran ser asunto de espadas que de lengua – y le dio la espalda al otro monje con ánimo de marchar.

- Dejadme que acabe de contemplarle; no todos pensamos como el P. Gerónimo: cada nubecilla, cada figura, cada pincelada es un tesoro de bellezas – dijo el fraile modesto de san Diego.

Alonso Cano observó el cuadro con complacencia ante el punto de vista tan acertado del guardián.

- Oh, sí – exclamaba entusiasmado el fraile en cada figura o detalle imaginario, analizando exageradamente la nota y poniendo todo el énfasis que podía hablando del cuadro. ¡Quisiera ser rico como un emperador romano para vaciar mis tesoros en vuestras arcas! El pintor estaba extasiado y enaltecido de escuchar al fraile alabar su labor pictórica. Reflexionando , dijo con jocosa solemnidad:

- También podéis darme, padre reverendísimo, algo que aprecio más que el dinero, y seréis dueño del cuadro para el altar de S Diego.

-Decidme, economía no tenemos los que vivimos de pública caridad, y compartimos el pan con los mendigos; dijo humildemente el fraile.

- ¿Pero al menos, no podríais darme un plato de chanfainas para comer hoy?

- Si señor racionero, que no es viernes, y para todo el convento se guisa.

- Pues tomad el cuadro, vuestro es, y acompañadme a la mesa que allí cobraré el precio del cuadro.

El P. Gerónimo turbado por los elogios del fraile se le despertó la codicia y le ofreció a Cano los dos mil pesos, a lo que Alonso contestó:

-Guardarlos enhorabuena para engordar a la comunidad, si es tan poco ascética como vuestra paternidad, y calló… Vamos padre guardián. Y tú Juan, hijo, vete a casa y vende este dibujo para el gasto de hoy, que yo comeré con los frailes de San Diego. Cogió una pluma y trazó la más picante caricatura que pueda verse del buen P.Gerónimo.

Quince días después el famosísimo cuadro de la Trinidad estaba colgado en el altar mayor de la capilla de la Cartuja.

De boca en boca corría la historia de la generosidad del racionero Alonso Cano. Desde entonces el cuadro se llama de la chanfaina.


Antonio_Cano 1943Curiosidad: Antonio Cano esculpe a Alonso Cano. 1943


NITO

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3 comentarios:

Antonio Montufo Gutierrez dijo...

Muy bueno, si señor, me gusta más aún que la novela,que por otra parte se la recomiendo al personal y veran que está perfectamente adaptada a la Granada de principios del XIX.
En interesante la leyendas que plasmas sobre Alonso Cano, artista que defino como el Leonardo granadino.
Antonio Montufo Gutiérrez

Manuel Espadafor dijo...

Interesante y bonita historia al tiempo que nos recuerda lo que puede hacer el hambre, acordaros del bíblico plato de lentejas.

Ysthar dijo...

La leyenda lleva consigo una parte de verdad y otra de trasmisión popular y eso le ocurre al cuadro de la Trinidad o de la chanfaina, que es una obra maravillosa. Fue robada del Museo Provincial durante un baile de máscaras, y por mucho tiempo se desconoció su paradero. Hoy luce, Gracias a Dios, en la Catedral de Granada, en una capillita de la nave central. Se dudaba en un principio que fuese la auténtica Trinidad de Alonso Cano, y no una buena copia, pero realizadas las pruebas pertinentes coinciden con el estilo y técnicas del artista.